Recrudece la guerra química
( Publicado en Revista Creces, Junio 1982 )

Si bien toda guerra funciona basándose en los aportes de la industria química, hay una variante que aprovecha venenos y productos de alta toxicidad bacteriológica o viral para extender hasta los últimos rincones la destrucción. Los gases y las toxinas se usaron en el año 1982 en Laos, Kampuchea y Afganistán, sembrando muertes e incapacitaciones

Un grupo de niños que jugaba a fines del año 1981 en un sitio baldío de Lubeck, Alemania Federal, encontró centenares de cápsulas del letal veneno denominado Dycyan, procedente de la II Guerra Mundial. En el interior de cada cápsula había tres bolitas de cristal, del tamaño de un garbanzo, que contenían sustancias altamente tóxicas. En una de ellas existía cianuro, en la otra un líquido marrón maloliente y en la tercera un ácido. Si estas tres sustancias se mezclan entre sí se produce el veneno Dycyan, que provoca la inconciencia en pocos segundos y la muerte en cosa de minutos.

Cuando esto ocurría con el natural escándalo público en Alemania, Estados Unidos desataba una intensa campaña diplomática, a nivel internacional, para acusar a la Unión Soviética de estar comprometida en la "lluvia amarilla", una novedosa forma de impulsar la guerra con armas bioquímicas en Cambodia (Kampuchea) y Laos. Un viejo tema se ponía nuevamente de moda y se escribieron muchas carillas para disparar al aire sobre este asunto dramático y polémico.


Las denuncias

El Departamento de Estado del gobierno de los Estados Unidos señaló que había evidencias "convincentes" de que la URSS está involucrada en el uso de armas biológicas (bioquímicas) mortíferas en Asia Sudoriental. "Sabemos -dijo Richard Burt, director de la Oficina de Asuntos Político Militares del Departamento de Estado- que hay asesores soviéticos en el desarrollo de armas químicas en esa parte de continente asiático. La presencia soviética en Afganistán es abrumadora y tenemos certeza que hay armas químicas en dicho país. Recibimos informes de varios desertores que aluden a participación directa soviética en la guerra química. No hemos detectado hasta ahora, instalaciones capaces de producir las armas tóxicas que hemos identificado, pero sabemos que tales laboratorios -o la capacidad para producir esas armas- existen en la URSS".

El portavoz subrayó que "todos deben sentirse preocupados por un simple sentido de humanidad, ante el hecho de que las armas prohibidas mediante una convención internacional en 1972, se unen en áreas muy remotas del mundo, y que se utilicen en forma desapercibida contra pueblos primitivos en su mayor parte indefensos, lo cual hace esta práctica aún más atroz".

Un ex oficial de artillería del ejercito afgano contó a una revista especializada (Far Eastern Economic Review, 30 de octubre de 1981), que "unidades de su ejército estaban usando dichas armas suministradas por los soviéticos". Afirmó que él mismo había recibido instrucciones sobre el uso de cuatro tipos de gases y otro de veneno líquido, empleado para contaminar los pozos profundos de agua en el oeste y sur de Afganistán. El desertor explicó que se había bombeado agua con veneno de los pozos y que tanto a oficiales como a personal de menor graduación se les adiestra en la guerra biológica y química.

Starling Seagrave, nacido y criado en Birmania y periodista científico en los Estados Unidos, denunció que tribus Hmong provenientes de Laos y refugiadas junto a la frontera de su vecino del sur, Tailandia (en Nomg Hai), comunicaron haber sido largamente atacadas con gases venenosos "donde posiblemente murieron miles de personas".

"Desde aviones L-190, los más grandes de Vietnam (país con el cual Laos comparte una larga frontera), eran lanzadas bolsas de arroz que explotaban sobre las aldeas y fumigaban las cosechas con gases de diferentes colores", explicaron los informantes de Seagrave. Los agentes químicos resultan efectivos en áreas como bosques, selvas y terrenos con cuevas o minados, de tal forma que fumigarlos permite llegar con el gas letal hasta los últimos rincones.

En Laos se usaron (1981) agentes químicos que provocaron tres tipos de síntomas: convulsiones que terminaban con la muerte; quemaduras interior y exterior con producción de ampollas, y hemorragias internas incontenibles hasta que el afectado se ahogaba en su propia sangre. Ojos, nariz y oídos botaban litros de sangre como cuando se exprime un limón. Este último efecto fue el más novedoso y desconocido para la fecha, y coincide con los efectos provocados a pobladores de la aldea afganistana de Badagshakan en las montañas indukusch. En tres depósitos de veneno encontrados en Laos fueron sorprendidos oficiales soviéticos, lo que hace evidente su participación en la siembra química.

A pesar de los requerimientos diplomáticos de Estados Unidos, la Unión Soviética negó una y otra vez su complicidad en los hechos. El Protocolo de Ginebra (1925) prohibe el uso de venenos en la guerra, de tal forma que la acusación directamente enrostraba una violación del tratado.

Se estima que en Laos deben de haber muerto entre 15 y 20 mil personas víctimas de las armas químicas, en tanto que para Afganistán no existen apreciaciones coincidentes.


Reacción de Ragan

La reacción del Presidente Reagan tomó de sorpresa a la mayoría de los países occidentales. En una carta dirigida al Presidente de la Cámara de Representantes, Thomas P. O`Neill, aseguró que su gobierno "desalentará la guerra química no concediendo una significativa ventaja militar a ningún posible incitador". Tal plan, indicó, "es una prohibición completa y verificable sobre el desarrollo, la producción y almacenamiento de armas químicas, toda vez que Estados Unidos no posee ni poseerá armas biológicas o de toxinas". Junto con su propuesta, Reagan anunció que el nuevo presupuesto de defensa de los Estados Unidos asigna más de 500 millones de dólares para la defensa contra la guerra química, y que "una suma menor que no alcanza a los 100 millones, permitirá la reanudación de la producción de armas químicas suspendida desde 1969".

El gobierno norteamericano financió con un abultado presupuesto la producción de municiones químicas en la década del cincuenta, lo que se prolongó hasta 1969 cuando el Presidente Nixon ordenó detenerla. La revista Science dijo en su edición del 30 de abril de 1982 (Vol. 216, pág. 495-498), que actualmente se debate un plan para producción de gas nervioso y para construir armas binarias en Pine Bluff, Arkansas, y anunció que en la Base Tooele de la Armada, en Utah, se guardan agentes del tipo Sarin, VX y gas mostaza.

La decisión de Reagan se tomó con renuencia. Durante toda la década del 70, Estados Unidos trató de llegar a un acuerdo con la URSS para una prohibición integral del uso de armas químicas. Las negociaciones se interrumpieron por falta de verificación efectiva en el lugar de los hechos, algo a lo cual la Unión Soviética se negó sistemáticamente. Uno de los sucesos más relevantes que no tuvieron adecuada explicación soviética fue sin duda la epidemia de ántrax que afectó a la ciudad de Sverdlovsk en abril de 1979.

La información disponible por Estados Unidos señaló que "los síntomas manifestados por las víctimas de Sverdlovsk fueron los de inhalación de ántrax, una enfermedad que ocurre en la naturaleza sólo bajo circunstancias muy poco usuales y no en proporciones epidémicas. Esta sería la forma que la enfermedad tomaría si fuese diseminada mediante aerosoles durante una operación militar".

El Servicio de Inteligencia de los Estados Unidos entregó pruebas en el sentido de que habría ocurrido una explosión en el establecimiento militar 19, en Sverdlovsk (Rusia Central), esparciendo en la atmósfera una nube de gérmenes de Bacilus anthracis, productores del ántrax y altamente letales. Tal complejo militar está destinado a la producción e investigación de armas biológicas. Los vientos llevaron la nube contaminada de ántrax hacia el sur provocando la muerte de unas mil personas.

El Hombre puede contraer el ántrax de alimentos contaminados, por contacto de la piel con esporas de ántrax o bien por inhalación. Esta última forma es generalmente mortal, en contraste con las dos anteriores (la gástrica y la cutánea). El gobierno de la URSS declaró que la epidemia de ántrax fue del tipo gástrico y provino de carne contaminada. Estados Unidos sostuvo que el incidente de Sverdlovsk constituía una violación de la Convención de 1975 sobre armas biológicas, ya que tal acuerdo obliga a sus signatarios "a no crear, producir, almacenar o de otro modo adquirir y conservar nunca, en ninguna circunstancia:

1.- Agentes microbianos biológicos o toxinas, cualquiera que sea su origen o medio de producción, de tipos y en cantidades que no tengan justificación para fines profilácticos, de protección u otros fines pacíficos;

2.- Armas, material u otros medios de propagación destinados al uso de tales agentes o toxinas con fines hostiles o en un conflicto armado".

Los puntos anteriores, sin embargo, no dejan de tener sus lagunas. Sería difícil nombrar un solo agente biológico que no hubiera podido producirse bajo la justificación de "fines profilácticos, protectivos u otros de carácter pacífico". Aún la producción de grandes cantidades de ántrax pudiera no ser, necesariamente, una falta a la Convención. Al mismo tiempo, no hay nada en dicho texto que pueda servir de guía respecto a qué porción de una substancia puede considerarse más allá de "las cantidades que no tienen justificación para fines profilácticos, protectivos y otros de carácter pacífico". Una existencia muy grande sería una evidencia convincente de una violación, pero una cantidad relativamente pequeña que contamine el aire podría ocasionar una epidemia.


La cautela de "science"

La sospecha norteamericana de los soviéticos se remonta a 1975, cuando numerosos refugiados de Laos y Kampuchea coincidían al describir los efectos de un polvo amarillo que sonaba al caer. Lo llamaron "lluvia amarilla" pero era imposible deducir alguna información química sólo de los relatos orales y subjetivos. Un patólogo vegetal de la Universidad de Minesotta, el Dr. Chester Mirocha, logró tomar muchas muestras en vegetales y suelos e identificó al polvo amarillo como un veneno vegetal producido por hongos del grupo Trichothecene. Los hongos transforman los pastos verdes en amarillos y contaminan todo tipo de granos. Cuando los animales comen tales pastos, presentan intensos vómitos y diarreas que los llevan a la muerte. Lo mismo sucede al Hombre, situación que es conocida desde hace mucho cuando se identificó al hongo Fusarium como responsable de producir tales toxinas. Numerosas plagas en la Edad Media parecen haber tenido este mismo origen.

La revista Science de octubre de 1982 señaló, sin embargo, que "los cargos sobre toxinas venenosas son aún prematuros ya que sólo basándose en una simple muestra el Departamento de Estados culpa a las micotoxinas de ser usadas como armas químicas", Nicholas Wade, autor del comentario, identificó tres micotoxinas producidas por el grupo trichothecene: nivalenol, deoxynivalenol y T2; sin embargo, dijo el especialista, ninguna de ellas existe en forma natural en el Sudeste asiático. Hay más: en una revisión bibliográfica de más de tres mil referencias sobre micotoxinas, ninguna ha sido reportada como propia del sudeste de Asia.

Sea como fuere, este es el primer caso en que las micotoxinas han sido usadas en la guerra humana. Las muestras recogidas en Laos contenían además polietilenglicol, una sustancia sintética no encontrada en forma natural y que se utiliza como dispersante.


Estructura química

Los venenos o tóxicos químicos usados con fines de exterminio masivo tienen en general una estructura en la que el fósforo ocupa un lugar destacado. Agentes como el Tabun (producido en Alemania durante la II Guerra Mundial); el Sarin y los Agentes V (desarrollados en los Estados Unidos); el Soman, VX o el Amiton, por el hecho de poseer fósforo son potentes inhibidores de la actividad de la enzima acetilcolinesterasa, en las posiciones en que la acetilcolina actúa como neurotransmisor. Por tal razón se les denomina "gases nerviosos" y constituyen unas de las moléculas más temidas dentro de las armas químicas: provocan considerable toxicidad en mamíferos (incluyendo al Hombre) ya que penetran por la piel. Su efecto no depende sólo de la acción farmacológica intrínseca sino también de factores como la permeabilidad de membranas, el índice de excreción y el de metabolismo. La estructura general de estos gases contiene, además de fósforo como molécula central, oxígeno, azufre, flúor, ión cianuro y radicales orgánicos.

Los compuestos básicos para la producción de tóxicos organofosforados son tres: el pentóxido de fósforo, el pentasulfuro de fósforo y el tricloruro de fósforo. Las empresas productoras de estas y otras moléculas están permanentemente sometidas a inspección y vigilancia, debiendo reportar el uso que hacen de la materia prima que guardan como stock, en especial de oxicloruro de fósforo, alcoholes, dialquilaminoalcoholes, ácido fluorhídrico y fluoruros metálicos; fosgeno, dimetilamina, cianuro de sodio, tricloruro de aluminio, cloruro de metilo, dimetilfósforo, ésteres metilfosfóricos, ácidos fosfóricos y sus ésteres (altamente corrosivos); productos organofosforados usados en industria plástica o de insecticidas. Estas últimas moléculas no difieren grandemente de la estructura de los venenos usados como armas químicas.

El capítulo de los plaguicidas y de los desfoliadores se nos abre aquí tocando las fronteras y muchas veces confundiéndose con algunas armas químicas. Es preferible no ahondarlo para no confundir este relato, sin embargo uno se siente obligado a no olvidar los hechos: el Comité Experto en Insecticidas de la Organización Mundial de la Salud calcula que unas 500.000 persona se envenenan cada año con plaguicidas y que, aunque no todos los envenenamientos son mortales, la mayoría causa padecimientos e impedimentos innecesarios. A tales riesgos habría que sumar peligrosamente un sistema económico que permite exportar a los países en desarrollo productos de uso prohibido o restringido en los países industrializados.


Las armas biológicas

En el presente artículo hemos usado indistintamente el concepto de armas químicas, biológicas o bioquímicas, ya que si bien proceden de fuentes distintas lo cierto es que, a la postre, todas actúan a través de una reacción química generada en el sustrato que atacan. El manejo de las armas biológicas es mucho más complicado que el de las armas químicas: requiere de ambientes estériles, temperaturas adecuadas y precisas, etc. Los laboratorios internacionales que trabajan en la producción de bacterias o virus están sujetos a la inspección de un organismo con sede en Suecia (SIPRI), el Stockholm International Peace Research Institute, encargado de establecer las normas a que deberán atenerse los productores y tenedores de estos productos.

Algunos de estos venenos son, por ejemplo, las toxinas botulínicas, producidas por la bacteria Clostridium botulinum, considerablemente más venenosas que los gases nerviosos. Provocan el botulismo y se han descrito por lo menos seis tipos diferentes de toxinas, siendo la tipo A la de mayor interés militar (su costo en 1981 era de US$ 400 el kilo). Al echarla al agua transforma al líquido en un fuerte veneno, actuando como inhibidor de la producción de acetilcolina en ciertos lugares donde es necesaria para impulsar la transmisión nerviosa. Basta inhalar 0.3 microgramos como aerosol para provocar la muerte de una persona.

Numerosos mariscos concentran toxinas que les filtran del medio acuático donde son producidas tanto por flagelados como por algas. Recuérdese el efecto del veneno depositado en las cholgas de Bahía Bell, XII Región de Chile, por microscópicos dinoflagelados (marea roja), que determinó la muerte súbita de tres pescadores el 22 de octubre de 1972. El Golfo de México, en cambio, se ve atacado cada cierto tiempo por una marea roja del algo Ptychodiscus brevis, productora de un veneno que mata los peces. Se trata de la Brevetoxina B, a diferencia de la anterior que es una saxitoxina. Una y otra pueden ser producidas artificialmente e incorporadas como venenos en armas bioquímicas.

La enterotoxina estafilocócica, producida por el estafilococo dorado, es otra temida arma dentro de esta forma especial de guerra. Su administración oral mediante aerosol produce vómitos y diarreas violentas con postración. Efectos similares producen Francisella tularensis, bacterio causante de la tularemia o fiebre coneja; Pasteurella pestis, productor de penosas plagas durante la Edad Media y utilizada por los japoneses en China (1940). Virus Venezuela que genera la encefalomielitis equina, y tantos otros.

Más allá de todas estas consideraciones, el problema de la guerra química -con el dramático impacto que crea dentro del aberrante acápite de la destrucción del Hombre por el Hombre, lleva a considerar las correlaciones entre armamentos y desarrollo. Se sostiene hoy que los gastos militares de sólo medio día bastarían para financiar el programa total de la Organización Mundial de la Salud para la extinción de la malaria. Menos se necesitaría aún para vencer la oncocercosis, que sigue siendo una plaga para millones de personas.

Un tanque moderno cuesta alrededor de un millón de dólares, lo necesario para construir mil aulas para 30.000 escolares. Por el precio de tan sólo un avión de combate (20 millones de dólares) se podría organizar unas 40.000 postas asistenciales rurales. Más aún, con la ayuda del uno por ciento de las sumas destinadas anualmente al armamento, se podrían adquirir todas las herramientas y aparatos agrícolas necesarios para mejorar hasta 1990 el déficit alimenticio de los países pobres, consiguiéndose incluso su autoabastecimiento.

Los hechos no deben extraviarnos. La opción de la paz cobra urgencia.



Sergio Prenafeta Jenkin
Periodista de ACHIPEC.



Para saber mas


1. Prohibition of the use in war os asphyxiating, poisonous or other gases, and of bacteriological methods of warfare. Protocol between the United States of America and other governments. Geneva, june 17, 1925.

2. Soviet biological warfare activities. A report of the Subcommittee on Inteligence. U.S. House of Representatives. June 1980.

3. Statement of Hon. Jim Leach, a representative in Congress from Iowa. June, 1980. U.S.A.

4. Sterling Seagrave. Yellow Rain. Evans, New York, 1981.

5. Nicholas Wade. Toxin Warfare charges may be premature. Sciencie 214: 34, 1981.

6. The Problem of Chemical and Biological Warfare. SIPRI, Sweden, Vol. VI, 1975.

7. Willy Brandt. Pobreza y armamento. Die Zeit, febrero 1980.

8. Annabel Ferriman. Herbicide danger claimed by mothers. The Times, London, sept. 2,1981.

9. Rowan Shirkie. Exportaciones venenosas. El CIID Informa 10:3, octubre 1981.

10. Albrecht Schreiber. El escándalo del veneno en Lübeck. Lübecker Nachrichten 19-2-1982, Alemania Federal.

11. Chemical Weapons: Destruction and Conversion, 210 págs., SIPRI, 1980.


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