Chile en la meta de un país saludable
( Creces, 2006 )

Según la información entregada por los "Entes Reguladores de Agua Potable y Saneamiento de las Américas" (Asderasa), agrupación que reúne a los organismos gubernamentales del sector sanitario, Chile en la actualidad lidera el ranking sanitario de la Región, registrando los más altos niveles de acceso de agua y alcantarillado de la población, además del tratamiento de residuos líquidos.

El porcentaje de cobertura de agua potable en toda la población urbana del país, ha alcanzado un 99.7%, mientras en el promedio de las "ciudades capitales" de los países de la región es de 87%. Considerando el total de la población urbana de los mismos países, el porcentaje es aún más bajo, alcanzando el 54%. La diferencia es más notable en las conexiones al alcantarillado, donde la cobertura de la población urbana del país alcanza al 94%, mientras que el promedio de las "ciudades capitales" de América Latina es sólo del 52% (Tabla 1). Ello significa que la casi totalidad de las familias que vive en regiones urbanas de nuestro país, dispone de agua potable en su casa y además está conectado con el servicio de alcantarillado. Cabe recordar que la población en Chile es fundamentalmente urbana, ya que el 87% de la población vive en agrupaciones de más de 5.000 habitantes.

En la actualidad la población rural, que alcanza al 13%, dispone de agua limpia domiciliaria en un 71%, mientras que el 70% tiene un sistema adecuado de eliminación de excretas. Según lo programado, en los próximos 10 años, también este sector debiera alcanzar el 100% de saneamiento ambiental.

Un adecuado saneamiento ambiental sólo se alcanza cuando la disponibilidad de agua limpia sobrepasa los 120 litros por persona y por día, y ello es sólo posible cuando el agua llega directamente por cañería a la vivienda. Esta cantidad es casi imposible lograrla cuando el abastecimiento debe hacerse por acarreo, ya sea desde un pilón o por camiones aljibes. Una familia constituida por seis personas, para alcanzar un nivel de saneamiento adecuado, debería acarrear diariamente 700 litros de agua, lo que en la práctica no es posible.

Pero para completar el adecuado saneamiento, no basta disponer de agua potable y alcantarillado, sino también es indispensable el tratamiento de las aguas servidas. El no hacerlo, constituye una constante agresión por la continua contaminación del ambiente y de los alimentos con gérmenes patógenos desarrollados en ellas. Las bacterias, virus, hongos y parásitos se desarrollan en aguas servidas, rica en residuos orgánicos resultantes de los procesos de degradación metabólica por los seres humanos y animales. Ellos constituyen un buen caldo de cultivo. Las moscas, la contaminación por los manipuladores de alimentos, el riego con aguas servidas de plantas rastreras y hortalizas, más los vaciamientos en el mar de las mismas, en definitiva contaminan los alimentos cultivados y mariscos (especialmente bivalvos), causando una variedad de enteropatías digestivas.

Para lograr la meta de un país saludable se requiere, además de agua potable y alcantarilla, del tratamiento de las aguas servidas para completar de este modo el círculo sanitario. Según los últimos datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en el presente año (después de la entrada en operación de La Farfana), se ha completado el tratamiento del 70% de las aguas servidas, y ya se ha programado para que se llegue a tratar el 100% en los próximos tres años. De nuevo y según OPS, Chile está a la cabeza de la Región, dado que como promedio en la actualidad sólo se están tratando menos del 15% de las aguas servidas.

Los esfuerzos de la planificación que se vienen desarrollando desde hace 30 años, colocan a Chile como modelo en América de un país en vías de alcanzar condiciones de vida saludables. Los beneficios ya son palpables, evidenciándose progresos importantes que se traducen en progresos en la calidad de vida de todos los chilenos.

a.- Progresos en la Prevención de la Desnutrición Infantil. Hasta el año 1970, la desnutrición infantil en diversos grados, afectaba al 70% de la población infantil de 0 a 6 años, dejando en ellos daños irreparables tanto en su desarrollo físico, como intelectual e inmunológico, los que más tarde se ponían en evidencia en las dificultades en el proceso de aprendizaje. Las causas eran varias (pobreza, bajos niveles educacionales de los padres, malas condiciones de salud, etc.), pero una de las más importantes estaba en las muy precarias condiciones sanitarias del medio ambiente que afectaba muy especialmente a los niños durante los primeros años de vida. En aquella época todas las ciudades estaban rodeadas por cordones de miseria con muy precarias condiciones sanitarias, carentes de agua potable y alcantarilla. Ello condicionaba frecuentes episodios de diarreas agudas en los menores de dos años (promedio dos crisis de diarrea por mes) que condicionaban o agravaban la desnutrición, hasta el punto de hacer imposible su prevención. Aún en la ausencia de diarrea, el ambiente ampliamente contaminado por diversas bacterias patógenas, virus y parásitos, les dañaba la mucosa intestinal produciendo una enteropatía crónica ambiental con cambios en la flora intestinal normal, todo lo que dificultaba la normal absorción de nutrientes, produciendo retraso del crecimiento y daños irreparables en su desarrollo.

En base a estas consideraciones, el Consejo Nacional para la Alimentación y Nutrición (CONPAN) planteó una política nacional de prevención de la desnutrición infantil, en la que entre otras intervenciones, anunciaba como prioritario la implementación de redes de agua potable y alcantarillas, especialmente en las poblaciones marginales de las ciudades del país. En esta fecha, sólo el 70% de la población urbana contaba con red de agua potable domiciliaria y el 40% con un sistema adecuado de eliminación de excretas (Tabla 2).

El tiempo ha transcurrido y hoy la desnutrición sólo afecta a menos del 1.7% de la población menor de 6 años (Tabla 3). En la actualidad la tasa de diarreas en Chile es de 21 por 100.000 habitantes, muy semejante a la de Estados Unidos (18 por 100.000 habitantes). Según la OPS, en América Latina la tasa de diarreas es de 800 por cada 100.000 habitantes. La misma organización calcula que la contaminación de alimentos y la diarrea en la Región de América Latina, es la culpable de 100.000 muertes cada año.

De este modo ha sido posible prevenir la desnutrición en los menores de seis años y prevenir el daño físico e intelectual, lo que en buena medida explica el nivel de desarrollo que el país está alcanzando en la actualidad.

b.- Disminución de la Mortalidad Infantil y del Pre Escolar. Durante el año 1970, fallecieron de diarrea 1476 niños menores de un año por cada 100.000 nacidos vivos. Esta cifra en el año 2000 bajó a 12 por cada 100.000 nacidos vivos (Tabla 4). Ello, junto con la disminución notable de menores de un año muertos por infecciones respiratorias, explica la gran disminución de la mortalidad infantil durante este período. En el año 1970 la mortalidad infantil fue de 170 por mil nacidos vivos, descendiendo a 7.8 por mil nacidos vivos en el año 2004 (Gráfico 1). A su vez la mortalidad del preescolar durante el mismo período descendió de 12.3 por mil, a 0.39 por mil. Ambas tasas son inferiores a las observadas actualmente en los Estados Unidos.

Al disminuir notablemente la mortalidad temprana, se incrementó la expectativa de vida al nacer de la población chilena. Esta era de 63 años para los varones y 65 años para las mujeres en año 1970, se elevó a 78 años en los hombres y 80 años en las mujeres en el año 2004 (Gráfico 2).

c.- Enfermedades infecciosas. Hace diez años una epidemia de cólera que comenzó en Perú, azotó a todos los países de la región. En Perú se presentaron 450 mil casos. En Bolivia, 250 mil, en Argentina, 320 mil. En Chile hubo sólo 60 casos y casi todos ellos en localidades limítrofes con Perú y Bolivia. Hubo una campaña exitosa para prevenir la extensión del cólera, pero no habría tenido ningún resultado si no hubiese existido ya una amplia cobertura del sistema de alcantarillado y agua potable. Es por la misma razón que en la actualidad se ha constatado un significativo descenso de los casos de fiebre tifoidea y otras enfermedades digestivas bacterianas. En el año 1982, se produjeron 120 casos de tifoidea por cada 100.000 habitantes, mientras que en el año 2004, sólo se produjeron 3 casos por 100.000 habitantes (Gráfico 3).

Reducciones semejantes se han producido en los casos de salmonelosis, shigellosis y diarreas por escherichia coli enteropatógena, al igual que las diarreas por rotavirus e infecciones de hepatitis A, y enfermedades meningocócicas (Gráfico 4).

d.- Mejoría de la flora intestinal. La alta contaminación ambiental producida por microorganismos patógenos, significa una agresión permanente, que daña a la flora intestinal normal y a la mucosa que la cobija, afectando seriamente la situación de salud.

En el intestino normal existen millones de bacterias que implantadas en la mucosa o flotando en su mucus, desarrollan múltiples funciones beneficiosas tanto para el organismo, como también para ellas. Por los múltiples beneficios ya conocidos, se juzga la presencia de esta flora intestinal como simbiosis perfecta y muy benéfica tanto para las bacterias, como para el organismo huésped. Su acción se complementa en la globalidad del proceso digestivo, que alcanza así su máxima eficiencia.

Como promedio se estima que el número de células microbianas que existen en el intestino, supera en 10 veces el total de células del organismo, ya que el volumen de la célula microbiana es menor que una célula promedio del organismo. En todo caso, esto significa que los microbios existentes en el interior del intestino de un individuo determinado, representan un volumen de 1 a 1.5 kilos. En la actualidad el estudio de esta flora microbiana, por el beneficio que ello significa, ha llegado a ser considerada como parte constituyente de nuestro propio organismo.

Podría pensarse que ante la masiva invasión de la mucosa intestinal por tan gran número de bacterias, debiera producir una gran respuesta inflamatoria de la misma, como también una producción de anticuerpos, como mecanismo de defensa. Sin embargo no es así. Ellas parecen ser bien acogidas y no hay ningún rechazo que se manifieste por la génesis de anticuerpos. Muy diferente es la respuesta de la misma mucosa a la contaminación con bacterias patógenas del medio ambiente, donde si se produce una inflamación de las paredes y producción de anticuerpos, como mecanismos de rechazo.

El concepto de unidad (flora intestinal-mucosa) se ha ido consolidando al observar que sucede cuando el intestino carece de flora microbiana. Ello se ha estudiado en el animal de experimentación (ratas), haciéndolos nacer por cesárea, y manteniéndolas en el tiempo, en incubadoras libres de gérmenes. En estas condiciones el intestino aparece masivamente hinchado por disminución de las terminaciones nerviosas que controlan sus movimientos. Se altera la estructura histológica de su mucosa y se retarda el desarrollo del sistema inmunológico, lo que incrementa la susceptibilidad a las infecciones y los trastornos digestivos. La prolongación en el tiempo de estas circunstancias, llega a afectar la absorción de diversos nutrientes, se retrasa el crecimiento e incrementa la carcinogénesis.

Cuando a estas mismas ratas libres de gérmenes se les introducen bacterias típicas de su flora intestinal, se inicia una serie de cambios en la motilidad intestinal, y en el incremento de células epiteliales, como también de las células productoras de mucus y van apareciendo ciertos compuestos grasos en la superficie de las células. En general, rápidamente el intestino se normaliza.

Se ha observado también que la administración de antibióticos de amplio espectro, como la Neomicina, en personas normales, mata la flora bacteriana, con lo que se lesiona la mucosa, produciendo un síndrome de "mala absorción intestinal", que lentamente se repara sólo cuando se vuelve a producir la nueva colonización con las variadas cepas de bacterias amigas. Se confirma así que la flora bacteriana intestinal es indispensable para el normal funcionamiento del sistema digestivo y del organismo en general. De allí que ésta se considere como parte constituyente del mismo.

La colonización bacteriana del intestino comienza muy tempranamente, casi en el momento mismo de nacer. El intestino del feto no contiene bacterias, pero ya al paso por el canal vaginal, comienza la colonización. Durante los primeros meses de vida, las bacterias que vienen junto con los alimentos, toman ubicaciones precisas para cada tipo de ellas y al cabo de los dos años, este proceso se ha completado. Sin saber cómo ni por qué, diversas especies de bacterias penetran profundo dentro de las vellosidades y anidan en los diversos rincones de la mucosa, mientras otras quedan flotando en el mucus, dando la impresión de que cada tipo de ellas tuviese una ubicación determinada y que desde allí cumpliera funciones específicas. Mediante la determinación de su genoma, ya se han diferenciado 395 especies diferentes (filo tipos) de bacterias y se estima que deberían existir cerca de 1000 tipos de bacterias aún no identificadas, que colonizan las paredes intestinales. El organismo dispone así de una gran variedad de genes pertenecientes a bacterias, que él normalmente no posee, pero que al albergarlas se beneficia de ellas.

Las bacterias, manipulando los genes, han desarrollado diversas estrategias para comunicarse con las células epiteliales, ya sea estimulando o reprimiendo su expresión, según sea la necesidad. De esta forma intervienen en funciones tan diversas, como la digestión de alimentos, la producción de micro nutrientes (como es el caso de la vitamina K), la inactividad de substancias tóxicas provenientes de vegetales, o substancias cancerígenas, o la degradación de drogas. En compensación algunas bacterias, mediante mediadores químicos, activan genes de las células epiteliales, induciéndolas a que estas produzcan substancias nutritivas, especialmente azúcares, necesarias para su metabolismo y mantenimiento.

Es importante la función bacteriana en los procesos de digestión de los alimentos, que permiten al organismo digerir estructuras químicas provenientes de las plantas que normalmente el organismo no puede degradar. Es así como enzimas bacterianas degradan las fibras vegetales, y polisacáridos estructurales, permitiendo la accesibilidad a nutrientes, que de otra forma el organismo no podría aprovechar. Algunos estiman que esto podría llegar a significar un incremento de hasta el 30% de calorías extras.

El normal funcionamiento de todos estos procesos es lo que se puede llamar un medio ambiente saludable, que se logra al impedir el desarrollo de gérmenes patógenos. Son estas ventajas de interacciones las que se producen entre flora microbiana y la mucosa intestinal, las que se alteran en un medio ambiente contaminado con microorganismos patógenos que interfieren en la interacción "mucosa-flora microbiana". El daño, que es económico y mantenido, lo producen tanto por la acción de toxinas bacterianas que actúan sobre la mucosa y el organismo humano, como por la acción directa de estos gérmenes patógenos sobre la flora intestinal.

Grandes son los beneficios de un medio ambiente saludable, como el que ya se está alcanzando en nuestro país, que se traduce en una evidente mejoría de la calidad de vida de todos. Para ello ha requerido del desarrollo e implementación de una adecuada estrategia a largo plazo y de una fuerte inversión de recursos económicos, pero los resultados más que lo justifican.


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