Convivencia y sociedad humana
( Publicado en Revista Creces, Agosto 1988 )

La convivencia armónica constituye un anhelo espiritual y moral de la humanidad. Lamentablemente, nuestros actos, individuales y de grupo, nada hacen para alcanzar señalada meta. Un vistazo al mundo animal nos permite apreciar como en algunas comunidades se logra este objetivo buscado con tan poco éxito por el género humano.

En toda sociedad las posibilidades de progreso y bienestar dependen estrechamente de que se logre un adecuado nivel de convivencia de todos sus componentes, de modo que el interés individual se posponga en beneficio del bien de toda la comunidad. La no convivencia y falta de sentido de solidaridad en sus grados extremos llevan, inevitablemente, al caos y al triunfo del más fuerte.

En nuestra sociedad la convivencia deja mucho que desear. A muchos preocupan la inflexibilidad, la descalificación y las posiciones extremas que actualmente estamos observando. Ello constituye un serio escollo para alcanzar el bienestar y la justicia que tanto se desea. Es un hecho que la lucha por el poder distorsiona la convivencia.

Es necesario analizar las raíces profundas del problema, que seguramente están dentro de nosotros mismos. La especie humana nunca ha logrado convivir armónicamente, pero ¿Será posible llegar a normas básicas que permitan una cierta convivencia o, simplemente, tenemos que aceptar esa situación como utópica?.


La convivencia en la sociedad ideal

Las hormigas (y otros insectos) parecen haber alcanzado un modelo de sociedad perfecta. Al observarlas, pareciera que ellas se entienden entre si y que cada una logra desempeñar una función específica, y que del trabajo conjunto se logra una armónica vida de colonia. En ellas se desdibuja el individuo para tomar importancia la sociedad como un todo, se producen, incluso, altruismos supremos que llevan hasta la muerte individual en beneficio de toda la sociedad. Llama la atención que las colonias no son pequeñas y tienen, por lo general, 20 millones de individuos. Recientemente se descubrió en Japón la existencia de una gran colonia que estaba formada por 360 millones de hormigas trabajadoras y 1.080 reinas, y todas vivían armónicamente, sin pleitos y sin guerras. ¿Cómo logran esa armonía social? ¿Podría la especie humana imitarlas para lograr igual objetivo?.

Desde el punto de vista biológico, la primera característica que produce admiración es la perfección de sus sistemas de comunicación, en que la información rápidamente alcanza una cobertura total. Para ello, las hormigas producen sustancias químicas para las cuales todas tienen receptores adecuados que captan rápidamente el mensaje. Llama también la atención la especialización del trabajo y la perfecta limitación de los roles y responsabilidades de cada miembro de la comunidad. Por otra parte, todas parecen sentirse protegidas, porque poseen un perfecto sistema de defensa frente a agresiones externas.

También las abejas forman una sociedad que podríamos llamar perfecta, muy semejante a la sociedad de las hormigas. También tienen un eficiente sistema de comunicación a través de feromonas y un probado sistema de defensa de la comunidad frente a cualquier agresor. Una abeja, al picar al agresor, se sacrifica y debe morir, pero junto con eso libera una feromona que estimula la agresividad de toda la colonia, que sale a la defensa. Tal vez la característica más importante de ello, y que da mayor estabilidad a la sociedad, es la jerarquización de las estructuras, junto a la división del trabajo, con roles perfectamente definidos.

Otra sociedad perfecta se logra en la funcionalidad de un organismo multicelular, como puede ser el organismo de animales superiores o incluso el organismo humano. Las células, que son las unidades básicas, se juntan para formar órganos y tejidos, y cada uno de ellos desempeñan funciones muy específicas. También aquí, como en el caso de las hormigas y de las abejas, la perfección depende de la eficiencia de la comunicación, a través de sustancias químicas (hormonas, factores de crecimiento, neurotransmisores, etc.) o por medio de impulsos nerviosos.

También la armonía se basa en la diferenciación de los roles y las funciones que debe desempeñar cada célula, de cada tejido. También en el sistema está presente el altruismo como una demostración del interés de la comunidad sobre el interés individual. Así, por ejemplo, si al sistema ingresan substancias tóxicas, las células hepáticas se sacrifican en el esfuerzo por destruirlas. En la defensa de un organismo complejo entra, además, a jugar su rol otro factor la "policía interna". Se trata del sistema inmunológico, que está en constante vigilancia y cuya acción llega a todas las células de los distintos órganos, impidiendo cualquier desorden y, por lo tanto, coartando la libertad individual. Con frecuencia algunas células tratan de salirse del orden establecido, y en ellas se altera su comunidad genética. Sin que aparentemente haya una lógica comienza a dividirse sin tasa ni medida. La policía interna, representada por células inmunológicas drásticas (llamadas incluso ""células asesinas""), rápidamente destruyen a la célula anacrónica. Si el sistema de policía es sobrepasado, la rápida multiplicación de aquella lleva a la formación de un tumor que manda como emisarios células anacrónicas a otros tejidos, formando metástasis. El resultado final es el caos, la muerte.

¿Por qué los insectos y las células de un organismo logran esta armonía social perfecta, que permite en un caso la preservación de la especie y en el otro el crecimiento y desarrollo de un organismo?, ¿Por qué la sociedad humana no puede alcanzar esa perfección y esa uniformidad de comportamiento?. Creo que hay una razón fundamental. Tanto en la colonia de hormigas y abejas como en el organismo animal, hay un claro sentido de unidad y de pertenencia. Ello se produce en el caso de los insectos porque todos los individuos derivan de uno solo, es decir, derivan de una reina fertilizada y todos ellos son iguales. En el caso del organismo animal también derivan de una sola célula: el huevo fertilizado. Más tarde, en ambos casos, hay un proceso de diferenciación. En el caso de las hormigas, se diferencian en reinas, soldados, obreras y reproductores.

En el caso del organismo animal, se diferencian en células hepáticas, cerebrales, renales pulmonares, esplénicas, etc. Sin embargo, a pesar de esta diferenciación aparente, todas son iguales y mantienen la unidad, porque todas poseen la misma información genética. Esta es, tal vez, la gran diferencia con los seres humanos. Los hombres no son iguales. Más aún, cada uno tiene su propia estructura genética y, por lo tanto, su propia capacidad de decisión.

Es ésa la primera y gran imposibilidad de que la sociedad humana alcance la perfección de la sociedad de las hormigas o la perfección de la funcionalidad del organismo animal. En el organismo animal cada célula posee la información total del organismo y, teóricamente, a partir de una de ellas es posible volver a crear un organismo nuevo y entero. Necesariamente son unitarios y tienen un perfecto sentido de pertenencia. Ellas, en conjunto, representan un todo porque genéticamente son unitarias. No es posible concebir que en condiciones normales haya comportamientos individualistas. Salvo las células cancerosas se comportan así, porque pierden la unidad genética y pasan a ser distintas.

Las especies animales superiores, y también el hombre, se caracterizan por su tendencia a la individualidad. A medida que se avanza en la escala zoológica ello se hace más evidente. Incluso biológicamente se va perfeccionando un sistema que le permite al organismo diferenciar lo propio de lo ajeno, y ello, tal vez, ocurre porque es fundamental para la preservación de las especies más complejas y avanzadas. Es así como los mamíferos y el hombre han llegado a perfeccionar complejos mecanismos individualizantes. Un ejemplo de ello es el sistema inmunológico, cuya función última es distinguir lo propio de lo ajeno, para rechazar lo ajeno y proteger lo propio.

Ello permite una mejor posibilidad para adaptarse al medio y para que pueda así sobrevivir el más fuerte. Tal vez un ejemplo dramático es el niño de la burbuja, que nació con un defecto genético que afectaba a este mecanismo individualizante. Hubo que construirle una burbuja para que sobreviviera, pero su destino fue efímero, pues falleció al cabo de pocos años. A su vez, la perfección del sistema inmunológico permite rechazar lo ajeno, y es por eso que se rechaza un corazón o un riñón que se quiere implantar. Para que el proceso tenga éxito, hay que impedir la acción de este mecanismo defensivo o destruirlo por medio de drogas o por irradiación. Biológica y psicológicamente, cada individuo tiene conciencia de su individualidad. Tal vez por esto parece poco probable que se alcance la meta de "amar al prójimo como a si mismo". Se puede sí amar, pero no se puede llegar a identificarse. Me parece que ésta es la segunda limitante para que la sociedad humana llegue a la perfección de la sociedad de las hormigas o de las abejas. En resumen, dos elementos aparecen como diferencias fundamentales: cada individuo es diferente a otro, por lo que sus reacciones ante el medio y su percepción de los hechos pueden ser diferentes; y, además, cada hombre es un ente individual y si bien para su sobrevivencia se ve en la necesidad de asociarse, no pierde su individualidad.


Presencia de los instintos

Con todo, la diferencia y la individualidad han representado ventajas para los organismos superiores, ya que éstos han podido sobrevivir. Al igual que ellos, el Hombre tiene la capacidad de aprender y sortear así, los obstáculos que en el medio puedan aparecer. Pero aún más, el Hombre adquirió la capacidad de discernir y, por lo tanto, de escoger frente a diversas alternativas. Frente a ellas, ha sido también capaz de adaptarse. Es decir, la especie humana es inteligente y por esta capacidad ha logrado adaptar su sistema de convivencia social. A diferencia de las hormigas, ha sido capaz de progresar y vivir más y mejor. Por el contrario, la convivencia perfecta de las hormigas no permite cambio y lo probable es que su estabilidad se pierda en el tiempo sin mayor expectativa.

Sin embargo, hay que reconocer que el proceso de cambio y adaptación no ha sido fácil para la especie humana, porque sus ancestros biológicos están aún presentes en la genética de la especie y siempre están influyendo en su comportamiento social. La libertad humana está, de alguna manera, restringida o entrabada por la presencia de los instintos.

¿Qué son los instintos?. Hasta ahora había sido sólo una palabra que utilizábamos para ocultar nuestra ignorancia frente al comportamiento de los animales y de los Hombres. Hoy sabemos que son mandatos genéticos que en un tiempo remoto fueron fundamentales para la preservación de la especie. Es necesario aceptar que el comportamiento humano no sólo está influido por el aprendizaje, la tradición, los cambios históricos, las ideologías, o que se deba al producto de la maquinación de las clases dominantes. Detrás hay, también, otro factor cuya importancia no podemos cuantificar y que son los instintos presentes en el reservorio genético que pertenece a la especie. No podemos afirmar que sean negativos, porque aún hoy son indispensables para la preservación de la misma.

En los animales el comportamiento está regido por los instintos. Observemos a una gata y vamos a comprobar que, en un momento de su desarrollo, periódicamente entra en celo. El mensaje lo captan varios gatos y como consecuencia de ello se llega a la copulación. A esto lo llamamos "instinto sexual". Más tarde la gata adopta un comportamiento muy específico, tanto durante el embarazo como durante el alumbramiento. Luego, una vez producido éste, aparece lo que hemos llamado "el instinto maternal", que le permite cuidar al débil recién nacido, logrando que éste sobreviva. Este último también adopta comportamientos específicos. Así, por ejemplo, demuestra un reflejo de succión y busca el pezón de la madre para alimentarse.

Nadie ha enseñado esos comportamientos ni a la gata, ni al gato, ni al gatito, por lo que necesariamente debemos aceptar que dichos comportamientos estaban programados aun antes de que ellos nacieran y que se han estado transmitiendo de generación en generación a través del código genético radicado en los genes. Ello es parte del reservorio genético que pertenece a la especie y cuya traducción en un comportamiento llamamos "instinto".

Si imaginamos que por algún error genético algunas de estas informaciones no están presentes en el gato, la gata o el gatito, no se podrán reproducir. Si la gata no tiene la información necesaria para que en ella se despierte el celo, o el gato no tiene la información para captar el mensaje, o si la gata no tiene la información para desarrollar el instinto maternal, o si el gatito no tiene la información del instinto de succión, se interrumpe el proceso de reproducción. Este es el mecanismo por el cual se eliminan los genes erróneos, preservándose aquellos que son útiles tanto para la vida del individuo o la preservación de la especie. Al no ser nocivos, esos genes se preservan y es por eso que en el Hombre están aún presentes genes ancestrales, producto de la evolución, y que condicionan comportamientos actuales.

Con todo, hay diferencias fundamentales entre las especies animales superiores y la especie humana. En los primeros su comportamiento está regido básicamente por los instintos, con limitada capacidad de aprendizaje y adaptación frente a cambios ambientales. Ellos tienen que obedecer, por ejemplo, a los instintos de agresión, al instinto de sumisión, al instinto de dominancia, al instinto sexual o al instinto de territorialidad, o a muchos otros instintos que se han mantenido como útiles para preservar la especie.

Los miembros de la especie humana, en cambio, aún cuando están presentes en ellos muchos de esos instintos, tienen por su inteligencia muchas más posibilidades de aprender y mayor libertad para variar su comportamiento y actitudes. Sin embargo, no podemos negar que los instintos están presentes. En muchos de los comportamientos de los animales nos parece reconocer comportamientos humanos: las estructuras de la familia, los parentescos, los sistemas de comunicación, la división del trabajo, las estructuras jerárquicas de clase, las actitudes durante el cortejo, las rivalidades entre hermanos, el tratamiento diferencial de los diversos miembros del grupo, los extraños rituales de dominancia y sumisión, así como la competencia y/o colaboración en el reparto de los alimentos o la distribución del espacio vital y la vida en pareja. Los estudiosos del comportamiento de animales como el chimpancé, el orangután, el babuino, los lobos, los coyotes, etc., no dejan de sorprenderse por estas semejanzas. Tal vez en el instinto de territorialidad de los animales está la base de lo que llamamos el derecho de propiedad, que muchos estiman como inherente al ser humano.

En el hombre, muchas veces, estos instintos se ocultan o aminoran porque la sociedad así lo exige, y no llegan a traducirse claramente en comportamientos. A veces la sociedad humana puede prohibir o torcer estos instintos, pero siempre estarán presentes en la carga genética de los individuos y en determinadas circunstancias volverán a traducirse en actitudes y comportamientos. Tal vez por eso hayan fracasado continuamente las tendencias colectivistas y los sistemas sociales que limitan el interés individual.

Ha sido el gran don de la inteligencia el que, en la especie humana, ha permitido la convivencia en circunstancias tan diferentes a la del Hombre primitivo. La sociedad moderna ha exigido el control de esos instintos, pero no podemos desconocer que están escritos biológicamente en nuestro código genético y muchas veces nos impelen al individualismo, la agresión, la dominación y el comportamiento rapaz.

Larga ha sido la historia de la evolución humana desde que el Hombre, por primera vez, se irguió en dos piernas hasta los tiempos actuales. En un tiempo remoto sólo necesitó de la sociedad familiar para ser cazador y recolector. Luego se transformó en sedentario y cultivador, por lo cual tuvo que adaptarse para vivir en tribus y supertribus. Ello fue necesario para lograr la eficiencia del sistema económico y para defenderse de sus enemigos. Ya entonces la sociedad exigió la limitación de la expresión libre de los instintos porque así lo exigía la convivencia. Tal vez allí nació el concepto del pecado y la necesidad de castigo y repudio a quien transgredía las normas. En este sentido, las Tablas de la Ley entregadas a Moisés, aparte de aceptación de la divinidad, no son otra cosa que normas limitantes para la expresión de los instintos.

El instinto de la exploración y búsqueda, que también vemos en los simios, fue en el Hombre mucho más eficiente por el desarrollo de su masa encefálica y su inteligencia. Fue así como acumuló conocimientos que le permitieron transformarse en la especie dominante. La sucesión de experiencias y conocimientos fue cambiando y haciendo más complejo su sistema de vida, y en forma continua tuvo que irse adaptando a ello. El proceso, que por mucho tiempo fue lento, lo llevó finalmente a la etapa de explosión de los conocimientos del siglo actual. Nuevas readaptaciones han tenido que sucederse. Como consecuencia de los mismos conocimientos, el Hombre fue capaz de controlar la adversidad del medio ambiente, disminuyendo la muerte prematura, lo que significó el crecimiento exponencial del número de individuos. En la actualidad está entrando una nueva etapa, en que la comunicación se ha perfeccionado hasta lo increíble. Esto, junto a la posibilidad de desplazamiento a lugares más distantes o remotos, ha creado un nuevo escenario en que el total de la población comienza a estar interrelacionada y a ser interdependiente.

Todos estos tremendos cambios, productos de la capacidad individual de búsqueda e investigación, han hecho cada vez más compleja la sociedad humana. Lo increíble es que hasta ahora el Hombre ha sido exitoso en su capacidad de adaptación a estos nuevos cambios, pero sigue siendo individualista en su actitud frente a la especie. Si no, no se explicarían las tremendas diferencias creadas dentro de las sociedades, grupos y regiones del mundo. Mientras unos pocos viven en la abundancia, muchos viven en la miseria y la desesperación. Hasta ahora el Hombre ha sido capaz de responder como individuo, pero no se visualiza una capacidad de responder como especie humana.

Esto, biológicamente, se explica porque el tiempo transcurrido ha sido demasiado corto como para permitir que se produzcan cambios adaptativos en la evolución genética. Lo que llamamos civilización representa, tal vez, sólo segundos en la historia evolutiva del hombre. Aunque muchos lo deseen, es poco probable que surja "el Hombre nuevo", menos individualista y más solidario. En la búsqueda de la convivencia social tenemos que reconocer esta realidad e incorporarla como un elemento que no podemos olvidar. A veces hemos visto comportamientos solidarios, pero ellos son transitorios; cuando, por ejemplo, la sociedad es atacada, o ante la inminencia de catástrofes que ponen en riesgo la sobrevivencia. Pasando el peligro, renace la individualidad.


El instinto del poder y la dominancia

Como en las especies animales, también está presente en el Hombre el instinto del poder y la dominancia. Tal vez sea el más fuerte de todos. Como dice Nietzsche, "siempre que encuentro a un ser vivo, descubro la voluntad de poder". El instinto del poder ha sido fundamental para el desarrollo y la organización de las sociedades animales y también, de la sociedad humana. La estructura de poder es indispensable en cualquiera sociedad, pero también es indispensable su regulación. Cualquier sociedad exige reprimir este instinto que está en cada ser humano. Con el arribo de la civilización, y tal vez desde antes, el Hombre ha tratado de ocultar, considerándolo una característica no atractiva junto con el instinto de la violencia y la agresividad, con el que a menudo se lo confunde. Sin embargo, el instinto del poder se refleja a diario en la búsqueda de bienes y dinero, como también en la búsqueda de estatus y reconocimiento.

La convivencia social exige la regulación del juego del poder para evitar abusos, injusticias extremas e, incluso, situaciones caóticas. Sin embargo, son numerosas las ocasiones en que la lucha por el poder llega a ser cruenta... pero casi siempre disfrazada, porque la sociedad lo considera como un instinto reprobable. Es frecuente que quien busca el poder no lo diga y, en cambio, afirme que sus esfuerzos van dirigidos a la búsqueda del bien común, a eliminar la injusticia o a proteger a los pobres y desvalidos. Tanto los que desean mantener el poder como los que desean alcanzarlo, utilizan los mismos argumentos.

En las sociedades avanzadas y afluentes, la lucha por el poder está también presente, pero la sociedad ha logrado progresos, al menos para contrarrestar los efectos negativos de injusticias y desigualdades. También ha logrado progresar en los sistemas de transferencia del poder público. En cambio, en las sociedades más pobres y menos desarrolladas la lucha por el poder es más desatada, llegando a ser causa y consecuencia de grandes desigualdades e injusticias. Con frecuencia se le unen la descalificación o la agresión, y hasta el crimen. Son también característicos la inflexibilidad y el pensamiento rígido, y la adhesión ciega a doctrinas e ideologías que llevan a polarizaciones irreconciliables. Frecuentemente, en la lucha por el poder se llega a comprometer todas las estructuras de la sociedad. Es así como se distorsionan los roles de las organizaciones sociales, de trabajadores, de profesionales, de educadores, de educandos, religiosas y militares. En el juego del poder todas ellas esgrimen argumentos aparentemente válidos para justificar esta invasión de roles que no les corresponden. Es así como la confusión de roles, producida por el torbellino de la lucha por el poder, pasa a ser una importante causa de la pérdida de la convivencia social.


Necesidad de convivencia

Es efectivo que nuestra convivencia deja mucho que desear y que en los últimos tiempos se ha deteriorado aún más. Ello nos obliga a la meditación, porque la normal convivencia es indispensable para alcanzar el bienestar económico y social. Parece una paradoja que aquellas sociedades que más urgentemente requieren de la armonía social son, precisamente, las que tienen más dificultad para alcanzarla.

Debemos buscar la convivencia, aun aceptando al Hombre individualista. Pretender cambiarlo es hacernos ilusiones que no se cumplirán. Es indispensable lograr un sistema en que, existiendo intereses individuales, éstos no interfieran con los intereses de la comunidad. Del progreso y la eficiencia de la comunidad dependen el bienestar y la seguridad del individuo. A su vez, del esfuerzo e interés del individuo depende el destino de la sociedad. Creo que si se llegara a internalizar este concepto se lograría la unidad social, y con un sentido de pertenencia a ella, lo que es tan necesario para consolidar su unidad.

El hombre, como hemos afirmado, es genéticamente diferente. No hay dos hombres iguales (salvo los gemelos). Son, entonces, diferentes sus capacidades, sus reacciones; han sido diferentes sus vivencias y es también diferente su nivel de información y conocimiento. Aceptando esta diversidad, todos los individuos merecen respeto, al igual que sus ideologías y formas de pensar. Nadie debiera pretender poseer la verdad exclusiva. Lo que no es aceptable es el dogma y el fanatismo. Ellos llevan en sí el germen de la destrucción de la convivencia humana.

No basta la aceptación; debe buscarse también la participación de todos los miembros de la comunidad para lograr, así, convivencia y el sentido de unidad.

Finalmente, la sociedad debe regular el ejercicio del poder para evitar los vicios de su mal uso. Deben evitarse el poder absoluto y el abuso de poder, como también el engaño y la instrumentación de individuos y estructuras como método para alcanzar el poder. Debe regularse, también, de modo que el poder se utilice para el bien de la comunidad por sobre el bien del individuo.

Necesitamos de la convivencia armónica, como un anhelo espiritual y moral de la humanidad y como un mecanismo para alcanzar la vida digna para todos los miembros que componen la sociedad humana. Debiéramos hacer cuanto podamos para alcanzarlo, aunque sabemos que no es fácil para nuestras limitaciones humanas.


0 Respuestas

Deje una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados.*

Buscar



Recibe los artículos en tu correo.

Le enviaremos las últimas noticias directamente en su bandeja de entrada