Ciencia, política e ideología
( Publicado en Revista Creces, Julio 1989 )

La política, el "arte de lo posible", no debe desdeñar aquellas conclusiones de la ciencia que readecuen su base epistemológica de acción. Si la realidad de la política es la organización de las sociedades humanas, su acción tiene que fundarse en lo que la ciencia pueda decirle acerca del hombre en términos reales.

El desarrollo científico y filosófico de la ciencia no se ha incorporado a la cultura política e ideológica en la misma medida de su producción. Un cierto atraso es normal, pero del siglo pasado ese atraso ha aumentado considerablemente. Algunos campos del conocimiento donde el atraso es notorio merecen ser destacados.


La caída del positivismo científico

El positivismo lógico de comienzos del siglo pasado esperaba construir un sistema de conocimiento que se aproximara cada vez más a la "verdad". Todo parecía un problema de tiempo y dedicación. La totalidad cognitiva era, se suponía, única y podría ser tratada y comprendida al conocerse más y más regularidades fundamentales (leyes, teorías o modelos). En realidad, esa actitud cultural y científica era, ideológicamente, totalitaria. Los matemáticos y lógicos creían que con un conjunto finito o infinito de axiomas se podría demostrar cualquier teorema. La mecánica newtoniana, la ley de gravitación universal, la teoría de la evolución, la teoría de la relatividad, el materialismo dialéctico, entre otras, son aproximaciones que pretenden comprender la totalidad del universo. Paralelamente a esta tendencia, otros pensadores se dedicaron a estudiar los criterios de demarcación de la ciencia; definir en forma experimental y operacional la validez y significado de la ciencia, y estudiar la completud y consistencia de los sistemas de axiomas (en lógica y matemática). Estos estudios cambiaron radicalmente la apreciación de la ciencia. No es posible en lógica o en algún sistema aritmetizable encontrar un conjunto de axiomas que sea a la vez completo y consistente (Godel, 1931). Los filósofos de la ciencia concluyeron que todo conocimiento es conjetural y que las teorías e hipótesis no pueden ser consideradas como científicas si no se les puede someter a pruebas experimentales (u observacionales) indefinidamente (Popper), y por lo tanto al riesgo de ser falsas; de allí que la ciencia misma debe ser concebida más como proyectos explicativos alternos, y a veces contradictorios, que como un único sistema explicativo (Lakatos). Así el positivismo se derrumbó y la tendencia totalizante se desvaneció. Otra cosa es que en un momento dado no haya teorías alternativas a la propuesta hecha por algún brillante pensador y, entonces, ésta aparezca como la única.

Desgraciadamente, la exagerada confianza y el excesivo valor que el positivismo concedió a la ciencia (que es tan sólo una de las múltiples actividades humanas) trascendió a toda la instrucción (educación) formal, fijándose en la estructura ideológica. Un esbozo de disidencia científica del positivismo se encuentra en los trabajos de Mendel. Demuestra que las alternativas biológicas no sólo se dan, sino que hay regularidades en su transmisión que garantizan su permanencia a través de las generaciones; además, estas regularidades son probables, y no leyes absolutas y totalitarias, por lo demás acotadas a las especies sexuadas. Concordantemente con este análisis, los trabajos de Mendel (1965) no pudieron ser entendidos, ni menos valorados, por sus contemporáneos (incluido Darwin, a quien Mendel se los envió). Cuando se redescubrieron 35 años después, obviamente, les pusieron "leyes de Mendel".

En resumen, no hay asidero para el totalitarismo o unitarismo en las concepciones y valoraciones del mundo dentro del ámbito científico. Cualquier pretensión de interpretación única o totalitaria del mundo viene de un prejuicio o creencia previa a la conceptualización científica. De allí que pretender que la (o una) sociedad sea capitalista, mercantilista, socialista, comunista, tribal, feudal, monárquica, es una de las tantas creencias o esperanzas de mejor desarrollo que tiene el mismo valor que las otras. Es notable que aún se pretenda que la ciencia valida que un sistema social sea mejor o peor que otro dado que, por ejemplo, hay más o menos automóviles o crímenes políticos o desnutrición o éxitos deportivos o publicaciones científicas por habitante. Podemos preguntarnos, simplemente, cuántos parámetros hay para evaluar o comparar sociedades, y tener una respuesta: son incontables. Entonces, nos preguntamos si tienen importancias distintas, y nos queda claro que para asignar importancia tenemos que tomar en cuenta nuestras creencias e ideología. Más aún, el solo hecho de escoger un conjunto de parámetros es una decisión valorada, ya que siempre que se escoge algunos, se descarta simultáneamente otros. La ciencia podrá responder cuál sea el modelo mejor evidenciado que explica cómo se han producido las diferencias en las sociedades comparadas, pero no puede dar un juicio de valor sobre cuál sea mejor. Hay situaciones contradictorias: una sociedad muy tecnificada tiene una alta tasa de suicidios infantiles. Una cultura tribal no tiene por qué ser considerada inferior a una cultura altamente tecnificada y socializada: son distintas.

Es importante enfatizar que esta concepción nada tiene que ver con la creencia de que la realidad es una sola. La ciencia comprende una interpretación de parcialidades de la realidad, y por lo tanto son la actividad mental de los científicos y sus concepciones las que se realizan desde puntos de vista diferentes. Desde Platón y Aristóteles se trató de concebir la ciencia como la búsqueda de las generalidades comunes a los seres del universo. Tal posición parece no ser suficiente; las generalidades o leyes no explican la totalidad de las particularidades, aunque sirven como una base firme desde donde explicarlas. El Hombre necesita conocer, entender y comprender los fenómenos de su historia y circunstancia particulares para estar satisfecho intelectualmente.


Polimorfismos, igualdad y desigualdad humanas

Se entiende por polimorfismo la existencia de alternativas biológicas en una especie. De todos es conocido el polimorfismo de los grupos sanguíneos ABO y Rh, y obviamente el diformismo de los seres humanos. Se calcula en el Hombre unos 100.000 genes (lugares génicos o loci), algunas medidas revelan que aproximadamente un cuarto es polimórfico. Sin embargo, cabe recordar que pertenecemos (es decir, compartimos similaridades) a los animales eucariotes, pluricelulares, vertebrados, mamíferos, primates, hominidos; es decir, toda diferencia entre humanos se da en un contexto de similaridades enormes; los mismos genes polimórficos son iguales para la mayor parte de sus nucleótidos. Cuando se hace énfasis en las diferencias (y no por motivos docentes) se procede desde un campo valórico, al igual que cuando se lo hace en las igualdades. De hecho, molecularmente, incluyendo las diferencias sexuales, el porcentaje sobre el cual se puede dar el polimorfismo no es superior al 4 por ciento del genoma. Otro problema es cuánto se integra en diferentes fenotipos la interacción de igualdades y desigualdades. Por ejemplo, cabe preguntarse si las preferencias políticas, religiosas o ideológicas, o el acceso a los distintos estratos socioeconómicos, tienen algún componente genético polimórfico. O bien si en la vocación profesional tiene alguna participación la dotación genética diferencial de los individuos. Contrariamente a lo que nuestra cultura nos ha transmitido (que esta sola pregunta ya nos enmarca en un contexto racista), resolver científicamente la interrogante destruye las posiciones racistas o antirracistas, que, por extremistas, comparten la posición totalitaria. El racismo supone que hay una distinción cualitativa entre los grupos con diferente historia ancestral; es más, supone (valorativamente) que unos grupos son "mejores" que otros. El antirracista dice que hay tal variabilidad entre los grupos que las diferencias entre grupos (valorativamente) no existen. Unos valoran las desigualdades y otros las igualdades, desproporcionadamente. Las razas como fenómeno histórico-culturales, incluidos los genéticos evolutivos, existen; las diferencias cuantitativas existen, pero se dan en un marco de igualdades inmensamente superior. Cualquier régimen político que no logre considerar en sus medidas concretas de gobierno esta realidad dialéctica, tendrá serios problemas.

Ya no es posible negar el polimorfismo de las percepciones: de todos son conocidos el daltonismo y su determinación genética, pero hay numerosas otras anomalías de la visión de colores que tienen origen genético. Las capacidades auditivas, y en general las sensoriales, si bien pueden educarse, refieren su variabilidad a un fondo genético. El tiempo de maduración del sistema nervioso, y los tiempos de crecimiento y desarrollo, presentan una variabilidad de innegable origen genético. Las dislexias, que en algún tiempo se supusieron resultado de conflictos familiares, se explican ahora (y con muchas evidencias) por deficiencias en la migración y muerte de las neuronas. En muchas enfermedades mentales se ha encontrado un componente genético (esquizofrenia, psicosis maníaco-depresiva, incluso en formas de personalidad propensa al alcoholismo, epilepsias). Es evidente, entonces, un gran polimorfismo del sistema nervioso, que es el asiento físico de nuestros pensamientos, sentimientos, valores, actitudes, habilidades, vocaciones.


Ciencia de la moral, ideología y política

Si bien los actuales estudiosos de la ideología no vislumbran (en general) claramente una relación entre las ciencias naturales y los campos políticos y morales, no cabe duda de que la biología de la conducta humana (Lorenz, Tinbergen, Eysenck) ha progresado a tal punto que no es posible ya mantener separados estos campos. Por otra parte, la "ideología" se ha precisado notablemente: Destutt de Tracy, Marx, Trostki, Lenin, Durkheim, Weber, Mannheim. El denominador común de estos pensadores es la "decisión humana", que se vincula con la "acción humana". La preferencia, el deber ser, la adhesión a un pensamiento, sentimiento o praxis, las posiciones positivas, negativas o neutras frente a una concepción o sentimiento del universo, la moral preconvencional, convencional o autónoma, el eje psicosocial conservantismo-variacionismo y muchas otras variables psicosociomorales son objeto de investigaciones rigurosas e, incluso, de mediciones psicométricas. La ontogenia (el desarrollo durante la vida) de la moral o de los valores se estudia rigurosamente desde principios de siglo pasado (Piaget). Por otra parte, el estudio neurológico de las funciones cerebrales superiores, incluida la toma de decisiones, ha hecho un progreso notable. La estratificación social (distinta de la distribución social en clases) ha sido objeto de precisiones notables (en Chile, O. Sepúlveda; en Bélgica, Graffar; y la Escuela sociológica inglesa). Variables como poder, prestigio, ocupación, ingreso, estilo de vida, nivel educacional, barrio y otras, y sus mediciones acuciosas, entran ordinariamente en los estudios. En Chile no es posible ignorar la clara estratificación sociogenética que condiciona el ingreso y destino en el sistema educacional, ni tampoco la distribución de la patología e incluso de la forma corporal medida por la antropometría.

La ideología con fines operacionales puede concebirse como la visión (concepción) y valoración del mundo con trascendencia social; la moral abarcaría además el plano individual. El problema de la libertad o el determinismo en la adquisición de una determinada moral o ideología es trascendente, pero escapa a este artículo. Otro problema de fondo es si las valoraciones son transferibles de un individuo o grupo a otro; es decir, si toda auténtica visión y valoración de mundo no posee elementos individúales o grupales irreductibles (protovaloraciones individuales o colectivas). Las investigaciones sobre la génesis del conocimiento humano indican, cada vez con evidencias más demostrativas, que nuestras verdades son evidentes para nosotros y que su traspaso a otros pasa por un filtro tan importante como es el lenguaje (Wittgenstein, Quine; en Chile, Maturana y Varela). Entonces, parece ser que el polimorfismo ideológico irreductible (que es muy probable que tenga como base al polimorfismo genético-cultural) condiciona al sistema social y de gobierno, haciendo más estable y menos generador de sufrimiento al sistema pluralista, tolerante, democrático. No hablamos aquí solamente del sistema de votaciones o de participación de mayorías con respeto a minorías. Lo fundamental es el convencimiento y la valoración (o sea incorporar en nuestra ideología en forma recursiva) de este polimorfismo ideológico irreductible. La democracia, así entendida, considera que todas las ideologías, por ser el producto de la acción humana, tienen el mismo valor en su plano; no es ético, según esta concepción imponer, sea directa, o implícitamente por los hechos consumados, una ideología, aunque sea la democrática.



Carlos Y. Valenzuela

Facultad de Medicina
Universidad de Chile 1989



Para saber más


- Gerardo Pastor Ramos: Ideologías, su medición psicosocial.

- Biblioteca de Psicología. 16 Herder. 1986. Barcelona.

- Carlos Y Valenzuela y cols.: Gradiente sociogenético en la población chilena. Rev. Med. Chile. 115, 4, 295-299, 1987.

- Rafael Echeverría: El Búho de Minerva. /C.


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