La sociobióloga
( Publicado en Revista Creces, Junio 1981 )

Hipótesis de Edward Osborne Wilson divide a los científicos. Sostiene que el comportamiento está determinado genéticamente; luego, actuaríamos programados como robots sin que la sociedad ejerciera moldeo alguno. Marxistas lo descalifican y cristianos lo excomulgan. ¿Y usted, qué piensa?

La sociobiología, una nueva disciplina que se ha definido como "el estudio de las bases biológicas del comportamiento social", está provocando una tremenda reacción en los medios científicos, políticos, sociológicos y religiosos. Para unos, constituye un avance científico fundamental. Para otros, es una superchería y un escándalo político e ideológico.

El nombre de Edward Osborne Wilson, eminente profesor de ciencia de la Universidad de Harvard, divide a la opinión entre sus partidarios y sus acérrimos enemigos.
En sus dos libros, "Sociobiología, la Nueva Síntesis" y el más reciente (1980) "Sobre la Naturaleza Humana", trata de demostrar que la Sociobiología es una doctrina medular para comprender la humanidad actual y la pretérita.


Modelo en insectos

Wilson es una autoridad en el estudio e investigación del comportamiento social de los insectos. Hasta sus detractores están de acuerdo en ello. Lo que éstos no aceptan es que sus hallazgos los extrapone tan fácilmente a la sociedad humana. De acuerdo con él, el comportamiento social de los insectos está genéticamente determinado, e igual cosa sucede en todas las especies animales, lo que permite la preservación de las especies.

La idea de fondo consiste en que los genes, que transmiten los caracteres hereditarios de una generación a otra, también llevarían la información necesaria para el comportamiento social y que, ese comportamiento social, se aseguraría la preservación de la especie.

Se trata en realidad de una versión moderna del viejo aforismo de Samuel Butler: "El pollo es sólo un huevo, en camino de ser otro huevo".

Este concepto, llevado a sus últimas consecuencias, implicaría que los seres humanos no son libres y actuarían como robots de acuerdo a una programación que ya está en el óvulo y el espermio antes de nacer. Si el comportamiento ya está inscrito en nuestros genes, no podríamos cambiar a mejorar nosotros mismos, ni tampoco mejorar la sociedad a la que pertenecemos. Estos conceptos necesariamente están llamados a despertar violentas reacciones en las esferas políticas y religiosas. "El hombre nuevo" de los marxistas seria una utopía. Los designios divinos del ser humano tampoco cabrían en este contexto.

La sociobiología ha sido vista por los críticos como una justificación para mantener el statu quo. Otros ven reflejados en esta ideología los conceptos de William Shockley, que ha postulado una inferioridad genética de los negros frente a los blancos (Wilson desaprueba esta extensión de su teoría). Hay quienes temen también el uso y abuso político de estos conceptos.


Ínterdisciplina

Recientemente se realizó en Washington una reunión, patrocinada por la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS). En torno al tema, numerosos oradores atacaron duramente a Wilson. Cuando le tocó el turno a él, no lo pudo hacer, ya que fue silenciado por los gritos de "fascista", "nacista", "machista", "sexista", "macho-chovinista" y otros por el estilo. Finalmente, rompieron en su cabeza un gran cartucho con agua.

Muchas veces el debate de la sociobiología se ha colocado, simplistamente, dentro de un marco rígido que enfrenta a los que creen en la herencia como factor fundamental del comportamiento contra los que creen que es el medio el condicionante. Sin embargo, ningún científico se atrevería a afirmar hoy que únicamente la genética o sólo el ambiente, podrían explicar todo el comportamiento humano.

Es evidente que solo es cuestión de grados. Los sociobiologistas sostienen que los genes ejercen una mayor y más profunda influencia que lo que hasta ahora se aceptaba. La discusión se hace difícil por la falta de pruebas científicas concluyentes en uno u otro sentido.


Controversias

En 1860, poco después del nacimiento de las teorías de Darwin de que el hombre desciende del mono, la atribulada señora del Obispo anglicano de Worcester, en Inglaterra, se dice que exclamó: "Ojalá que no sea verdad, pero si lo fuera, recemos para que no llegue a ser conocido".

Recientemente, en la Corte de Justicia de California, se debatió un juicio presentado por un Pastor protestante que impugnaba que en las escuelas no se enseñaban los conceptos bíblicos de la creación del hombre, y en cambio se impartía la teoría de Darwin. El juez dictaminó salomónicamente que ambas debían enseñarse, pero sólo como "teorías". La sociobiología, que en el fondo es una complementación de la teoría Darwiniana con los conocimientos genéticos de hoy, despierta el mismo tipo de controversias.

Lo que sí es cierto es que E. O. Wilson no inventó la sociobiología, sino que definió un campo, basado en sus propias experiencias sumadas a observaciones de muchos otros investigadores. Desarrolló el concepto de "genes específicos" e interrelacionados que influirían en el comportamiento humano, y que se traducirían, por ejemplo, en sentimientos de rencor, agresión, odio, conformidad, homosexualidad, condicionando el comportamiento diferente entre hombres y mujeres.


¿Patrimonio modificable?

La sociobiología sostiene que las instituciones sociales y los hábitos de la humanidad no son simples productos de la tradición, del accidente histórico, de las ideologías o de las maquinaciones de las clases dominantes, sino que se deben a las predisposiciones e impulsos que el animal humano ha desarrollado en el proceso de la evolución biológica, y que pertenecen a la herencia genética de la especie. Difícilmente puede decirse que esta idea es nueva, ya que aún se encontraba en los filósofos de la Antigua Grecia y coincide con las observaciones diarias del sentido común. Los seres humanos nacen indefensos y, durante periodos relativamente prolongados, son físicamente débiles y dependientes, los impulsan deseos sexuales inferiores que se manifiestan en etapas predecibles del desarrollo: los senos y la barba les crecen, existe un desarrollo hormonal, independiente de sus pensamientos y decisiones. Disfrutan un período de vigor y posteriormente envejecen y mueren.

Todas las sociedades toman en consideración esos hechos para establecer sus pautas y normas vitales, y esto permite a los seres humanos entenderse y continuar con la especie a pesar de barreras culturales, lingüísticas y religiosas.



Instintos

Todos los seres vivos obedecerían a las mismas leyes, lo que en definitiva permitiría la evolución de las especies. La teoría tiende a explicar lo que hasta ahora llamamos "instintos", una palabra que suele ocultar la ignorancia frente a los comportamientos de animales y hombres. Un gato, por ejemplo, en cierto momento de su desarrollo experimenta atracción sexual y ello lo lleva a la copulación, lo que permite que la especie continúe. La gata preñada toma también un comportamiento muy específico durante el alumbramiento y luego desarrolla instintos maternales que permiten hacer sobrevivir al débil recién nacido. Este último también tiene un comportamiento muy específico. Así, por ejemplo, nace con un reflejo de succión y busca el pezón de la madre para alimentarse. Todo eso, sin saber cómo sucede, lo llamamos instinto. Según la sociobiología, se explica por la información genética que se ha desarrollado y pertenece a la especie. Nadie enseñó ese comportamiento a la gata o al gatito recién nacido y necesariamente hay que aceptar que ello estaba programado aún antes de nacer, y que se transmitió de una generación a otra a través de los genes.

Si imaginamos que, por problemas genéticos, la información es errada, el individuo que nace probablemente no llegue a reproducirse.

Si la gata no tiene la información de instinto maternal para proteger al recién nacido, necesariamente éste muere. Si a su vez el gatito no tiene la información adecuada para aplicar el reflejo de succión, se desnutre y fallece. Por este mecanismo se eliminan los genes con informaciones erróneas y se transmite y perfecciona sólo aquella información que permite preservar la especie. Frente a estos hechos biológicos se estructura la sociedad felina y se organizan las normas que la rigen. El territorialismo, el comportamiento del macho frente a la hembra y de los machos entre si, obedecerían al mismo mecanismo.


Dos caminos

Frente a cambios ambientales importantes que amenacen la preservación de la especie, cabrían dos alternativas: que la especie desaparezca, como muchas han sucumbido, o que sobrevivan algunos de los individuos que hayan tenido información que resultó adecuada para esos cambios y vuelvan nuevamente a reproducirse transmitiendo esa información, lo que permitiría la evolución y la sobrevivencia de la especie.

Wilson, que se inició como estudiante de entomología y llegó a ser un experto en el comportamiento social de los insectos, postula en sus libros que todas sus observaciones de insectos pueden aplicarse también a los vertebrados. El autor afirma que sus estudios se han concentrado en las sociedades de animales, pero que éstos se pueden aplicar también para entender el comportamiento social del hombre y las organizaciones de las sociedades humanas más rudimentarias que aún sobreviven. Ciervos, lobos, chimpancés y muchísimos otros animales viven en sistemas sociales con características que los seres humanos podrían reconocer como propias, tales como parentescos, sistemas de comunicación, división del trabajo, estructuras jerárquicas de clases, actitudes durante el cortejo, rivalidades entre hermanos, tratamiento diferencial de los miembros del grupo y los extraños rituales de dominancia y sumisión, así como combinaciones específicas de competencia y colaboración en el reparto de los alimentos, espacio vital y parejas.


Modificar comportamientos

Con todo el mismo Wilson señala que no hay que sacar conclusiones apresuradas sobre la invariabilidad genética de la conducta animal. Ella puede variar por ejemplo por la excesiva densidad de población y la abundancia a escasez de alimentos. Pueden influir también las invenciones, la tecnología y los individuos sobresalientes. Wilson presenta el caso de la mona "genio" de nombre Imo, miembro de la manada de macacos que habitan en la isla japonesa de Koshima, quien a la edad de 18 meses inventó el método de lavar papas en el mar y a los cuatro años de edad ideó un sistema de flotación para separar el grano de la arena y poderlo así comer. Ambas técnicas fueron adoptadas por toda la comunidad.

Según el autor, en los vertebrados inferiores hay muchas posibilidades de que factores ambientales o tradicionales puedan modificar el comportamiento, pero la mayor parte de éste se debe a conductas genéticamente preestablecidas.


Las instituciones

Durante el último decenio ha aparecido una serie de libros que ponen el acento en el origen genético de las instituciones y problemas sociales de la actualidad.
Los más conocidos son, probablemente, el "Imperativo Territorial", de Robert Ardrey; "El Mono Desnudo", de Desmond Morris; "Acerca de la Agresión", de Konrad Lorenz; y "El animal Imperial", de Lionel Tiger y Rabin Fox. La tesis común es que muchos de los comportamientos actuales del ser humano son el resultado de la selección natural evolutiva en el pasado remoto: la herencia genética de largo período en que la especie humana se preserva organizándose en grupos de cazadores. Las necesidades actuales y nuestras profesiones nos exigen abstenernos de la violencia y ejercer la colaboración recíproca y la igualdad. Sin embargo, los requerimientos de nuestro cuerpo y nuestra mente, que están tan arraigados biológicamente como nuestro impulso sexual, nos impelen a la agresión y al comportamiento rapaz. Según estos autores, el conflicto del individuo y el grupo, la estratificación social, la diferenciación de papeles según el sexo, la tendencia a la violencia, etc., son rasgos innatos y no la consecuencia del ambiente.


Darwin

Según Wilson, la sociobiología es un esfuerzo para integrar la teoría Darwiniana con los nuevos conocimientos de la biología. En un extremo, la biología molecular, la neurofisiología y las disciplinas conexas, que intentan explicar los mecanismos bioquímicos y moleculares de la herencia (Creces n° 9 vol. 1). En el otro, a un nivel macroscópico, la sociobiología, que pretende descifrar la evolución del comportamiento en función de dos variables: la evolución de las especies en el tiempo y su constitución genética.

Es evidente que este autor plantea un franco materialismo científico para tratar de explicar la existencia y el comportamiento del hombre. No es raro entonces que se haya desatado tal polémica en torno a sus ideas. Es posible que la sociobiología sólo constituya una moda o que la discusión continúe por mucho tiempo, porque las pruebas que avalan sus afirmaciones en animales simples, no siempre tienen validez científica cuando se tratan de extrapolar a los seres humanos. Así, por ejemplo, en los insectos, como es el caso de las abejas, en que el macho fecunda los huevos y se deja matar por la reina, sería un típico caso de comportamiento altruista. Según Wilson, iguales rasgos de conducta suelen observarse en otros animales superiores o en los seres humanos, como es la actitud de los mártires religiosos o los héroes de guerra que llegan al autosacrificio.

Sin embargo, aparecen evidentes las diferencias. En el caso de las abejas sería un mandato instintivo e inconsciente, muy distinto al sacrifico voluntario de una criatura consciente que puede elegir entre dos alternativas.


Extrapolaciones riesgosas

En sus libros abundan estas extrapolaciones que pueden sugerir algo, pero que evidentemente no se pueden aceptar "a priori". Cuando un lobo se muestra sumiso ante su vencedor o un pavo real esponja su plumaje ante una hembra, no están siguiendo solo una costumbre social, dice Wilson, sino que los mueven mecanismos y rasgos heredados biológicamente. También los seres humanos se pavonean, se someten y esponjan su plumaje, pero ¿puede afirmarse que ello es producto de la herencia y no de un hábito social?

Aceptar las teorías de la sociobiología no resulta fácil ni agradable. Significaría que el hombre está en la Tierra sólo como producto de la evolución, que no obedece a finalidades predeterminadas y que sólo es el producto de resultados evolutivos temporales. Los hombres serian sólo instrumentos que la especie utiliza para controlar su destino. Se hace cuesta arriba aceptar que la humanidad, por otra parte, no tiene poder alguno para controlar su destino. Muchos de quienes aceptan plenamente el esquema Darwiniano sienten repulsión por estos conceptos de la sociobiología y la eluden, restituyendo el sentido de propósito al Universo, en la forma de una razón humana magistral y suprema. Los religiosos tienen su refugio en la Fe, aceptando que los designios de Dios son inescrutables y que para sus objetivos se puede servir de medios que no podemos comprender. Parece que el hombre y su destino son y seguirán siendo una incógnita que difícilmente la ciencia podrá dilucidar.


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