Religión, ciencia y alma
( Publicado en Revista Creces, Julio 1999 )

Nadie puede negar que por 2000 años ha existido un antagonismo entre la búsqueda científica y la convicción espiritual. Entre la religión y la ciencia. Por lo menos hasta el siglo XIX aparecían la ciencia y la religión como contraria una a otra. Continuamente la ciencia refutaba a la religión con cada uno de sus descubrimientos. A su vez la religión se mostraba contraria a que la ciencia se ocupara de la Causa Primera, o que interpretara la palabra bíblica. Sólo a fines del siglo XX, que curiosamente se caracterizó por una verdadera explosión de los conocimientos, se ha ido produciendo un paulatino acercamiento entre una y otra.

En un comienzo, cuando el conocimiento era tan limitado, todas las respuestas acerca del ser humano, su existencia, su origen y el cosmos, sólo las podía dar la religión. Pero en la medida que el hombre ha ido adquiriendo mayor conocimiento de sí mismo, del mundo que lo rodea y del Universo, ha querido progresivamente ir buscando respuestas por sí mismo y, al encontrarlas, éstas no siempre coincidían con las que había dado la religión. Sin embargo, en la medida que el conocimiento se ha ido generando y acumulando, proceso que cada vez ha sido más rápido, se ha ido observando que las respuestas de la religión y la ciencia pueden perfectamente apoyarse en la búsqueda de la verdad.

La religión busca la verdad, la ciencia también la busca. Puesto que la verdad necesariamente tiene que ser una, la ciencia y la religión necesariamente tienen que llegar a encontrarse. Cuando un científico explora los fenómenos físicos o biológicos, se haya de hecho, adquiriendo el sentido mas profundo de percepción por las maravillas de la creación y la infinita maestría del Creador.

Si el avance de la ciencia parece demostrar que el Universo no es eterno, que nació en una "Gran explosión", confirma lo revelado, y el hombre sólo ha conocido algo más de los mecanismos y etapas del proceso. Si el hombre descubre la molécula del DNA que regula la vida e incluso la puede modificar, solo ha adquirido un conocimiento más de como se inició el proceso vital. Charles Townes, físico, que junto a dos investigadores rusos recibieron el premio Nobel en 1964 por la invención del láser, señala en uno de sus escritos; "mientras más conocemos acerca del cosmos y de la evolución biológica, más nos parecen estas realidades inexplicables sin la existencia de un designio inteligente.

Es evidente que no deberían existir contradicciones entre ciencia y religión. Si aún las hay, es sólo por las limitaciones del conocimiento actual o dogmatismo de una u otra parte. Así lo parece entender el Papa Juan Pablo II, que en la Academia de Ciencias del Vaticano señaló hace algún tiempo: "la colaboración entre la religión y la ciencia moderna es ventajosa para ambos, sin que en ningún caso se violen sus respectivas autonomías. Así como la religión requiere de libertad religiosa, también la ciencia requiere de libertad para desarrollar sus investigaciones".

Es necesario destacar que muchos de los conflictos surgidos han nacido de una aparente contradicción entre las interpretaciones de la Biblia, libro revelado por Dios, y las observaciones de los científicos. El conflicto nace al tomar la Biblia literalmente. Sin embargo, ya San Agustín (año 354-420) había reconocido el peligro de aferrarse a una determinada interpretación de la Biblia, y escribió: "algún día puede ser investigada la verdad más a fondo y entonces esa interpretación puede con razón quedar en nada". También San Alberto Magno (años 1200-1280) y Santo Tomás de Aquino (Años 1226-1274) pusieron énfasis en que la Biblia no podía tomarse como un libro de enseñanza científica. Ahora es el Papa Juan Pablo II quien, en el año 1982, refiriéndose a la Biblia dijo: "la Biblia no desea enseñar como se hizo el Cielo, sino cómo alcanzar el Cielo".

En una carta que Galileo (decidido creyente) en el siglo XVII escribió a su amigo Benedetto Castelli, le decía: "La Biblia es infalible, no puede equivocarse, pero sí sus interpretaciones". En la explicación de los fenómenos de la naturaleza, la interpretación de la Biblia debe ajustarse a los seguros resultados de la investigación científica. De esta forma, las dos verdades, una realizada por Dios en la naturaleza misma, otra revelada por él, en las Sagradas Escrituras, jamás podrán entrar en conflicto.

El instinto humano que lo lleva a conocer más, sin duda que en el futuro mantendrá la intensidad de la búsqueda. Hasta ahora el hombre ha llegado a conocer un mínimo, por lo que parece necio que algunos científicos, en base a ella, tengan la arrogancia de descalificar a quienes vean una inteligencia en las leyes naturales. Llegará el día en que el hombre al conocer más, sorpresivamente al levantar la cabeza, se dé cuenta que está en la presencia de Dios. Ya Louis Pasteur lo señalaba, cuando afirmaba que "Un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia lo acerca".


El acercamiento entre religión y ciencia

Ha sido durante las ultimas décadas del presente siglo cuando se ha multiplicado la génesis de conocimiento en forma exponencial. En la actualidad la velocidad con que se incrementan los nuevos conocimientos ha sido tal, que algunos organismos internacionales han afirmado que éste ha alcanzado un ritmo que se está duplicando cada cuarenta años.

Algunos piensan que los científicos, al conocer más y tener más respuestas a sus preguntas, se estarían alejando de lo divino. Sin embargo, las estadísticas no parecen demostrar esta creencia. En el año 1916 James Leuba, psicólogo del Bryn Mawr College en Pennsylvania, realizó un estudio en que envió un cuestionario a 1000 científicos, escogidos al azar, del Directorio del "American Men of Science" (que a pesar de su nombre también incluía a mujeres). Entre otras preguntas incluía la creencia o no en Dios y la inmortalidad. Respondió el 70% de los científicos seleccionados, y más del 42% de ellos respondió positivamente para ambas preguntas. Pues bien, igual estudio lo repitió recientemente (ochenta años más tarde), Edward Larson de la Universidad de Georgia, enviando el mismo cuestionario a otros 1000 científicos tomados al azar del mismo directorio actualizado, que ahora se denomina: "American Men and Women of Science". El resultado aparece publicado en Nature del 3 de Abril de 1997. Sorprendentemente el mismo porcentaje de científicos (40%), responde creer en un Dios personal al cual pueden rezarle.

Más aún, el investigador señala que la encuesta utilizada usa una definición de la deidad muy estrecha. Cuando esta definición es más amplia, concibiendo a Dios como que está en todas partes y no ocupa espacio, la proporción de científicos creyentes aumenta notablemente.

Precisamente, durante los últimos 80 años ha sido cuando el hombre ha conocido los más trascendentales avances del campo físico, astronómico y biológico, y muy especialmente los relacionados con el comienzo del Universo, la emergencia de la vida, la naturaleza y evolución de la especie humana. Todo ello no ha aminorado en nada el espíritu religioso del científico. Por el contrario, pareciera que se fortalece. Parece que el sentimiento religioso fuese inherente al ser humano, y que el conocimiento que puede tener un científico, no lo aleja de él.

En la medida que el conocimiento ha ido avanzando, más se asombra el científico de la perfección del sistema cósmico, y pareciera que con cada descubrimiento, lejos de aclarar la respuesta que busca, se le van abriendo nuevas interrogantes que solo le demuestran las limitaciones de lo que ya conoce.

Al conocer más, pareciera que el hombre de ciencia ha ido tomando conciencia de que el Universo ha sido especialmente confeccionado para permitir la emergencia de la vida. Todos los valores de las constantes físicas que se han ido conociendo, como por ejemplo la masa del protón, la fuerza exacta de la gravedad que permite que los planetas giren alrededor del sol, o la exacta fuerza electromagnética que estabiliza los electrones en sus Orbitas, son tan precisos que son virtualmente los únicos que han podido permitir el desarrollo del Universo. Cualquier variación en alguno de ellos, habría hecho imposible la formación del Universo.

Por otra parte para el biólogo no es fácil aceptar cómo un millar de enzimas diferentes pueden, por el simple azar, acercarse en forma ordenada para formar una célula viva. Cuesta aceptar que ello haya ocurrido simplemente por una evolución, aunque ésta haya ensayado alternativas y corregido errores al azar durante varios cientos de miles de años. Estos mismos científicos, estudiando toda esta enorme cantidad de variables que podían ocurrir, afirman que una evolución sin una organización previa representa una posibilidad de 10/1000 contra uno. Es evidente que el simple azar no satisface como explicación a una mente científica. Por eso, muchos piensan que detrás de la evolución, ha habido una mente ordenadora que de alguna forma diseñó y permitió el proceso. Desde el Big Bang hasta que apareció la vida inteligente. En este sentido, el ser humano seria la cumbre de su creación.

El mejor conocimiento de este delicado proceso, que pudo haber fallado en cualquier etapa, por cualquiera variación de estas constantes físicas o adecuaciones biológicas, está paulatinamente llevando a reconocer la necesidad de la existencia de un cuidadoso diseño desde antes del comienzo de los tiempos, y que todo ello ha hecho posible que surgiera el hombre. Pareciera que todo fue diseñado para eso.

Stephen Hawking, físico de la Universidad de Cambridge, quien nos visitó recientemente, cree que las leyes naturales solas pueden llegar con el tiempo a explicarnos cómo el Universo creció de la nada. En su libro "Una Breve Historia del Tiempo", formula una pregunta: ¿Qué lugar hay entonces para un Creador? Es un punto de vista que hay que respetar, pero hay que reconocer que hasta ahora sus planteamientos son incomprensibles para la mente humana.

Contra él hay un sorprendente número de cosmólogos y astrónomos que piensan como San Agustín, que Dios existe antes de la Creación y fuera del tiempo. Que el tiempo comenzó con la Creación.

Lo cierto es que coincidiendo con la explosión de conocimientos del presente siglo se ha iniciado un despertar del pensamiento científico, que busca una mente ordenadora para entender el por qué del hombre y del Universo. En los últimos dos o tres años, eminentes científicos y religiosos han publicado diversos textos que entrelazan la ciencia y la religión. Yo recomiendo leer por lo menos tres de ellos, que se han editado en el año recién pasado: "Belief in God in an Age of Science", de John Polkinghorn, "God, Faith and the New Millenium: Christian Belief in an Age of Science", de Keith Ward, y "Duet o Duel? Theology and Science in Postmodern World", de Wentzel Huyssteen.

Durante los últimos años, el tema de Dios y la ciencia comienza a ser un lugar común. Sólo en los Estados Unidos han aparecido diez centros dedicados al estudio de la ciencia y la religión. Es un tema que antes aparecía como carente de conexión y que ahora entra a preocupar a los centros científicos universitarios. Así nace el Chicago Center for Religion and Science, el Center for Theology and Natural Science en Berkeley, California. Las Universidades de Cambridge y Princeton establecen cátedras que tratan de reconciliar ciencia y religión. En ese país han sido centenares los nuevos cursos universitarios diseñados que relacionan ciencia y religión. La National Academy of Science y la American Association for the Advencement of Science, las dos instituciones que reúnen toda la ciencia de ese país, ya han lanzado un proyecto para promover un diálogo entre ciencia y religión.

En Junio del año pasado en el majestuoso edificio del campus de la Universidad de California, en Berkeley, se reunieron 30 científicos de diferentes áreas (astrónomos, cosmólogos, físicos, biólogos moleculares, neurocientistas y científicos en computación), quienes frente a una audiencia de cerca de 300 personas hablaron de la interacción entre ciencia y religión, mostrando en qué forma sus propias investigaciones contribuían a resolver preguntas relacionadas con la fe.

La preocupación por el tema no quedado en el ámbito científico, sino que también está llegando al grueso público. Así lo demostró la asistencia de los medios de comunicación a dicho encuentro. Allí estaba el New York Time, El Washington Post, The Wall Street Journal y una docena de otros medios de prensa. La revista Newsweek dedicó seis páginas a cubrir el tema. Hace unos pocos años Jean Guitton publicó en París un libro titulado "Dios y la Ciencia", destinado a ser leído por personas no científicas. En tres meses se vendieron más de trescientos mil ejemplares. Esto es más que un éxito de librería. Es en realidad un fenómeno social.

El acercamiento entre religión y ciencia es una realidad. No sólo es el científico, frente a la complejidad de lo conocido que siente la necesidad de un ordenador, sino también la Iglesia comienza a reconocer la necesidad de acercamiento entre la ciencia y la religión, como un mecanismo más para acrecentar la fe. Como una prueba de ello está la reciente reivindicación de la Iglesia hacia Galileo Galilei, quien en el siglo XVII había sido condenado por la Inquisición por haber sostenido que la Tierra giraba alrededor del sol y no el sol alrededor de la Tierra. Del mismo modo, el Papa Juan Pablo II, hace poco tiempo, envió una carta a la Academia Pontificia de Ciencias, refiriéndose a la teoría de la evolución y en la que señalaba que la evolución física del hombre y de otras especies "es ya mas que sólo una hipótesis". "Es ciertamente destacable" señala el Papa, "que esta teoría se haya enraizado progresivamente en la mente de los investigadores, luego de una serie de descubrimientos en diferentes esferas del conocimiento. La convergencia que no ha sido buscada ni provocada, de los diferentes resultados de estudios llevados a cabo con independencia entre unos y otros, constituye en sí misma un importante argumento en favor de esta teoría". También en la misma carta el Papa señala que "la Iglesia considera al alma humana como una creación divina inmediata y no sujeta al proceso evolutivo".


Un espacio para el alma

Si bien es cierto que el científico no puede medir ni ubicar el alma, no puede tampoco rechazar su existencia. Es curioso que desde los antiguos filósofos (Platón, Aristóteles, etc.) hasta ahora no se ha dejado de reconocer su existencia. En diferentes formas ha sido reconocida hasta en las civilizaciones más primitivas. Todas las religiones aceptan su existencia. Santo Tomás, al referirse a ella, es más especifico y dice: "commensurata secundum mensura corporis". Es decir, cada cuerpo posee un alma a su medida. O dicho de otro modo, cada alma es diferente, y en esa diferencia debiéramos buscar la unidad de propósito divino para su existencia.

Su Santidad el Papa Juan Pablo II, a nombre de la Iglesia, como ya he señalado, no rechaza la evolución, que señala que la vida ha tenido un origen común y que probablemente ella ha evolucionado desde lo más simple y primitivo hasta lo más complejo, incluyendo al hombre. Sin embargo, deja en claro que la Iglesia considera que el alma humana es una creación divina "inmediata" y no sujeta al proceso evolutivo.

Según estos planteamientos, el alma es algo propio de la especie humana, y ella no estaría presente en el resto de las especies. Es natural entonces que el científico, dentro de su positivismo, trate de encontrar qué diferencias existen entre los seres humanos y las demás especies; en un esfuerzo por tratar de ubicar el alma.

De nuevo el ejercicio es muy difícil o francamente estéril. Desde el punto de vista biológico, las semejanzas entre el ser humano y los animales superiores son más que las diferencias. Así por ejemplo, se afirma que el chimpancé, el animal evolutivamente más cercano al hombre, comparte el 98.5% de los genes con el hombre. Es decir, desde el punto de vista biológico, la diferencia entre el chimpancé y el hombre estaría dada sólo por ese 1 .5% de genes diferentes.

Si se analizan los distintos tejidos y sus funcionamientos, tampoco se pueden detectar diferencias. Si se concentra la búsqueda de diferencias en el cerebro, se va a encontrar que las bases bioquímicas que explican su funcionamiento son también compartidas. Se sabe ya cómo las células del cerebro se conectan entre sí y se conocen muchas de las sustancias químicas que se procesan en ellas, ya sea para experimentar diversas emociones, para resolver problemas, para reconocer el medio ambiente, para aprender, para almacenar información, para interrelacionar hechos y conceptos, y, en fin, casi todos los procesos intelectuales. Sin embargo, no ha sido posible detectar diferencias bioquímicas entre el cerebro humano y el de los animales superiores. En unos y otros, son las mismas sustancias químicas las que al reaccionar entre sí, producen los mismos resultados emocionales (miedo, agresión, sexo, placer, etc.) y condicionan los mismos procesos cerebrales. Las únicas diferencias detectables entre el cerebro de distintas especies de animales superiores y el hombre, están en el mayor o menor desarrollo de algunas de sus regiones. Es evidente que hasta ahora no es posible para el científico detectar el alma, lo que obviamente no significa que pueda rechazar su existencia.

Si la ciencia no puede detectar el alma, tal vez ella se pueda poner en evidencia a través de sus manifestaciones. Más de alguien ha pensado que la inteligencia es una manifestación del alma. Sin embargo, la inteligencia descrita como la capacidad de aprender y de adaptarse al medio ambiente externo, no se puede afirmar que sea privativa del hombre. Así por ejemplo, una rata puesta en un laberinto aprende a resolver problemas o a rehuir efectos nocivos. Se afirma que el chimpancé alcanza una inteligencia equivalente a la de un niño de 4 años. Es evidente que los hombres como los animales poseen inteligencia. La diferencia es sólo cuantitativa.

Sin embargo, hay una diferencia entre los animales y el hombre que salta a la vista. Tal vez ella sea una manifestación del alma. Me refiero a la conciencia. Es decir, la capacidad de conocerse a sí mismo. La capacidad innata de tener conciencia entre el bien y el mal. La capacidad de tener conciencia de nuestra temporalidad: el ser humano puede proyectarse al futuro y sabe muy bien que nace, envejece y muere. Ello no está presente en el animal, que nunca puede llegar a examinarse a sí mismo y que no tiene la conciencia de ser, ni tampoco de su temporalidad.

Actúa como un autómata, obedeciendo ciegamente a sus instintos que están en sus genes. Este proceso intangible es diferente a lo que llamamos inteligencia y para él no se ha descrito ninguna ubicación en el cerebro. Hasta ahora sólo podemos afirmar que es algo metafísico, que está más allá del conocimiento clásico de la ciencia. Sin embargo, es una realidad evidente que está presente en cada uno de nosotros. La inteligencia puede medirse por diferentes tests, pero "la conciencia de ser" no tiene medición. El hombre puede ser más o menos inteligente, pero no puede dejar de sentirse y analizarse a sí mismo. Probablemente ésta sea una exteriorización del alma o el espíritu.

Hasta aquí llega la ciencia, y como dice San Pablo en su carta a los Corintios: "los conocimientos son cosas imperfectas, que llegarán a su fin cuando venga lo que es perfecto. Ese día conoceremos todo, como Dios nos conoce a nosotros".


Cuando aparece el alma en el embrión humano

La pregunta de cuándo aparece el alma en el embrión humano, por todo lo anteriormente dicho, no lo puede contestar el científico. Ella es algo metafísico, ya que la ciencia no tiene cómo detectarla ni cómo medirla. Mal puede opinar cuándo aparece. Con todo, pareciera que ahora que el científico comienza a palpar la necesidad de un ordenador en la creación, también comienza a aceptar la existencia de un espíritu, de un alma en el ser humano, que lo diferencia del resto de las especies. Así, comienza a pensar que lo más probable es que la diferencia existente entre el hombre y el chimpancé, vaya más allá que lo que nos pueden decir los genes. Por ahora, la pregunta sólo puede aventurarse a responderla la religión y la fe.

Sin embargo, pienso que la ciencia puede aportar también algo, tratando de contribuir a la respuesta desde su conocimiento.

La religión parece haber encontrado la respuesta más coherente, al afirmar que el alma debería estar presente desde el comienzo de la vida, y afirma que ésta se iniciaría en el momento en que el espermio fecunda el óvulo. Es decir, desde el momento mismo de la fecundación.

Sin embargo, la ciencia puede aportar algo desde su punto de vista; parece necesario aclarar que desde el punto de vista biológico, la vida no se inicia en el momento de la fecundación, sino que mucho antes. La vida ya está en el espermio y está también en el óvulo. Ellas son células vivas, con todo su sistema bioquímico similar a cualquier otra célula viva. Posee un sistema de producción de energía, como también un complejo sistema para su uso, en la misma forma y con los mismos componentes que lo hace cualquiera otra célula viva. Es decir, la vida viene de antes, y su origen se pierde en los tiempos, habiendo ella pasado de una generación a otra. Puede afirmarse sí, que con la gestación se inicia una nueva modalidad, en la que se mezclan y coordinan los genes de dos células diferentes en una sola.

Lo otro que puede aportar, es que para que se produzca y prospere la gestación, no es necesario que en ese momento esté presente el alma. En esta etapa, parecería que el alma no aportaría nada. De hecho el proceso de gestación y multiplicación celular es similar al de otras especies, en la que el alma no existiría. El proceso de la gestación se inicia con la penetración del espermio a través de la membrana del óvulo, y desde allí deben acercarse los pronúcleos hasta llegar a fusionarse, proceso que se estima demora varias horas.

La gestación de esta nueva vida biológica es muy inestable e insegura. Es así como diferentes estudios señalan que de cien óvulos producidos, se fecundan solo 68 y que de éstos tienen éxito en implantarse en la mucosa uterina para continuar su desarrollo, sólo 30. Es decir, sólo el 50% de los óvulos fecundados pasan más allá de las primeras divisiones celulares. El resto de los óvulos fecundados se pierde. Si el alma, como señala Santo Tomás, es individual y diferente para cada cuerpo y si estuviese presente desde el momento de la concepción, se perdería también con el 50% de los óvulos fecundados que no prosperaron para evolucionar a etapas posteriores.

Inmediatamente después de la fecundación comienza el proceso de división celular. Primero dos células, luego cuatro, ocho y así sucesivamente. Desde el punto de vista biológico, cada una de estas células es idéntica a su progenitora, y potencialmente puede dar origen a otro ser humano. Por eso se denominan "células pluripotenciales", prefijos griegos, que indican "muchas posibilidades". Es así como después de la primera división, cada célula puede desarrollarse por si misma y así nacer gemelos. ¿Qué pasaría en estas circunstancias con el alma? Sería más simple pensar que la aparición del alma debiera ocurrir, no en el momento de la gestación, sino que en alguna etapa posterior a las primeras divisiones celulares.

Por la experimentación animal, los científicos ya saben que durante la etapa de rápida división de células pluripotenciales, pueden separase algunas de ellas, y al cultivarse dar origen a otro embrión. Así lo hacen regularmente los criadores de valiosos animales de raza, como es el caso del caballo, en que por este mecanismo se pueden obtener muchos embriones que más tarde pueden implantarse en otras yeguas de menor valor. Ello extrapolado a la especie humana, significa que cada una de esas células pluripotenciales puede llegar a ser otro ser humano.

Pero los científicos ya se han atrevido a manipular células embrionarias humanas. Las llaman "Stem Cell embrionarias". Las han logrado cultivar en un tubo de ensayo, hasta la etapa de un pre-embrión. Ello con un objetivo bien claro: lograr células pluripotenciales para usarlas como reemplazo de células enfermas del mismo donante. Así por ejemplo, ya se ha logrado a partir de células embrionarias pluripotenciales, diferenciarlas hasta inducir la formación de neuronas, células sanguíneas, o células musculares cardiacas.

Mas aún, en animales de experimentación (ratas), a partir de esas células ya han logrado la diferenciación hasta llegar a la producción de tejidos. Recientemente, disponiendo de un andamiaje de un plástico biodegradable, ya han logrado construir un Organo interno, como es una vejiga, con toda su circulación y enervación. Instalada en un perro funciona como tal y es capaz de reemplazar la vejiga natural. Ello ha sido recientemente publicado en la revista Science de Abril del presente año (Abril 16, vol. 284, pág. 422). En la actualidad existen varios grupos de científicos, que utilizando igual procedimiento, a partir de células stem embrionarias, ya han fabricado diversos tejidos de reemplazo y están próximos a fabricar órganos, como por ejemplo un riñón o un hígado. Ello abre una gran posibilidad para trasplantar órganos con la seguridad que no habría un rechazo. Más aún, los científicos han logrado cultivar células pluripotenciales sin necesidad de tomarlas de un embrión. Puede ser una célula adulta humana, en la que se haga retroceder el reloj, hasta llevarla a la etapa de ser pluripotencial (como se hizo con la oveja Dolly), y luego implantarla en un óvulo de vaca enucleado. De hecho, ya son varias las empresas biotecnológicas que han invertido muchos millones de dólares en estos proyectos, muchos de los cuales están ya muy avanzados, simplemente porque prevén allí un enorme mercado insatisfecho.

Ante la polémica desatada por la clonación de una oveja, el Senado de Estados Unidos legisló prohibiendo el uso de fondos federales en investigaciones con tejidos fetales humanos. Pero frente a la rapidez de los hechos, ya se está discutiendo modificar la ley para permitir investigar con células embrionarias humanas, dado las grandes posibilidades terapéuticas que de allí podrían derivarse.

La Iglesia se opone a ello. Es así como Richard Doerflinger, miembro del Comité "Pro-Live Activities" de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos ha manifestado que de aprobarse esa modificación legal, ello sería un crimen. Sin embargo Inglaterra pretende también igual modificación y ella ya ha sido aprobada en Alemania.

Frente a estas realidades, si aceptamos que el alma está presente desde el momento mismo de la concepción, tendríamos que aceptar que ésta se pierde cuando las células pluripotenciales que forman un pre-embrión son utilizadas con estos propósitos. Con esto no estoy afirmando que la manipulación de células de embriones humanos tenga una justificación ética. Sólo analizo la realidad biológica que células embrionarias humanas ya han podido utilizarse con otros propósitos terapéuticos.

Si el alma está presente desde el momento mismo de la concepción, surge con más fuerza el problema ético en el proceso que se ha llamado "fertilización artificial, o en probeta". Hoy como se sabe, se fecundan varios óvulos con el objeto de implantarlos en el útero. Algunos se implantan, pero otros sobran y deben mantenerse congelados, cuando aún están constituidos por dos a ocho células.

¿Corresponden éstos a seres humanos en potencia, provistos ya de un alma? La respuesta la da sólo la fe religiosa, no la biología. Lo que no se puede negar, es que estos embriones pueden potencialmente llegar a ser seres humanos, como podría también considerarse que potencialmente un espermio o un óvulo podrían llegar a ser parte constituyente de un ser humano.

Por todo ello, desde un punto de vista biológico, parece más lógico pensar que el alma debiera instalarse en el embrión, con posterioridad a esta etapa de rápida división de las células pluripotenciales indiferenciadas.

En la prosecución del proceso generativo, se pueden ir diferenciando diversas etapas consecutivas que van evolucionando superpuestas. Las células primitivas, después de una etapa de división como células pluripotenciales, inician un proceso de "diferenciación", lo que también está determinado genéticamente. De acuerdo al destino ulterior de cada célula, se silencian algunos genes que no son útiles y se expresan solo aquellos que son útiles para formar células de un determinado tejido. Ellas, agrupadas, comienzan a diferenciarse para llegar a formar órganos: músculos, huesos, hígado, pulmones, cerebro, etc. Entonces se comienza a hablar de un embrión.

Ya al tercer mes de gestación, en la etapa fetal, se ha formado un cerebro primitivo y entonces posiblemente éste ya puede experimentar dolor y sufrimiento. De allí en adelante comienza un periodo de rápido crecimiento y maduración de los diversos órganos y tejidos. Respecto al cerebro, es el órgano que más crece y madura en los meses sucesivos, de modo que en el momento del nacimiento ya está provisto de casi todas las células (neuronas) que van a ser definitivas, y pesa casi el 80% del peso que va a alcanzar en la etapa adulta.

Al nacer existen casi todas las neuronas, pero recién se inicia el proceso de interconexión de ellas. Es lo que los científicos han llamado " el cableado del cerebro". Las funciones cerebrales se basan fundamentalmente en el rápido y eficiente pasaje de señales de una parte del cerebro a otra, para lo que se necesita una muy bien organizada red neuronal de interconexión. El elemento básico son las células cerebrales (neuronas) y las interconexiones que se establezcan entre ellas (sinapsis). En el momento de nacer, un lactante tiene aproximadamente 100 mil millones de neuronas, y cada una de ellas puede producir 15 mil sinapsis (conexiones). La mayor parte de esta fantástica red interconectada se establece durante los tres primeros años de vida. Junto a ello se va desarrollando la inteligencia y la conciencia, en una interacción entre la genética y el medio ambiente.

Después de todo lo expuesto ¿Desde cuándo está presente el alma dentro de todo este proceso? Solo queda elucubrar, ya que la ciencia poco aporta en este sentido. Pero se puede preguntar: ¿Aparecerá el alma en un momento preciso y determinado? O por el contrario ¿Sé irá estableciendo en la medida que el proceso ocurre? ¿Será el alma, como es Dios su Creador, que está en todas partes y en todo momento y que no ocupa espacio? ¿No será que el alma está siempre y evoluciona con el desarrollo del ser humano, hasta que éste alcanza su propia conciencia?.


Lo que sí podemos afirmar, es que el ser humano, aun cuando es un grano de polvo ubicado en un inconmensurable Universo, lo que en ocasiones nos abruma, constituye la obra cumbre de la Creación. Su inteligencia y su conciencia lo diferencian grandemente de todas las especies vivas de la Creación. Es el único que se da cuenta de la valía de su propia existencia y de su propia intimidad. Por ser esta obra cumbre y divina, pienso que su existencia y su vida deben respetarse. No solo la propia vida, sino todas las demás, incluyendo las que pueden experimentar el milagro y la alegría de llegar a ser.



Dr. Fernando Mönckeberg B.


Conferencia dictada en el seminario "Una Mirada al Alma"
organizada por la Universidad Andrés Bello.


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