Venenos como mecanismos de sobrevivencia. Sustancias toxicas
( Publicado en Revista Creces, Diciembre 1997 )

Afortunadamente son pocas las especies de nuestro país cuyos venenos reportan un peligro real para el hombre. Reptiles y arácnidos son, sin duda, los que gozan de mayor respeto y los que temporalmente causan mayores problemas

En los diversos grupos zoológicos, existen variadas especies productoras de secreciones tóxicas o venenosas las cuales son empleadas para la captura de las presas o como defensa ante posibles enemigos o predadores. Tales especies pueden constituir un peligro para el hombre, ya que sus secreciones son capaces de provocar en este cuadros patológicos, cuyas manifestaciones abarcan desde una simple afección local hasta el compromiso de diferentes sistemas orgánicos, llegando incluso, en algunos casos, a producir la muerte.

Tradicionalmente los animales venenosos más ampliamente conocidos se encuentran entre los reptiles y los arácnidos, sin embargo, otros grupos de animales también muestran especies que elaboran sustancias tóxicas. Afortunadamente la presencia de los mismos en Chile es escasa, por lo que nuestro país no se caracteriza por poseer altos índices de intoxicación debido a la acción de sus venenos.


Medusas

Un grupo especializado en la función tóxica urticante es el de las medusas. Aunque primitivos, estos animales pueden alimentarse de presas bastante grandes como, por ejemplo, peces y crustáceos. Para tal efecto poseen en la pared de su cuerpo un tipo muy especial y particular de células denominadas cnidoblastos o cnidocitos, en el interior de las cuales se encuentra una cápsula que contiene un líquido urticante y lleva invaginado un delgado y largo filamento hueco enrollada en espiral. Cuando el cnidoblasto es estimulado por contacto, se produce la salida violenta de dicho filamento, proyectado como un arpón que penetra en la presa y le inyecta el líquido urticante causándole la paralización y la muerte. Particularmente peligrosas para el hombre resultan ciertas medusas, cuyo poder urticante puede llevar a la producción de dolorosas ronchas, habiéndose reportado, además, varios casos de muerte, la que acontece en pocos minutos. Una de las especies más temibles en este sentido es la Physalia physalis, conocida bajo el nombre de "carabela portuguesa", corriente de los mares tropicales. Dotada de largos tentáculos que pueden alcanzar varios metros de longitud, es causante en los bañistas de intensas quemaduras y de trastornos cardiacos. Aún mayor virulencia presenta la especie del género Chironex denominada "avispa marina" del Pacífico Tropical e Índico, la que es considerada por algunos especialistas como el más letal de los seres vivos.


Peces y anfibios

Entre los peces existen algunas especies provistas de glándulas cutáneas venenosas, las que se encuentran asociadas a sus correspondientes espinas o aguijones. Es frecuente observar tales estructuras en varias especies de rayas, las cuales portan sobre la cola un poderoso aguijón con el que inoculan la secreción tóxica a sus víctimas. Tal es el caso del "pez-águila", Myliobatis peruvianus, especie de nuestro litoral causante de accidentes extremadamente dolorosos, y de las "rayas clavadoras" o "pastinacas", cuyo aguijón también provoca en el hombre una dolorosa lesión local (afortunadamente estas últimas no son muy comunes en el país). Se cita en la literatura extranjera que las heridas provocadas por las mismas a menudo degeneran en gangrena y pueden conducir a un colapso cardiocirculatorio, a cuadros de parálisis y aún a veces a la muerte.
El "bagre de mar", Aphos porosus, es portador de largas espinas venenosas situadas a ambos lados del cuerpo sobre el repliegue cutáneo que cubre las branquias, las que pone en acción al mover violentamente la cabeza hacia un lado y otro. Las dolorosas heridas provocadas por este pez, muy común en las pozas litorales a lo largo de Chile, son de lenta cicatrización, probablemente a causa de la secreción tóxica introducida.

Aunque habitualmente no son conocidos como animales venenosos, muchos anfibios son igualmente capaces de elaborar toxinas. Estas son producidas a nivel de sus glándulas y contienen alcaloides que pueden ejercer acciones paralizantes sobre el corazón y la musculatura toráxica. Sin embargo, al no contar con un aparato inoculador, los anfibios son prácticamente inofensivos y sus venenos más que nada parecen tener una función protectora, ya que al entrar en contacto con las mucosas, como la bucal, causan una intensa irritación de las mismas. Entre las glándulas productoras de venenos en los anfibios destacan las paratoides (a veces mal llamadas parótidas) situadas por detrás de los ojos, las que son muy evidentes en los sapos del género Bufo, del cual existen en nuestro país diversas variedades. Particularmente tóxica es la secreción producida por las glándulas venenosas cutáneas de las ranas del género Dendrobates, repartidas por América Ecuatorial. Tal secreción es utilizada por los indígenas de algunas regiones para impregnar la punta de las flechas empleadas para cazar, lo que es suficiente para paralizar y matar pequeñas presas como aves y monos, pero no pone en peligro de muerte a los grandes mamíferos o al hombre.


Reptiles

Los reptiles venenosos, a excepción de dos especies de lagartos del género Heloderma, el "monstruo de Gila" y el "lagarto de cuentas", distribuidos en América del Norte, están representados por las culebras o serpientes. En este caso, no sólo se diferencian las respectivas glándulas del veneno, que en las serpientes corresponden a las labiales superiores, glándulas salivales ubicadas a ambos lados del maxilar superior, sino que además existe un aparato inoculador que permite la introducción del mismo, corrientemente constituido por un número variable de dientes modificados o especializados. Según la presencia, ubicación y estructura de estos dientes, se reconocen serpientes aglifas, que carecen de dientes especializados para la inoculación del veneno, de tal forma que éste se diluye en la saliva, por lo que su peligrosidad es baja (es el caso de las culebras de agua del género Natrix difundidas por Europa); opistoglifas, en que los dientes venenosos presentan un surco más o menos profundo por el que escurre el veneno, pero están ubicados en el fondo de la cavidad bucal, posición que no favorece la inoculación de éste y, al igual que las serpientes aglifas, son poco peligrosas; proteroglifas, con los dientes venenosos también recorridos por un surco que, en algunas especies, tiende a transformarse en conducto por aproximación de sus bordes, pero en este caso están ubicados en la región anterior de la boca. A esta categoría pertenecen especies altamente peligrosas tales como las cobras y la serpiente coral; finalmente están las culebras solenoglifas, donde el sistema venenoso alcanza el mayor grado de perfeccionamiento y los dientes correspondientes, anteriores, se encuentran atravesados internamente por un conducto que se abre cerca de su extremo y son móviles, baculando hacia adelante al abrirse la boca. En este grupo se incluyen las víboras y los crótalos o serpientes de cascabel. El veneno de las serpientes está compuesto por un conjunto de fracciones enzimáticas de diversas propiedades en proporciones relativas variables, según lo cual se pueden distinguir efectos neurotóxicos, hemorrágicos, coagulantes, anticonagulantes, hemolíticos y necróticos.

Además de algunas especies que pueden encontrarse en el extremo norte, en Chile se reconocen solamente tres especies de serpientes. La "culebra de cola corta", Tachymenis chilensis, distribuida desde Perú hasta Chiloé reconociéndose a lo largo del país diversas variedades, de color pardusco y unos 45 cms. de longitud. Está recorrida dorsalmente por una banda longitudinal clara blanqueada a cada lado por una línea o cinta café oscura o negra. La "culebra de cola larga", Philodryas chamissonis, extendida entre Atacama y Valdivia y de una dimensión que puede alcanzar los 150 cms., lleva en el dorso una franja de color café oscuro, bordeada por sendas líneas negras, a los costados de la cual se extienden dos bandas amarillentas. Por último, la "serpiente marina", Pelamis platurus, de las regiones cálidas del Pacífico e Índico y que se describe para Chile en las aguas de Isla de Pascua. Tiene hasta unos 40 cms. de largo, es fácilmente identificable por su cuerpo comprimido lateralmente sobre todo en el extremo causal, y presenta color azulado o café negruzco con el vientre de un amarillo intenso. Las primeras son de tipo opistoglifo, en cambio la última es proteroglifa con un veneno de acción neurotóxica, por lo que afortunadamente los accidentes producidos por ella en el hombre, sobre todo entre los pescadores, presentan una baja casuística.

Los casos más frecuentes de mordeduras de serpientes observados en el país han sido provocados por las culebras terrestres, en los dedos u otras partes de las manos de personas que las han cogido. Los síntomas que se presentan consisten en la formación de una halo hemorrágica en el sitio herido, el que más tarde se complica con la aparición de una hinchazón o edema frío, pálido e indoloro en mordeduras causadas por la culebra de cola corta, o caliente, rubicundo y doloroso si la mordedura ha sido determinada por la culebra de cola larga. Esta lesión local está acompañada de malestar general, a veces con fiebre e incluso dificultad respiratoria. Los efectos de la intoxicación debida a estos reptiles desaparecen en forma espontánea en unos 4 o 6 días.


Arácnidos

Con relación con los arácnidos, sus especies venenosas corresponden a los alacranes o escorpiones y a las arañas. Los primeros inyectan su veneno, producido en una vesícula situada en el extremo de la cola, a través de un aguijón caudal que porta dicha vesícula. Las especies distribuidas en Chile presentan una acción tóxica relativamente baja. Su picadura provoca una inflamación local y sólo a veces trastornos generales como fiebre, dolor de cabeza, vértigo o mareo y aumento de la presión arterial. Las arañas, por su parte, inoculan el veneno mediante la introducción del primer par de apéndices del cuerpo, conocidos como "quelíceros", los cuales terminan en una aguzada uña en cuyo ápice desembocan los conductos de las glándulas venenosas. En Chile existen especies de arañas venenosas capaces de producir efectos letales, la "araña de trigo", "viuda negra" o "araña de abdomen colorado" y la "araña de los rincones".

La araña del trigo, Latrodectus mactans, se reconoce por su color negro aterciopelado con unas características manchas rojas o anaranjadas en el abdomen. Es una araña de hábitos diurnos, de unos 4 a 5 cm. incluyendo las patas, que por lo general se encuentran en cultivos de trigo o alfalfa durante los meses de primavera y otoño, provocando accidentes durante las faenas agrícolas. Los síntomas del envenenamiento por esta araña o "latrodectismo", implican principalmente una sensación inicial de dolor en el sitio de la mordedura, en el que a veces aparece una mancha rojiza de unos 2 a 3 cm. de diámetro. A las pocas horas se observan dolores musculares y en el abdomen, en algunos casos violentos, sudoración profusa y algún grado de excitación psicomotora. La mortalidad por la acción de la ponzoña de este arácnido se puede estimar en alrededor de un 4%. Para el tratamiento resulta muy adecuada la administración de neostigmina, evolucionando el cuadro en unas 24 a 48 horas.

La araña de los rincones, Loxosceles laeta, es una especie preferentemente domestica, que se encuentra durante todo el año en los rincones oscuros de las casas en donde teje una tela grande e irregular, siendo habitualmente ubicada detrás de cuadros, muebles y en ropas colgadas de las paredes. Es una araña de hábitos nocturnos, de color café, que varía desde tonalidades claras a oscuras, presentando en el abdomen un matiz más intenso que el resto del cuerpo y las patas. Su tamaño es semejante a la anterior, midiendo entre 4 y 6 cm. de diámetro.

El cuadro clínico producido por ella, denominado "loxoscelismo", puede adoptar dos formas: una cutánea simple y otra cutáneo-visceral o sistémica. La primera se traduce en dolor, por lo general intenso, que se irradia desde el sitio de la mordedura hacia áreas vecinas, formando un extenso edema o hinchazón y normalmente la aparición de una mancha irregular de color violáceo pálido, de extensión variable y con aspecto de hematoma, rodeada por un halo enrojecido, llamada "placa livedoide". El cuadro clínico se define en el curso de las primeras 24 horas de evolución, y en su superficie puede posteriormente observarse el establecimiento de ampollas conteniendo un liquido seroso o serohemorrágico. Estos síntomas locales suelen ir acompañados de manifestaciones generales como insomnio, sensación febril, debilidad, intranquilidad, náuseas y vómitos que aparecen dentro de las 48 horas iniciales.

La forma cutáneo-visceral, menos frecuente, se desarrolla con eliminación de glóbulos rojos y hemoglobina por la orina (la que adquiere un característico color café caoba), ictericia, fiebre alta y compromiso sensorial caracterizado por obnubilación progresiva y delirio. Puede conducir a la muerte en menos de 48 horas. El tratamiento en el loxoscelismo cutáneo simple consiste fundamentalmente en la administración de antialérgicos antihistamínicos, obteniéndose buenos resultados con colofeniramina. En el caso del cuadro cutáneo-visceral se utilizan corticosteroides y suero anteloxoscélico.

Conviene destacar que las especies ponzoñosas a las que nos hemos referido no constituyen un peligro para el hombre en el sentido de que las alteraciones orgánicas provocadas por las mismas sean el resultado de una agresión activa, ya que éstas normalmente son producto de situaciones accidentales. Es así por ejemplo que aunque la araña de los rincones sea muy común a lo largo de todo el país, la casuística de cuadros de envenenamiento producidos por ella es relativamente baja, ya que es un animal tímido que sólo muerde al sentirse agredido cuando involuntariamente es tocado. En todo caso el conocimiento de dichas especies permitirá tener hacia éstas el debido cuidado y contribuirá a evitar los molestos accidentes que ocurren a causa de sus toxinas, las que a veces implican peligrosas consecuencias.


Jorge Grumberg Naudy

Médico Veterinario


Para saber más


ARTAZA, 0., J. FUENTES, P. GOMEZ, R. MORRlS. 1984. Latrodectismo (ll). Evaluación clínico-terapéutica de 78 casos. Parasitología al Día. : 45-49.

DONOSO-8ARROS, R. 1966. Reptiles de Chile. Ediciones de la Universidad de Chile. Santiago.

SCHENONE, H., H. REYES. 1965. Animales ponzoñosos de Chile. Boletín Chileno de Parasitología. 20: 104-109.

SCHENONE, H., S. RUBIO, F. VlLLARROEL, A. ROJAS. 1975.
Epidemiología y curso clínico del loxoscelismo. Estudio de 133 casos causados por la mordedura de la araña de los rincones (Loxosceles laeta). Boletín Chileno de Parasitología. 30: 6.17.


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