Descubrimiento de la primera aldea Molle
( Publicado en Revista Creces, Junio 1985 )

Al interior de Copiapó encontramos las ruinas de una aldea indígena de cien habitaciones, sitio complejo de la Cultura Molle suspendido en el cono de deyección de una quebrada a unos 1 400 metros de altura y junto a una gran cantera. El rasgo más estacado del hallazgo es la elaborada estructura funeraria de aquel grupo que vivió en el lugar aproximadamente hace unos 16 siglos.

La Cultura El Molle se conocía hasta hace poco tiempo casi exclusivamente a través de los hallazgos de sepulturas. Francisco Cornely, su descubridor, encontró en 1938 varios pequeños cementerios en las proximidades del pueblo de El Molle, en el valle de Elqui. De allí su nombre. La ergología puesta al descubierto -conjunto de objetos que constituyen el aspecto material de una cultura- era muy diferente a la ya conocida de la Cultura Diaguita Chilena que ocupaba casi el mismo territorio (siendo ésta más reciente), y también eran muy distintas las costumbres funerarias. En El Molle muchos de los esqueletos estaban por debajo de un emplantillado del que formaban parte guijarros rodados del río, de colores claros, colocados en disposición geométrica.

La cerámica no poseía ese colorido abigarrado de su similar diaguita, sino era monocroma o bicroma, de colores más bien oscuros, de formas peculiares que a veces imitaban animales o frutos (como zapallos y otros). Un rasgo cultural de primera importancia lo constituía el uso del bezote, adorno labial de piedra de distintas formas que deformaba la mandíbula. Se ha demostrado que su uso era privativo de los varones adultos. También tenían la costumbre de fumar en pipa de forma de una T invertida, y practicaban una metalurgia elemental al hacer objetos de cobre como agujas, pinzas depilatorias, discos pectorales, brazaletes, entre otros, a partir del martillado de cobre nativo, o "charqui de cobre" como vulgarmente se le nombra. La parafernalia incluía sobre todo collares de múltiples vueltas, de miles de pequeñas cuentas discoidales calcáreas, a veces con cuentas de malaquitas intercaladas rítmicamente.


Huasco y Ovalle

En 1955 el autor de estas líneas descubrió en el valle del Huasco la existencia de la Cultura El Molle, pero las costumbres funerarias implicaban ahora enormes estructuras tumuliformes de tierra y de piedras, con varias decenas de toneladas gravitando sobre los cuerpos. La excavación de estos túmulos de los cementerios Quebrada El Durazno, Quebrada de Pinte (en el valle del Tránsito) y posteriormente de Quebrada Ipipe (valle del Carmen) era materia ardua toda vez que los cuerpos se encontraban dos o tres metros bajo el coronamiento del túmulo, en una fosa profunda. Un polo de algarrobo presente permitió fechar por la técnica del Carbono-14 los túmulos de El Durazno en el año 310 de la era. Hacia 1950 o tal vez un poco antes, J. Iribarren encontró una fase de El Molle en el valle del río Hurtado, en Ovalle. Difería en algunos aspectos de lo anteriormente conocido y parecía más avanzada en el tiempo. La cerámica era más elaborada, con formas complejas y decoraciones incisas (asa, estribo, gollete, regadera, pintura en negativo, etc.) Además del cobre, laminaban el oro y la plata. Los cementerios de La Turquía son representativos de la fase ovallina de la cultura, que carecía de la pipa en forma de una T.


En Copiapó

En el valle de Copiapó, que es lo que aquí en esencia interesa, aparecían ciertos túmulos Molle en los vértices de los conos de deyección de algunas quebradas laterales, como la del Yeso y Viña del Cerro, sin embargo todas estas formas sepulcrales estaban saqueadas y era muy poco lo que de las mismas se podía rescatar (restos cerámicos, panes colorantes, restos de moluscos, puntas pedunculadas). En 1978, conducido por su amigo Sixto Aróstica que tantas veces le sirviera de guía en la cordillera de Copiapó, el autor descubrió para la ciencia el cementerio de túmulos de El Torín, situado a orilla del río El Potro, a 2 600 metros sobre el nivel del mar y al pie del macizo fronterizo de El Potro. Había en este campo más de 50 túmulos que una vez excavados en tres campañas sucesivas, llevadas a cabo con la cooperación del Museo Regional de Atacama, específicamente con su Conservador, Miguel Cervellino, arrojaron alrededor de 37 esqueletos y demostraron poseer en su relleno gran cantidad de manos (piedras) de moler, algunos morteros o piedras molinos, restos de la talla de la calcedonia y también gran cantidad de resto de huesos de camélidos. El cobre y las piedras semipreciosas tenían baja representación. Los varones adultos, presentaban igualmente tembetás, pero no las pipas T que son características en el Huasco y más al sur. Aquí, en El Torín, apareció una buena cantidad de hojas de piedra, de herramientas agrícolas, restos de acequias de regadío y dos estructuras habitacionales, que, de acuerdo a nuestra interpretación, serían refugios temporales para realizar ceremonias en relación con complejos rituales fúnebres.

En 1976 Aróstica nos llevó a unos potreros situados casi en frente de las casas de Carrizalillo Chico en la ribera sur del río Pulido, y juntos reconocimos una serie de plataformas y otras estructuras que nos parecieron las ruinas de una aldea indígena. El hallazgo de un fragmento de cerámica diaguita en una de las depresiones habitacionales nos hizo pensar, en un primer momento que se trataba de una aldea de esta cultura de la cual no se conocían estructuras habitacionales hasta la fecha. En febrero de 1983 y a raíz de un frustrado viaje a la línea de La Ollita, debido al exceso de nieve que aún se conservaba, decidimos con Miguel Cervellino excavar Carrizalillo Chico. A poco de andar nos dimos cuenta que era un sitio complejo de la Cultura El Molle. Por primera vez estábamos en presencia en el Norte Chico, donde se desarrolló esa cultura, de un conjunto aldeano suspendido en el cono de deyección de una quebrada lateral del lado izquierdo del curso medio del río Pulido, entre 1 500 a 1370 metros sobre el mar y con una fuerte pendiente (31%).

El sitio se encuentra a 120 kms de la ciudad de Copiapó y a 20 kms de La Junta de los ríos Jorquera y Pulido, formativos principales del Copiapó. El acceso en vehículos es algo dificultoso.


Aldea

El sitio que se compone esencialmente de un conjunto de unas 100 habitaciones o plataformas excavadas en contra de la pendiente del cerro; un conjunto de veinticinco estructuras tumulares funerarias, entremezcladas muchas veces con habitaciones en los sectores bajos del rodado; refugios bajo grandes rocas, algunas de las cuales son portadoras de pinturas rupestres de escaso significado; restos de canales de regadío derivados del río y terrenos de cultivos.

La aldea queda separada en dos grandes sectores por una zona central destruida por los aluviones de todos los tiempos. El sector occidental ocupa el ala oeste del cono de deyección, adyacente a la roca fundamental. Reúne este sector el mayor número de habitaciones y sepulturas, con 70 y 20 respectivamente. Es el de mayor densidad ya que esas estructuras se distribuyen en un área de 2,40 hectáreas. Al oriente del área destruida se encuentran sólo cinco sepulturas y 37 habitaciones. Estas se presentan en pequeñas agrupaciones separadas por cárcavas menores que escinden la superficie del abanico. Este sector oriente comprende un área global de 4 hectáreas con estructuras más separadas entre sí.

Un rasgo muy importante lo constituye la existencia de una gran cantera al pie de un aparato volcánico de andesita que aflora en la ladera. En ella se encuentran cientos de grandes lascas, núcleos y preformas de bien concebidas hojas de herramientas agrícolas, pero también hay labradas algunas piezas columnares, prismáticas, hasta de 2 o más metros de longitud, y varias otras piezas megalíticas (paralelepípedos) que los portadores de la Cultura de El Molle no usaban. De allí la sospecha de que esta cantera siguió prestando servicio hasta épocas incaicas, donde las construcciones de piedras de tambos y otros establecimientos exigían dinteles de una sola pieza (monolíticos), o bien en estatuaria que se podría quizás descubrir en el pueblo incaico cercano, hoy sepultado, de Iglesia Colorada.


Estructura funeraria

Sin duda el rasgo más espectacular de esta componente de la Cultura El Molle es la elaborada estructura funeraria, que conservando la idea básica del gran túmulo del Huasco y de El Torín, aquí en Carrizalillo Chico sufre una transformación derivada seguramente de la excesiva pendiente del ceno. En efecto, se construía un cilindro con un muro circular de dos hileras de piedras grandes de una o más hiladas, constituyendo la parte aérea del túmulo. En el fondo, muy abajo, se excavaba en el suelo virgen una fosa del tamaño adecuado al fardo funerario del cadáver y se colocaba en ella una estera de fibras vegetales donde se lo depositaba. La ceremonia iba acompañada de grandes fogones. Sobre una primera cubierta de tierra y de piedras se colocaba una especie de emparrillado de palos de algarrobo y sobre él una gran cantidad de piedras de diversos tamaños; con dimensión de 30 o 40 cm de arista, hasta de un puño. La mayoría de los túmulos son sepulturas individuales y los párvulos, incluso nonatos, tenían análogo tratamiento. La ofrenda era escasa y se reducían en caso de adultos a uno o dos cantaritos. Los párvulos iban acompañados de una ofrenda de tierras de colores, rojo y amarillo, como en el cementerio de El Torín. Una diferencia fundamental entre aquél y éste la constituye el hecho que en el primero las estructuras tumuliformes no están tan bien delimitadas y son menos profundas. Había además estratificación de cuerpos, o sea eran tumbas de múltiples enterratorios (¿familiares?). En uno de ellos se encontraron hasta 11 esqueletos. Aquí en Carrizalillo Chico albergan sólo un cadáver y por excepción en uno de los túmulos apareció en el relleno un esqueleto adicional incinerado, acompañado de un cántaro apuntado típico.

Por primera vez en la historia de los estudios de la Cultura de El Molle se rescató un fragmento pequeño de un tejido simple de fibra vegetal, en un fogón de uno de los túmulos de Carrizalillo Chico.


Ceramios

La cerámica que mejor caracteriza ambos sitios, El Torín y Carrizalillo Chico, es de tipo corriente alisado, de forma globular de cuello ancho y base apuntada (ápodo), sin asa. Por excepción aparecieron en habitaciones fragmentos muy pequeños de cerámica fina negro pulida o rojo pulida, tipos que son más populares en componentes del complejo El Molle de más al sur (Elqui y Limarí).

Sin duda la mayor popularidad entre los objetos rescatados la encabeza la hoja de piedra de herramienta agrícola, tallada en andesita de forma asimétrica. Las hojas terminadas se encuentran en relación con habitaciones y también en los campos de cultivo, en tanto que las preformas y lascas conducentes a hojas fueron halladas en lugares precisos dentro de la aldea, destinados a la actividad de talla. Curiosamente, en los valles de más al sur no aparecen estas hojas, que constituyen más bien un rasgo puñeno de alta frecuencia en Copiapó.

En Carrizalillo Chico se encontraron morteros fragmentados, de excavación baja, la que ocupa toda la cara utilitaria. Están en relación con las habitaciones, pero también aparecieron formando parte del relleno de túmulos. Los que están in situ se encuentran boca abajo. Han sido innumerables las manos fragmentadas, hechas a partir de guijarros rodados de granodiorita extraídos de la caja del río. Son circulares o elípticas de sección biplana o planoconvexa, y la mayoría están partidas por un corte transversal. Las hay en superficie y también en el relleno de los túmulos, aportando un hecho que es común con los túmulos de El Torín.

Los restos de cocina en Carrizalillo Chico son relativamente escasos. Un raquis de maíz de un túmulo, fragmentos de conchas de moluscos, especialmente de choros (Choromytilus sp.) y huesos de camélidos en las habitaciones. Contrario a lo ocurrido en El Torín, en Carrizalillo Chico fueron muy escasos los restos Oseos de camélidos que aparecieron en el relleno los túmulos.

El promedio de edad para Carrizalillo Chico, en base a dos muestras de Carbono 14 procesadas en madera, arrojan una data que se puede sintetizar en 400 años d.C. o sea, más o menos 1600 años antes del presente.

El hallazgo de la aldea de Carrizalillo Chico unido al redescubrimiento que hiciera Gastón Castillo de una fortaleza Molle, en el flanco sur del valle de Elqui (Véase CRECES 6/7, 4, 12-15) desvirtúan en cierto modo la hipótesis de la escasa sedentarización de los portadores de la cultura y de la excesiva movilidad trashumántica que se les ha atribuido a estas poblaciones.

La segunda temporada de campo, realizada recientemente en febrero de 1985, contó con la activa e inapreciable colaboración del arqueólogo del Museo de La Serena Gastón Castillo Gómez formado, como Cervellino, en la Universidad del Norte de Antofagasta.



Para saber más


1. Castillo G., Gastón e Ivo Kuzmanic P.: Registro de colecciones inéditas del Complejo Cultural El Molle (Trabajo descriptivo). Boletín N° 17 del M.A.S. pp. 122-221. 1979-1981.

2. Cornely, Francisco L: Cultura Diaguita Chilena y Cultura de El Molle. Editorial del Pacifico S.A. Santiago, Chile.

3. Iribarren Ch. Jorge: Nuevos hallazgos arqueológicos en el cementerio indígena de La Turquía Hurtado. En: Arqueología Chilena. Publ. N0 4 pp.
13-40. Centro de Estudios Antropológicos. Universidad de Chile. 1958.

4. Niemeyer F., Hans: Cultura El Molle de río Huasco. Revisión y Síntesis. En: Actas del VIII Congreso de Arqueología Chilena. pp. 295-316. 1978.


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