Las habilidades sobresalientes ¿Se crean o se heredan?
( Publicado en Revista Creces, Junio 2000 )

Generalmente se piensa que los que alcanzan habilidades sobresalientes en música, deportes, memoria, matemáticas o inteligencia es porque han nacido con ellas. Sin embargo, investigaciones recientes parecen demostrar que para alcanzar altos rendimientos en las diferentes habilidades, la práctica es mas importante que las condiciones innatas.

Según se dice Rajan Mahadevan entretenía a sus amigos en la India con su sorprendente memoria numérica. En el Libro de Records de Guinnes está inscrito el récord de Rajan, el 4 de Julio de 1981. En esa fecha él pudo recordar 31.811 dígitos de ( (pi). En aquella ocasión se demoró tres horas recordando a razón de tres dígitos por segundo. Según el periódico de aquella época, cuando llevaba 10.000 dígitos hizo una pausa para tomarse una Pepsi. Se le preguntó por qué paró en ese momento y respondió: "es que no sé por qué me cuesta recordar el dígito 31.812".

Sin duda que la memoria de Rajan era muy excepcional y que tiene que haber nacido con alguna condición para ello. Del mismo modo tendemos a aceptar que Mozart tiene que haber nacido con el regalo de la música y que Garry Kasparov nació con el regalo del ajedrez. Sin embargo, investigaciones recientes hacen pensar que muchas de esas condiciones excepcionales se adquieren con la práctica continua. Anders Ericsson de Carnegie-Melon University y sus colegas han demostrado que la capacidad de retener dígitos que se van dictando en razón de uno por segundo (número de teléfonos u otros), se mejora notablemente después de meses de práctica. El entrenó a dos personas (SF y DD) durante muchos meses para que mejoraran su capacidad de retener dígitos. Observó que la capacidad de retenerlos en la memoria mejoraba en un dígito por cada dos horas de práctica.

¿Cómo estas personas mejoraron esta capacidad? Tanto a SF como a DD no se les dio ninguna instrucción de cómo mejorar su capacidad de retener dígitos. SF era un muy buen corredor de larga distancia y conocía muy bien los tiempos esperados para cada distancia en las carreras. Cuando un dígito tenía por ejemplo una secuencia de 3492, él la codificaba como 3 minutos 49.2 segundos, que es cerca del tiempo récord de la milla. Para él, que tenía un conocimiento enciclopédico del tiempo de las carreras, le era más fácil recordarlo si lo traducía a números más pequeños de tiempos de carreras memorables. También DD era corredor de distancia y sin que nadie se lo indicara, también utilizó igual método para recordar los dígitos.

Cuando alguien tiene la obligación de aprender algo de memoria, rápidamente descubre un método mnemotécnico que le permita ordenar números o palabras en forma sucesiva. Así por ejemplo se puede visualizar una ruta con diferentes lugares que se van visitando, y cada lugar le recuerda una palabra, y así repetir 20 o más palabras en forma sucesiva.

El proceso de la memoria tiene dos compartimentos diferentes: la memoria de corto plazo y la de largo plazo (creces, Junio 1997, pág. 32). Si se repite varias veces a lo largo del tiempo una secuencia de palabras, ésta comienza a inscribirse en la memoria de largo plazo. Así cualquiera de nosotros puede repetir una poesía o una oración que aprendió en la niñez o el teléfono de su casa cuando tenía 10 años de edad. Si durante meses está repitiendo un número creciente de dígitos o palabras, éstas paulatinamente van gravándose en la memoria de largo plazo y se repiten casi automáticamente cuando uno lo desea. La proeza de Rajan se basaba mucho en métodos mnemotécnicos que había ensayado muchas veces, de modo que esos dígitos se habían incorporado a la memoria de largo plazo. Al comienzo usaba un método mnemotécnico, pero después de horas y años de ejercicio, se habían incorporado en la memoria de largo plazo. Así por ejemplo, el dígito 312 le recordaba el área code de Chicago, y otros dígitos le recordaban otros lugares. Tanto es así que si se medía su capacidad de memoria utilizando otros test, su capacidad de memoria no era tanta.


Mateos, mateos y mateos

Nadie puede discutir que la práctica es un componente importante para alcanzar un alto rendimiento ya sea en música, ajedrez o algún deporte. El prodigioso ajedrecista Bobby Fisher, antes de llegar a ser campeón mundial, pasó muchos años inmerso en las tácticas y estrategias del ajedrez. El Chino Ríos no habría podido llegar a los Top Ten si no hubiera practicado tenis desde temprana edad y todos los días y muchas horas cada día. Si por algún tiempo deja de hacerlo, rápidamente desciende en el ranking. Es lógico pensar que una predisposición innata le permite avanzar en su rendimiento más rápidamente, que alguien que no tiene esa predisposición.

Pero es la suma del talento y la práctica la que explica los altos rendimientos alcanzados. Sin embargo, no es fácil cuantificar qué es más importante. Hace algunos años, el mismo Ericsson y sus colaboradores estudiaron el rendimiento de jóvenes pianistas y violinistas. Para ello pidieron a sus profesores que se los separaran en tres grupos: Un grupo formado por aquellos que en su criterio tenían posibilidades de llegar a ser solistas internacionales. Un segundo grupo que según ellos pensaban eran buenos, pero no tenían tanto futuro. Un tercer grupo que ellos pensaban que iban a llegar sólo hasta profesores de música.

Si el talento era lo que individualizaba estos tres grupos, las diferencias deberían estar en sus condiciones innatas. Es decir, si una persona estaba genéticamente dotada debía rápidamente alcanzar un alto nivel de excelencia. Pero los resultados fueron sorprendentes. Los mejores eran los que habían practicado más y por más largo tiempo, en relación al segundo y tercer grupo, que habían practicado menos. Incluso llegaron a calcular las horas acumulativas que habían practicado, encontrando que los mejores habían practicado un promedio de 10.000 horas, seguidos por 8.000 horas por el grupo siguiente y 5.000 horas para los menos talentosos (fig. 1). Erickson argumenta que también son las prácticas y las horas de trabajo las que lanzan al éxito, ya sea a los deportistas, escritores o científicos.

Dos o tres líneas de evidencias convergen para llegar a concluir que los talentos innatos juegan un rol mucho menor para alcanzar un alto rendimiento. En primer término, si un niño nace con condiciones excepcionales, éstas deberían identificarse a una edad temprana y esos niños serían los que más tarde alcanzarían los más altos rendimientos. Así por ejemplo, si un niño que está aprendiendo violín ha nacido con un talento innato, esto debiera comenzar a notarse inmediatamente. Por el contrario, si la habilidad es sólo el resultado de la práctica acumulada, no debiera haber relación entre los signos precoces y el rendimiento que se alcanza posteriormente.

Para ensayar esta predicción, John Sloboda, Michael Howe y sus colaboradores de la Unidad para Estudios de Capacidades Musicales y Desarrollo de la Universidad de Keele en Inglaterra, estudiaron un número significativo de niños entre 8 y 18 años de edad. Algunos de ellos habían sido lo suficientemente buenos como para quedar seleccionados en el grupo selecto de la escuela. Los restantes se dividieron en diferentes grupos de diferentes capacidades musicales. El último era aquel grupo que después de un año había fracasado en el aprendizaje del instrumento.

Los investigadores luego entrevistaron a los padres y buscaron evidencias de signos tempranos de talento musical. Los resultados mostraron que a pesar de la variada gama de rendimiento musical, no hubo diferencias precoces entre los diferentes grupos.

Una segunda línea de evidencias también sugiere que los talentos innatos juegan un rol mínimo en el desarrollo de rendimientos excepcionales si se compara con la importancia de la práctica de esas habilidades. Si el talento jugara un rol más significativo que la práctica, entonces podríamos decir que un individuo talentoso lograría más progreso con una cierta cantidad de entrenamiento que uno menos talentoso. Por el contrario, si la práctica es esencialmente el único ingrediente, tanto el talentoso, como el menos talentoso, requeriría la misma cantidad de práctica para tener igual progreso.

Las evidencias disponibles sugieren que esta última predicción está más cerca de la verdad. Es así como Sloboda y sus colaboradores, en un estudio posterior realizado con sus jóvenes músicos, les solicitaron que hicieran una estimación de cuántas horas practicaron con sus instrumentos, por día, cada año. Como además los profesores tomaban exámenes cada año para la promoción correspondiente, los investigadores pudieron utilizar esta información del progreso musical y en definitiva pudo calcular la cantidad de práctica que tuvieron que invertir los diferentes niños en el paso de los sucesivos grados. Con sorpresa comprobaron que los niños mejor dotados requirieron por lo menos de tanta práctica como los menos dotados. Así por ejemplo, los más dotados requirieron un promedio acumulado de 971 horas para alcanzar el grado 4, mientras que el grupo menos talentoso sólo requirió de 656 horas.

En resumen, hay poca evidencia que el talento innato realmente contribuya más para alcanzar los rendimientos excepcionales que la continua práctica. Es posible que en condiciones excepcionales alguien pueda nacer especialmente dotado para una determinada habilidad. Pero eso parece más bien la excepción. Tal vez un caso típico podría ser el de Mozart, que siempre se ha presentado como un niño prodigio. Sin embargo no hay que olvidar que el ambiente en que se desarrolló Mozart fue muy especial. Su padre era un destacado músico y es muy posible que éste haya ejercido una tremenda presión sobre él para que desarrollara sus habilidades musicales. Al menos se sabe que la ejerció más tarde en su vida. Por el contrario, son muchos los niños prodigios que luego "se pasman", lo que hace pensar que tal vez no eran tan prodigios y que realmente estaban siendo presionados o que el amor o el orgullo de los padres los estimaban como tales.



Artículo basado en: Outstanding Performers: Created, not Born?
de: David R. Shanks.

Science Spectra, Nº 18, pág. 28, 1999.


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