Obesidad: las píldoras para tratarla
( Publicado en Revista Creces, Noviembre 1996 )

Durante los últimos años han sido numerosas las publicaciones de nuevas drogas apropiadas para combatir la obesidad. Sin embargo hasta ahora han sido sólo promesas interesantes. Conviene detenerse a analizar que hay detrás de cada una de ellas.

Hasta ahora sólo hay dos posibilidades para que los obesos bajen de peso: comer menos o hacer mucho ejercicio. En el primer caso disminuye la ingestión de las calorías y por lo tanto éstas no se traducen en aumento de los depósitos grasos, especialmente de las caderas. En el segundo, se queman las calorías con lo que tampoco se acumulan. Esto está claro para los obesos, pero el problema es que no resisten la tentación de dejar de comer, especialmente aquellos sabrosos alimentos calóricos. Tampoco es fácil hacer ejercicio y transpirar cada día y durante todos los días.

Su sueño es una píldora que le quite el apetito o que interfiera en algún proceso metabólico que impida el depósito de grasas en los tejidos. Quien descubra esa droga, seguramente que se va a hacer rico, ya que la obesidad cada día es más frecuente, especialmente en las sociedades afluentes. En nuestro caso, la obesidad ya comienza a ser un problema en los adultos y está comenzando también a ser en los primeros años de vida. Según las estadísticas, ya sobre el 20% de los niños obesos, considerando como tal aquel que presenta un sobre peso de más de un 20% de su peso ideal.

Desgraciadamente esa droga mágica no ha sido fácil encontrarla, aunque hay que reconocer que se ha avanzado mucho en el conocimiento de la génesis del apetito, como también en el metabolismo de las grasas. Por ello es que se ha abierto posibilidades ciertas de que entre alguna droga de interferir en algunos de estos procesos, sin que sea peligrosa para la salud.


Drogas que interfieren en el apetito a nivel central

Durante los últimos años, han sido muchos los laboratorios que están tratando de encontrar una droga que realmente inhiba el apetito y que no tenga efectos colaterales. La sensación de apetito depende de una mezcla de señales que parten ya sea desde el estómago, los intestinos, el torrente sanguíneo o de los mismos depósitos grasos. Todas ellas se integran en el hipotálamo, una pequeña región de la zona central del cerebro que tiene que ver, entre otras cosas, con el manejo de los instintos. Si por ejemplo, la baja de azúcar en la sangre, es detectado por el hipotálamo, traduciéndose en una necesidad de comer. Esta orden hipotalámica es difícil desobedecerla, sobre todo si está a nuestra disposición un rico sandwich con carne, queso y mayonesa.

Diversos estudios, señalan que esta orden hipotalámica se inicia a través de neurotransmisores (substancias químicas que usan las neuronas para comunicarse entre sí). Uno de ellos es la dopamina, que parece que cuando se secreta por las neuronas, produce una sensación de satisfacción. Se ha descubierto una droga, la fenilpropalonamina que parece incrementar el efecto de la dopamina. Desgraciadamente no parece ser muy efectiva.

De allí que se han buscado otros neurotransmisores, como es el caso de la serotonina, al que también se le atribuye la sensación de satisfacción. Para este neurotransmisor se han encontrado dos drogas que parecen potenciar su efecto: la fenfluramina y la dexfenfluramina (Dexfen). Cabe señalar que ésta ha sido la única droga que ha sido aprobada en los últimos 20 años por el Food and Drug Administration (FDA) para ser comercializada en los Estados Unidos, para el tratamiento de la obesidad.

En realidad estas drogas no quitan el apetito, pero tienen la ventaja de hacer sentirse satisfecho con las primeras ingestiones de alimentos, con la que es más fácil dejar algo en el plato. Sin embargo, tienen sus problemas, ya que se la culpa de producir cuadros de hipertensión pulmonar por alteración de las válvulas cardíacas, y también se sospecha que podrían dañar las neuronas. Así por ejemplo, recientemente un informe de la Mayo Clinic en Rochester, Minnesota, describió 24 casos de mujeres que tuvieron un cuadro grave cardíaco cuando usaron fenfluoramina en combinación con un reforzante de dopamina, llamado Fentermina. La que es más grave, es que parece que dañan las neuronas. Al incrementar la producción de serotonina, no sólo disminuye el apetito, sino que también altera el carácter, el sueño y el deseo sexual.

George Ricauerte y sus colaboradores de la Universidad de John Hopkins, han comprobado en baboons (utilizando la Tomografía de Emisión de Positriones), que después de cuatro días de tratamiento, se dañan neuronas productoras de serotonina (New Scientist, diciembre 14, 1996, pag.8). Los mismos investigadores, en otro trabajo, han demostrado además que estos daños parecen ser irreversibles después de haber suspendido el Tratamiento (Synapse, noviembre, 1996). Louis Seiden de la Universidad de Chicago, afirma que en ratas, la fenfluoramina, administrada junto con drogas del tipo anfetaminas, produce cuatro veces más daño que la fenfluramina sola (Synape, enero 1997). En vista de todos estos efectos secundarios, recientemente el mismo FDA ha ordenado la suspensión de la comercialización de estas mismas drogas, que previamente habían autorizado su uso (nombres comerciales: Redux y Pondimin) (septiembre 1997). En América Latina acciones ordenan varios productos similares a Redux. Por ejemplo, el Diomeride, de los laboratorios Servier de Francia se venden actualmente en Chile, Argentina, Brasil y México.

A pesar de todo ello, los laboratorios farmacológicos siguen investigando en nuestras drogas supresoras del apetito. Una que estaría próxima a aparecer en el mercado americano es el sibutramina, desarrollada por KnoIl Pharmaceutical en Whippany, New Jersey. Se trata de una droga que también potencia la acción de la serotonina, pero que al mismo tiempo aumenta la secreción de noradrenalina en las terminaciones nerviosas. Normalmente la noradrenalina es liberada por el sistema nervioso simpático que inerva a la mayor parte de los órganos, y entre otras acciones ordena a las células adiposas a quemar energía como calor. También la noradrenalina disminuye la eficiencia de los músculos esqueléticos, lo que los lleva también a quemar más calorías.

La industria productora de este fármaco espera tener la aprobación de FDA. Sin embargo en las pruebas clínicas, se ha observado que ella puede elevar la presión arterial y acelerar el rítmo cardíaco, lo que no es deseable en los pacientes obesos. En todo caso, son efectos colaterales mucho menores que los observados por las drogas que recién el FDA ordenó retirar.


Buscándole por otro lado

Cuando los alimentos llegan al intestino, se estimulan las células de su mucosa, especialmente en la zona superior del intestino delgado, y éstas responden liberando una sustancia química denominada colesistoquina (CCK). A su vez esta substancia hace que el páncreas libre enzimas, que en el intestino van a hidrolizar (cortar) las proteínas en trozos y también van a transformar los hidratos de carbonos en glucosa. La misma sustancia (CCK) también estimula la vesícula biliar para que produzca sales biliares que ayudan a hidrolizar (quebrar) las grasas en sus constituyentes: ácidos grasos y glicerol. Todo ello es un proceso indispensable para la posterior absorción intestinal de estos nutrientes.

Pero también el mismo CCK tiene otra misión: le dice al nervio vago que envíe una señal al cerebro, para que desde allí disminuya el apetito. Desde hace tiempo que los investigadores saben que cuando se inyecta el CCK a los animales de investigación, disminuye su apetito.

Otras investigaciones han demostrado el mismo efecto en
humanos. Desgraciadamente el CCK no puede usarse para tal objeto, porque su efecto al administrarse por vía oral, es muy transitorio. Pero los incansables investigadores están tratando de encontrar una droga que tenga el mismo efecto, pero más duradero.

El año recién pasado, Elizababeth Sugg y colaboradores de los laboratorios Glaxo, encontraron un CCK sintético, que administrado por vía oral, disminuye notablemente el apetito en ratas y monos. Los ensayos demuestran que, dependiendo de la dosis, los animales pueden llegar hasta un rechazo completo del alimento. Esta droga aún no ha sido ensayada en humanos, pero ya estos se están planificando. Si tuviera igual efecto que lo observado en animales, sería un gran avance, siempre y cuando no tuviera efectos colaterales no deseados. Pero en el mejor de los casos, para contar con ella, los obesos van a tener que esperar aún varios años.

Mientras tanto otro laboratorio, Hoffman-La Roche, ha llegado a una droga que ataca a las enzimas que degradan las grasas en el intestino, con lo que éstas no se hidrolizan y por lo tanto no se pueden absorber. La droga se ha llamado Orlistat y los ensayos demuestran que logra disminuir la absorción de grasas en un 30%, lo que significa que en dos años de tratamiento, el paciente puede perder hasta el 60% de su peso. Desgraciadamente, en Octubre de 1997 cuando se esperaba la aprobación del FDA, sorpresivamente Roche retiró su solicitud, según dice, para reestudiar la relación que esta droga podría tener con el cáncer del pecho. Roche no cree que haya relación, pero la preocupación los aconseja reexaminar los datos de sus ensayos.


Buscándole por el lado de la genética

Hace poco más de dos años, Jeffrey Friedman y colaboradores de la Universidad Rockeffeler (Nueva York), aparecieron en los titulares de los periódicos cuando descubrieron la existencia de un gen (Ob), en ratas genéticamente obesas, además de un gen equivalente en los seres humanos. Las ratas en que el gen Ob no funcionaba bien, engordaban como un globo, y ello se debía a que sus células adiposas no fabricaban una proteína llamada leptina, que en condiciones normales es la encargada de decir al cerebro cuanta grasa se ha acumulado (Una esperanza para los gordos).

La leptina es equivalente a la balanza de peso del baño: mientras más grande y más cargadas de grasas están las células adiposas, más leptina se produce. Si hay mucha leptina, la aguja en el dial del hambre del hipotálamo, se va hacia abajo. Si hay poca, se va hacia arriba.

Las ratas mutantes (genéticamente obesas) que estudió Friedman y colaboradores, carecían en absoluto de leptina y por lo tanto se comportaban como si estuvieran en un estado de desnutrición extrema, que no les permita moverse. Luego más tarde, Stephen O` Rahilly de la Universidad de Cambridge, describió la misma deficiencia de leptina en humanos. En junio de 1997, en Nature, O`Rahilly y sus colaboradores describieron dos casos de obesidad extrema, que tenían un gen Ob mutante. Se trataba de dos niños que eran primos hermanos. Uno era una niñita de ocho años de edad, que pesaba 82 kilogramos-peso y el otro su primo de dos años, que pesaba 29 kilogramos-peso. Ambos, desde el nacimiento habían tenido un gran apetito.

Posteriormente el mismo Friedman y otros investigadores de Amigen y Hoffman, La Roche, demostraron que dando Ieptina a las ratas que tenían el gene Ob mutante, se detenía su voraz apetito y su peso volvía a ser normal. A su vez, también demostraron que al dar leptina a ratas normales, se producía en ellas una disminución de peso aunque modesto (10%). Todo parecía tan prometedor, que el laboratorio Amigen pagó a Friedman 20 millones de dólares por los derechos exclusivos de la patente.

Con estos resultados, los investigadores pensaron que la obesidad de los humanos se debía a que tenían poca leptina. Pero no fue así, ya que José Caro de la Universidad de Jefferson en Filadelfia demostró que contrariamente a ello, los pacientes obesos tenían niveles de leptina más altos que lo normal y que los dos primos relatados por O` Rahilly eran una excepción. Parecía ser que el problema estaba a otro nivel y para que la leptina actuara, se requería de otra proteína que normalmente está inserta en la pared de la célula (proteína receptora). Sin ella la leptina no tendría efecto.

Con todo, en Junio de este año, Amgen anunció a los medios de comunicación que había obtenido un resultado, aunque moderado, con el uso de leptina. Es así como en un ensayo con 30 personas obesas que recibieron por vía inyectable leptina, en tres meses perdieron entre 2 y 4 kilos de peso. Ahora los investigadores de Amgen están tratando de mejorar la efectividad de la leptina, tratando de que ésta sea transportada más eficientemente al cerebro. Ellos piensan que cuando la leptina llega al hipotálamo, allí se producen una serie de cambios químicos en los diferentes neurotransmisores. El hecho es que el asunto de la leptina ha despertado gran interés en numerosos grupos de investigadores, con el objeto de conocer qué cambios se producen y cómo se podrían intervenir entre ellos. Existe optimismo, ya que la leptina es una proteína normal en el organismo, y por lo tanto hay menos posibilidades de efectos secundarios no deseados.

Pero es tanta la necesidad de una píldora que cure la obesidad, que las investigaciones continúan analizando las más variadas etapas metabólicas que en alguna u otra forma llevan a que se acumule grasa. Tal vez una píldora ideal sería aquella que obligara a las células adiposas que deshiciera de la grasa, quemándola como calor en lugar de almacenarla. En este sentido también se está investigando. Así por ejemplo, han descrito una proteína que se encuentra en las células de la grasa parda y que han denominado "Proteína Desacopladora" (UCPI1). Normalmente en el organismo humano hay una pequeña cantidad de esta grasa que es de color pardo debido a la gran cantidad de mitocondrias que poseen en su interior (las mitocondrias son los organelos que en todas las células producen la energía).

Esta "proteína desacopladora" (UCPI1), es la que hace que la mitocondria de éstas células queme la energía produciendo calor, en lugar de usarla en las reacciones químicas del cuerpo. La grasa pardo es bastante abundante en ratas, pero es muy escasa en el ser humano.

Más recientemente, Craig Warden de la Universidad de California, y colegas de Francia y Carolina del Norte, han encontrado una segunda proteína, que ellos creen que tiene la misma función de la UCPI1 en las mitocondrias, pero que esta se encuentra en muchos tejidos, como los depósitos normales de grasa y también en células musculares (Obesidad: Las píldoras para tratarla). La han denominado UCP2. Según Warden, esta proteína tendría como única función regular el peso y la temperatura.

Estos investigadores han estado estudiando la función de la UCP2 en ratas. Para ello, han seleccionado dos tipos de ratas diferentes. Unas con tendencia a la obesidad y otras resistentes a ella. Las que son resistentes a la obesidad, elevan rápidamente los niveles de UCP2 en respuesta a la dieta. En cambio, el grupo con tendencia a la obesidad, prácticamente sus valores no varían en relación a la dieta. Los investigadores sostienen que si la proteína se eleva, la grasa se quema y que por lo tanto ésta se elimina (Nature Genetics, vol 15, pág 269, Febrero 1997).

Ya se han iniciado las investigaciones en humanos, y ellos creen que aquellas personas que son de constitución delgada, es debido a que tienen más de esta proteína. Los estudios han ido aún más lejos y han podido ubicar el gen que codifica esta proteína en el cromosoma 11 en el caso de los humanos y en el cromosoma 7 en el caso de las ratas. Ellos piensan que si administraran esta proteína a obesos, ellos deberían quemar las grasas, y por lo tanto bajar de peso. Existe el problema que para ello deberían elevar la temperatura de su cuerpo.


A quemar más grasas

La idea de lograr que las grasas se quemen más activamente, seduce a varios investigadores. Para ellos muchas empresas están tratando de potenciar a la noradrenalina que normalmente tiene esta acción. Robert Dow de los laboratorios Pfizer, afirmó en el último congreso de la American Chemical Society, que ya han elaborado una droga que imita la acción de la adrenalina (la llama CP331679). En condiciones normales, la noradrenalina, se une a tres tipos de receptores, de tres tejidos diferentes: uno en el corazón, que hace aumentar las contracciones cardíacas (receptor beta-1). Otro en los vasos sanguíneos, que hace que estos se dilaten (receptor beta-2)y un tercero en la superficie de las células que almacenan grasas (receptor beta-3). Estos últimos receptores son moléculas localizadas en las paredes de las células adiposas, que dan la señal para quemar los trigliceridos (las grasas se acumulan en el interior de las células adiposas, como triglicéridos). La droga descrita por Dow, estimularía los receptores beta-3, dejando indemnes los receptores beta-1 y beta-2, que controlan el tejido muscular del corazón y los vasos sanguíneos respectivamente.

En ratas y lauchas, los agonistas (potenciadores) de los beta-3, son muy buenos quemadores de grasas, pero el efecto sólo se observa en la grasa parda, que las ratas tienen en abundancia. La grasa pálida que es la principal grasa en humanos adultos, tiene pocos receptores de beta-3. Según Dow, hay algunas evidencias que los agonistas del beta-3, pueden gatillar la producción de grasa parda. Habría entonces que tener más grasa parda.


Conclusión

En resumen, mucho se ha investigado, especialmente por la industria farmacéutica para las que una píldora antiobesidad sería el gran negocio, pero todavía no se ha llegado a una verdadera solución. Pero por lo menos hay esperanzas. Por ahora los gordos, si quieren vivir más, tendrán que seguir esperando "la droga" y por ahora tendrán que tratar de comer menos y hacer mucho ejercicio. Ello porque la obesidad no sólo es un problema de estética, o psicológico, sino porque también su gordura lleva consigo un alto riesgo de enfermar y fallecer, ya sea de hipertensión, del corazón o diabetes. Si hay un hecho claro, es que la mortalidad en los obesos es alta.


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