El autismo
( Publicado en Revista Creces, Agosto 2000 )

Nuevas investigaciones referentes a esta desconcertante enfermedad demuestran que las causas radican en la anormalidad de algunos genes que controlan el desarrollo cerebral.

Se llama autismo a un desorden del comportamiento caracterizado por una variedad de síntomas, muchos de los cuales aparecen después de los tres años de edad. Los niños que lo padecen se caracterizan por su incapacidad de interpretar los estados emocionales de otros. No saben interpretar el enojo de otras personas, la pena o los intentos de manipulación. Su lenguaje es limitado y tienen dificultades para iniciar o mantener una conversación. Es frecuente que ellos demuestren una insistente preocupación, ya sea por un objeto simple o por un gesto o actividad que desarrollan.

En la escuela son realmente un problema. ¿Cómo se les puede integrar a la sala de clase si son inmutables y, por ejemplo, golpean repetitivamente la cabeza sobre el escritorio? ¿Cómo lograr que interactúen con los demás niños si sólo demuestran interés en un cuadro o en una planta u otro objeto? Su manejo es más difícil si, además, como sucede en muchos casos, sus síntomas se acompañan de debilidad mental. En el hecho, su autismo les impide vivir independientemente, aun cuando su cuociente intelectual sea normal.

Los síntomas pueden ser muy variados, pudiendo describirse en tres categorías: a.- "Alteraciones en la interacción social": Son enfermos incapaces de establecer un contacto visual, ni tampoco tienen expresión facial o gestos como para establecer una interacción. No pueden relacionarse con otros niños; b.- "Alteraciones en la comunicación": No pueden utilizar el lenguaje con la compensación gestual. A pesar de poseer lenguaje, no pueden mantener una conversación. Si se les pregunta algo, en lugar de dar una respuesta, repiten la pregunta y c.- "Comportamientos repetitivos": Demuestran intensa preocupación por algún objeto o alguna actividad. Insisten en rutinas rituales, sin objetivos. Repiten movimientos con las manos, como aplaudiendo u otros. Generalmente predomina alguna de estas categorías, pero suelen también sumarse y entremezclarse. El tratamiento tiene pobres resultados, pero sin embargo, con terapias de comportamiento intensivas se pueden lograr mejorías adaptativas, aunque no completas.


Los factores genéticos

La enfermedad fue descrita en el año 1943 y desde entonces se han ido diferenciando las distintas categorías de síntomas ya señaladas. Según las estadísticas, de cada 10.000 niños que nacen, 16 presentan síntomas de autismo, con síntomas predominantes de alguna de las tres categorías descritas.

Diversos antecedentes demuestran que hay un componente genético, pero al estudiar la forma de transmisión, los investigadores observan que no hay un mecanismo claro. Si en una familia hay un paciente con autismo, hay entre 3 a 8% de posibilidades de que otro hermano también tenga la enfermedad, lo que en la población general es sólo del 0.16%. Sin embargo el riesgo es mucho menor que el de una enfermedad que se transmita en forma dominante (50%), o recesiva (25%). Esto hace pensar que no sería uno solo el gene culpable, sino varios. Tampoco la enfermedad se repite con los mismos síntomas dentro de una familia. Es frecuente que uno o más parientes presenten variaciones de síntomas atribuibles a esta enfermedad. A veces es una tía que presenta síntomas predominantes de la categoría "a", o un hermano en que predominan los síntomas de la categoría "b", u otro pariente con síntomas de la categoría "c". Por alguna razón desconocida, los diversos factores genéticos no se expresan totalmente en estas personas.

Estudios realizados en mellizos en Inglaterra confirman que el autismo es hereditario, pero al mismo tiempo sugieren que hay también factores ambientales. Así por ejemplo, si sólo los factores genéticos fueran los responsables, los mellizos idénticos (monozigotos) tendrían un 100% de posibilidades de padecer la misma enfermedad. Sin embargo no sucede así, ya que el riesgo en este caso es sólo de un 60%.


La embriología del autismo

Ya se conocen varios factores de riesgos ambientales. La exposición "in útero" a la rubéola o la ingesta de algunas sustancias durante el embarazo, como el alcohol o el ácido valproico, incrementan el riesgo. También las personas que padecen de fenilquetonuria o tubero-esclerosis (enfermedades genéticas), también tienen un riesgo mayor de desarrollar un autismo.

Miller y Stromland, en el año 1994, encontraron otro factor de riesgo (Developmental and Medicine and Child Neurology, Vol 36, pág. 351, 1994): la ingesta durante el embarazo de la famosa droga Talidomina, cuyo uso posteriormente fue suspendido. La droga producía malformaciones de los brazos y de las piernas, o de las orejas y del pulgar, junto con disfunciones de los músculos de los ojos y la cara. Cerca del 5% de las víctimas de la Talidomina presentaron también autismo.

Con esta información, y conociendo qué órgano se desarrollaba en cada etapa de la embriogénesis, llegaron a identificar con detalle en qué momento del desarrollo embrionario se producía la enfermedad. Los pulgares se afectan a los 22 días después de la concepción, las orejas a los 20 días y los brazos y las piernas, entre los 25 y 35 días. Es decir, el autismo se produce por una lesión que se genera entre los 20 y 30 días después de la concepción, cuando aún la madre no sabe que está embarazada.

En esa etapa del desarrollo se han formado muy pocas neuronas, y de éstas la mayor parte son neuronas motoras correspondientes a los nervios craneanos, los que controlan los músculos de los ojos, orejas, cara, mandíbula, garganta y lengua. De acuerdo a todos estos antecedentes, los afectados serían los nervios faciales. Los cuerpos celulares de estas neuronas están localizados en el cerebro basal, entre la médula espinal y el resto del cerebro. Por ello, los que padecen de autismo presentan anormalidades de los músculos de la cara y los ojos, lo que se traduce en falta de expresión facial.


La neurobiología del autismo

Pero el autismo no sólo se manifiesta por falta de expresión facial, sino que como hemos dicho, también por muchos otros síntomas. Por ello se piensa que en el autismo también se afectaría el cerebro en etapas inmediatamente posteriores del desarrollo, afectando otras regiones diferentes a las de los nervios faciales.

En 1995, Patricia Rodier y sus colaboradores de la Universidad de Rochester en USA, tuvieron la oportunidad de examinar un cerebro de una enferma autista fallecida (Scientefic American, Febrero 2000, pág. 38). El tamaño y el peso del cerebro eran normales, pero en su estudio morfológico detallado, encontraron que prácticamente le faltaban dos estructuras, los núcleos faciales que controlan los músculos de la expresión de la cara, y la oliva superior que es una estación para la información auditiva. Ambas estructuras derivan del mismo segmento del tubo neural del embrión, que es el órgano que termina desarrollando el sistema nervioso central. En el estudio histológico sólo contaron 400 neuronas en esta zona, cuando normalmente hay sobre 9.000 (fig.1). Encontraron también que el cerebro basal de esta persona era más corto, es decir, le faltaba una banda de tejido (fig. 1).


En la búsqueda de los genes culpables

Experiencias realizadas en ratas han permitido identificar un gene denominado "Hoxa 1", que cuando se inhibe (knockout) produce lesiones cerebrales en esa rata, muy semejantes a las encontradas en el cerebro de la paciente que padeció de autismo. La rata tenía malformaciones de las orejas, le faltaba la estructura cerebral que controla los movimientos oculares y también tenía un acortamiento del cerebro basal. Grupos de investigadores en Salt Lake City en Londres, comprobaron que este gene está activo en el cerebro basal cuando las primeras neuronas se están formando.

El gene Hoxa 1 produce una proteína llamada "factor de transcripción", que modula la actividad de otros genes. Lo interesante es que este gene sólo está activo durante las primeras etapas de la embriogénesis. Con esta información, parece lógico pensar que una alteración en la estructura de este gene podría ser uno de los factores que condicionarían el autismo, afectando las primeras etapas de la embriogénesis en una zona específica del cerebro basal.

Rodier y sus colaboradores han encontrado en células humanas, variantes del gene Hoxa 1, comprobando que esta variante es más frecuente en familias de autistas, en relación a la población general. Esta variante la encuentran en el 20% de las personas que no padecen de autismo y en el 40% de las que lo padecen. Esto hace pensar que también otros factores genéticos están interviniendo en la producción de la enfermedad.

Hasta ahora sólo se ha abierto un camino que permite vislumbrar cuál sería el mecanismo que induce la lesión del cerebro basal y que produce el autismo. Habrá que seguir investigando qué otros genes podrían estar también influyendo, o qué factores ambientales podrían inducir cambios en esos genes. Desde luego la talidomina sería uno de ellos.


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