La peste bubónica
( Publicado en Revista Creces, Marzo 1999 )

El azote medieval

Cerca de veinte millones de muertes, solo en Europa, fue el trágica saldo que dejo la peste bubónica entre 1347 y 1352. Una bacteria que infectaba pulgas y ratas y que ha perseguido al hombre por varios siglos, fue responsable de la enfermedad. Es posible que en la actualidad se estén dando los pasos necesarios para develar el misterio de esta epidemia, una de las peores que haya azotado a la humanidad.

En 1346, una población de aproximadamente 100 millones de personas poblaba Europa, Africa del Norte y el cercano Oriente. Cinco años más tarde, un cuarto de esta población había muerto a causa de una de las peores enfermedades infecciosas de que se tenga memoria: La peste bubónica.

A más de seis siglos de la gran peste, se sabe con alguna precisión, de qué modo se diseminó la enfermedad por Europa y los demás países afectados, pero persisten las dudas respecto del hecho primario que desencadenó la epidemia. Este hecho no deja de ser importante, dado que, no obstante que la medicina moderna (antibióticos) mantenga a raya a una buena parte de las infecciones bacterianas, resulta fundamental conocer de cerca el fenómeno de la virulencia, como un modo de explicar los nuevos brotes de enfermedades presumiblemente controladas.

Durante la Edad Media, el conocimiento respecto de estas enfermedades, literalmente, no existía, lo cual explica sus devastadoras consecuencias y la inerme situación de la población ante la epidemia. En este clima de maldición, las causas de la peste se buscaron en pretendidas "atmósferas malignas" (miasmas) o hechicerías de variado origen. Recién en 1894, el bacteriólogo francés Alexandre Yersin descubrió que la peste bubónica era producida por una bacteria gram-negativa del grupo de los bacilos, que en su homenaje fue designada coma Yersinia pestis. Luego, no fue difícil definir la enfermedad como una zoonosis (enfermedad que afecta a animales en forma principal), y constatar que el contagio a seres humanos se producía por contacto directo con animales infectados, o indirecto, con productos de animales contaminados.


Rata-pulga-hombre

En la actualidad se considera que la pulga oriental (Xenopsylla cheopis) fue la encargada de transmitir la enfermedad entre ratas silvestres de la especie Rattus rattus. Al picar a una rata infectada, la pulga ingería el bacterio, el que se multiplicaba en su tracto digestivo formando una masa sólida que bloqueaba su intestino. De este modo, la pulga no podía volver a chupar sangre, por lo que se tornaba rabiosamente hambrienta. Al picar a otra rata regurgitaba en el torrente sanguíneo de sus víctimas una gran cantidad de bacterias para liberarse de este tapón que le impedía alimentarse. De este modo, transformaba cada picada en una casi segura infección. La rata infectada moría en pocos días, liberando una gran cantidad de bacterias que arremetían contra otras ratas. En la medida en que la enfermedad iba dando cuenta de su huésped primario, las posibilidades de que has pulgas cargadas de bacterias atacaran al hombre aumentaba; de este modo, comenzaron a aparecer las víctimas humanas.

Así, una pulga llena de bacterias podía infectar a varios humanos estando limitada solo por el alcance de su salto. Durante el siglo XVI se puso en boga la teoría de que la plaga se transmitía directamente entre seres humanos por contagio directo entre un sujeto sano y uno enfermo, a través de un "factor tóxico". Como consecuencia, aquellos hogares donde se diagnosticaba un enfermo fueron aislados del resto de la comunidad, condenándose de este modo a los parientes cercanos del enfermo a una muerte segura. Las autoridades consideraban este sacrificio un precio justo que pagar en beneficio de la comunidad. La medida, obviamente, era tan injusta como ineficaz, dado que se encerraba a los humanos, pero no a las ratas, las que diseminaban la peste sin mayor dificultad.


El cuadro clínico

El Dr. M. Rodríguez, investigador de la Unidad de Microbiología de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica de Santiago, señala que el nombre de "peste bubónica" deriva de uno de los primeros signos de la enfermedad. Aproximadamente dos días después de producida la infección, el paciente presentaba inflamación linfática generalizada, especialmente en el cuello, las axilas y las ingles. Estas dolorosas hinchazones reciben eh nombre de bubos. A los tres días de aparecidos los bubos, las pacientes presentaban una altísima fiebre, y comenzaban a aparecer manchas negras baja la piel, producto de hemorragias locales. A este último signo característico se debe que la enfermedad se conozca también con el nombre de Peste Negra.

A medida que ha enfermedad progresaba, los bubos crecían de tamaño hasta reventar, en un proceso que producía atroces dolores a los enfermos. Probablemente la mitad de los individuos infectados con Yersinia Pestis moría en esta etapa de la enfermedad, o sea, aproximadamente cinco o seis días después de contraerla. En otros casos, la bacteria provocaba respuestas inflamatorias mínimas en los nódulos linfáticos, situación que se acompañaba de episodios agudos de fiebre y hemorragias masivas en muchos órganos. Así se producía una gran liberación de gérmenes en la sangre, generando una forma de enfermedad conocida como plaga septicémica. Una tercera forma de la enfermedad provenía de la inhalación respiratoria (plaga neumónica primaria), caracterizada por fiebre inicial, profunda postración, complicaciones respiratorias y, finalmente, la muerte.


Un fatal itinerario

La hipótesis más aceptable en la actualidad sugiere que la plaga se habría diseminado desde Asia Central a través del comercio de pieles de marmotas, algunas de las cuales portaban la enfermedad.

Las pieles que se vendían en Occidente eran transportadas por la llamada "ruta de la seda", a través de la cual viajaba la seda china a Occidente. Los fardos de pieles eran abiertos por primera vez en Astrakán y Saray, donde las pulgas, ávidas de sangre, picaban a quien se cruzaba en su camino.

A través del río Don llegaban a Faffa, el puerto más importante del Mar Negro, donde una enorme cantidad de ratas brindaban el mejor transporte de la plaga hacia Europa. En la navegación medieval la tripulación convivía muy cercanamente con las ratas por lo que la probabilidad del contagio era altísima.

Siguiendo su ruta, los navíos portadores de la peste recalaban en Pera (Constantinopla) y, luego, en Messina (Sicilia). Estos puertos eran lugares de abastecimiento obligado para los barcos que viajaban a Occidente, por lo que se constituyeron en importantes tacos para la diseminación de la enfermedad. A fines de 1347 la plaga amenazaba a toda la costa mediterránea: tanto el norte de Africa y el Media Oriente (Alejandría, Gaza, Beirut, Damasco y Túnez) coma la península de los Balcanes, Italia y la costa sur de España (ver cuadro 1).

El comercio de vinos desde Burdeos llevó la peste a las islas Británicas. Desde Weymooth fue a Bristol y, probablemente, desde allí cruzó a Irlanda. Según narra la historia, un barco que llevaba lana al puerto de Bergen y que había partido de Londres en Mayo de 1349, fue visto a la deriva por habitantes de la costa de Noruega. La curiosidad de estos infortunados testigos los llevó a abordar el navío cuya tribulación había sucumbido a la peste negra, y traer consigo la carga de lana, y con ella la peste. La reacción en cadena no se hizo esperar, y en pocas meses la plaga cubrió toda la costa noruega. Al año siguiente atacó Dinamarca, a continuación, en 1351, Alemania y Polonia, para luego finalizar en 1352 en Rusia, cerrando de este modo su fatídico ciclo iniciado allí mismo cinco años antes. A esa altura Europa comenzaba a reponerse y la plaga disminuía en intensidad.

A partir de 1356 la plaga, con fúnebre regularidad, volvió sobre Europa. Ese año un brote surgido en Alemania se diseminó rápidamente. A continuación se produjeron otros brotes, pero, en general, nunca con la intensidad del primero. La última embestida de la peste sobre Europa se produjo en 1720 en Francia, duró dos años y mató aproximadamente a 100.000 personas.


Algunas teorías

¿Qué hecho permitió que la plaga se batiera en retirada? No hay acuerdo respecto a una razón única, pero examinaremos algunas posibles respuestas.

Una posibilidad es que se haya producido un mejoramiento constante de las condiciones higiénicas y sanitarias que haya eliminado la cercanía de la rata con los seres humanos. Esto, si ocurrió, no debe atribuirse a una acción orientada precisamente a contener la plaga, sino a un mejoramiento generalizado de las condiciones de vida de la población, dado que el papel vector de la rata sólo fue reconocido a finales del siglo XIX.

Otra alternativa posible está representada por la dinámica de la población de la rata negra (Rattus rattus). Durante el siglo XVIII la rata negra casi había desaparecido de Europa, siendo reemplazada por la rata parda, la que tiene un modus vivendi mucho más aislado del hombre y no es tan buen vector de la enfermedad como su congénere negra.

Ultimamente, Andrew B. Appleby de la San Diego State University, en California, ha planteado la posibilidad de que un porcentaje de ratas negras se hayan hecho resistentes a la plaga, en las medianías del siglo XVII. Luego habrían aumentado en número durante ese siglo, para finalmente distribuirse por toda Europa. Al ser más resistentes, las ratas aceptaban más picaduras de pulgas, éstas no tenían que buscar otros comensales y la plaga se diseminaba menos o, simplemente, no lo hacia. No todo el mundo está conforme con esta teoría. Paul Slack, de la universidad de Oxford, ha puntualizado que el conocimiento acumulado respecto del fenómeno de resistencia en poblaciones animales permite suponer que esta resistencia es de corta duración, y no podría dar cuenta de una inmunidad tan amplia.

La teoría bacteriológica pareciera ser la más aceptable. La idea es que los cambios que produjeron una atenuación en la malignidad fueron provocados en la bacteria, la que se hizo menos virulenta (ver recuadro). También se podría suponer que la presencia de una bacteria relacionada muy de cerca con la Y. Pestis, Ia Yersinia pseudotuberculosis, que no causa la enfermedad, pero que infecta ratas, haya provocado una inmunidad que protegió a los roedores portadores.

En la actualidad nos defendemos de otro modo de las pestes: están los antibióticos, específicos y muy eficientes, por la que los brotes de peste bubónica prácticamente no existen y son considerados casi anecdóticos. No obstante, no tenemos todas las respuestas. Ya vimos que para justificar la retirada de la peste hay más de una teoría. ¿Qué ocurre mientras tanto con la aparición de la enfermedad? Los viajes entre Este-Oeste no se inauguraron en 1346; probablemente, mucho antes Europa había tenido contacto con cepas menos virulentas de Y. Pestis que no provocaron enfermedad alguna. Por tanto, a la bacteria le ocurrió algo que aumentó su virulencia.

Esta inquietante realidad nos trae a la memoria -la única y la peor- plaga de los tiempos modernas: el SIDA. En muestras de sangre tomadas en Africa, y que se guardaron congeladas por más de dos décadas, se ha podido detectar, mediante sofisticados métodos analíticos, la presencia ineludible del virus HIV. ¿Qué tipo de virus era éste?, ¿Causaba el SIDA? De no ser así, ¿Qué evento biológico gatilló el aumento fatal de su viruLencia?.

La gran peste no pertenece al pasado (ver recuadro). Como hemos visto, hay aspectos íntimos del proceso de aparición de una plaga que desconocemos y debemos estudiar, aunque nuestra situación global se encuentre mucho más fortalecida que durante la Edad Media.



La peste negra, un peligro latente

La peste negra o peste bubónica, en el siglo XIV mató dos tercios de la población de Europa. Las epidemias se han repetido varias veces y aún hoy en día se están produciendo continuamente. De año en año, se originan entre 1.000 y 2.000 casos. Ahora de nuevo se pone de actualidad, ya que en Madagascar se han detectado hechos en que el germen causante (Yersinia pestis) ha sido resistente por lo menos a cinco antibióticos, lo que agrava la situación.

El hombre se contamina a través de las pulgas de los roedores al ser picados por estos insectos. El bacterio se localiza en los ganglios, produciendo una hinchazón (bubones). Pero también hay otra forma de contaminación directa por las gotitas de la tos de personas contaminadas. En este caso el cuadro clínico es como el de una neumonía, que se esparce muy rápido, con un alto índice de mortalidad. Esta es la forma en que se está produciendo en Madagascar, con el agravante de que la bacteria se ha hecho resistente a los antibióticos. El hecho de que se trate de un bacterio tan agresivo, que se difunde rápidamente de hombre a hombre y que tiene una alta mortalidad, y que además ahora último se ha hecho resistente a los antibióticos, podría ser una efectiva arma biológica que se podrían sentir tentados a utilizar los bioterroristas. Eso es lo que temen muchos, y por ello se están haciendo grandes esfuerzos para conseguir una vacuna efectiva. Hasta ahora la única vacuna de que se dispone y que se fabrica con las bacterias muertas, protege sólo al 50% de los vacunados.

El próximo año se iniciarán los ensayos de nuevas vacunas, que se espera sean mas efectivas. Pero también es importante la vía por la cual se coloque la vacuna. "Si es por vía inyectable como es en la actualidad, sería casi imposible vacunar en un determinado momento cientos de miles de personas", dice Rick Titball, del Deence Evaluation Research Agency en Porton Dawn, Inglaterra. El ideal es por vía oral o mejor nasal.

Esto es lo que están consiguiendo Oya Alpar y sus asociados de la Universidad de Birminghan. Ellos han tomado una proteina de la superficie de la Yersinia pestis, combinada con otra que secreta el mismo bacterio y las han encapsulado con un polímero ácido poliláctico, para impedir que la proteína se degrade antes de que alcance el tejido objetivo. En los ensayos en ratas se ha logrado una protección total (Vaccine, vol.16, pag. 2000, 1998). El ensayo muestra que las cápsulas liberan las proteínas durante varias semanas.

Los investigadores piensan que pueden lograr igual resultados en humanos, y por ello ya están planeando un ensayo clínico para demostrarlo. Agregan que también han estado buscando una vacuna semejante para el tétano y la difteria.



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