Expectativas de alimentación en el siglo XXI
( Publicado en Revista Creces, Enero 1998 )

La seguridad alimentaria, es y ha sido a lo largo de la historia, una preocupación primaria del ser humano. Ello se explica, tanto porque el hombre es intolerable y el alimento indispensable para la vida, como por las muchas variables difíciles de controlar y que interfieren en su producción y distribución. La verdad es que el hombre nunca ha ignorado una adecuada seguridad alimentaria, y de hecho puede afirmarse, que su historia ha sido siempre la historia dei hombre. Sus luchas, sus esfuerzos, sus conquistas, directa o indirectamente han estado motivadas por la inseguridad alimentaria. Por ello, siempre ha estado mirando angustiado hacia el futuro, y siempre se ha planteada las dudas de si no podrá disponer de una adecuada alimentación en los tiempos y años venideros.

Quienes se han preocupado de mirar hacia adelante, casi siempre han hecho pronósticos muy agoreros. Ya en el año 1798, el sociólogo inglés, Maltus, escribió su ensayo sobre "Principios de Población", y en el decía: "Creo que podría formular dos postulados: uno, que los alimentos son indispensable para la existencia del ser humano, y dos, que la pasión entre los sexos es necesaria, y que este estado se mantendrá si por el resto de los tiempos. Considerando entonces mis postulados como aceptados, digo que la capacidad de crecimiento de la población es infinitamente más grande que la capacidad de la Tierra para producir subsistencia al hombre. Cuando no está bajo control, la población crece en proporción geométrica. En cambio la subsistencia lo hace solamente en proporción aritmética. Un conocimiento superficial de las matemáticas basta para demostrar la inmensidad de la primera capacidad, en relación con la segunda. No veo forma a que el hombre pueda escapar al peso de esta ley, que rige para todos los seres vivos".

Desde entonces han transcurrido casi 200 años, tiempo más que suficiente para que se hubiese cumplido el dramático vaticinio de Maltus. Sin embargo, debemos reconocer que hasta ahora no ha sucedido, aún cuando el crecimiento vegetativo de la población superó en mucho lo vaticinado por Maltus. De los 800 millones de habitantes que se estimaban existían en la Tierra en aquella época, estos han aumentado ahora hasta completar 5.900 millones de habitantes. Pero lo que ha sido más notable, es que la producción de alimentos también ha crecido, superando el crecimiento vegetativo de la población. Así por ejemplo la producción de granos, que representa el 70% de las calorías consumidas por el hombre. Se ha mantenido persistentemente por sobre el crecimiento de la población, la que ha permitido una mejoría anual del consumo per capita, de alrededor del 1%. Ello ha significado que la situación 5nutritiva de la población del mundo actual, tal vez sea la mejor de toda la historia de la humanidad. En la época de Maltus, se calcula que más del 80% de la población padecía de sub alimentación a desnutrición. Hoy este porcentaje ha descendido al 30%. Como consecuencia de ella, el hombre vive hoy más y mejor. En ese entonces la expectativa de vida al nacer no superaba los 30 años. Hoy, en términos generales, sobrepasa los 66 años, y en el mundo desarrollado, ya sobrepasa los 75 años.

Sin embargo, no podemos estar tranquilos, ya que debido al enorme crecimiento demográfico de la población, nunca como ahora hubo tantos desnutridos y sub-alimentados en el mundo. Los cálculos de los organismos internacionales señalan que 800 millones de personas están mal alimentadas (exactamente la cantidad de habitantes que existen en tiempo de Maltus).

Es evidente que Maltus, por lo menos hasta ahora, se equivocó. Su error es considerar algunas variables fundamentales: En primer término, el subestimar la capacidad inventiva y creativa del ser humano, que la diferenciaba de los otros seres vivos de la Tierra, y lo que le permitió incrementar en forma inimaginable la producción de alimentos. En segundo término, el hallazgo de una fuente de energía barata, que el planeta se había demorado miles de millones de años en acumular: La energía fósil, con la cual pudo reemplazar el ineficiente trabajo animal y del propio hombre.

La agricultura tradicional previa a la revolución científico-tecnológica, estaba sólo basada en el trabajo humano y animal, y era de muy baja eficiencia, por los muchos factores que no podía controlar por desconocimiento de ellos. En aquel entonces, una hectárea promedio de trigo, producía 200 kilos, después de haber sembrado 40 kilos. Como consecuencia de ello y por la apremiante necesidad, casi toda la actividad del hombre y de la sociedad, estaba dirigida hacia la producción de alimentos; los riesgos eran muy altos y las hambrunas consideradas casi como normales.

Los grandes avances científicos y tecnológicos, unidos a la disponibilidad de energía barata, cambiaron completamente la situación, la que se ha hecho aún más evidente en las décadas transcurridas entre los años 1940 y 1970. Por estos dos factores, no sólo la productividad por hectárea aumentó substantivamente, sino que fue posible también aumentar notablemente las áreas cultivadas. Se calcula que entre el año 1870 y 1980, la Tierra cultivable aumentó en un 4660% (W. B. Meyer y B. L. Turner. Annu. Rev. Eco/. Syst. vol 23, pág. 39, 1993).

El notable progreso científico-tecnológico, ha hecho posible el uso intensivo de la Tierra, mediante el usa de variedades de plantas de alto rendimiento, junta al uso de fertilizantes, pesticidas, herbicidas, además el incremento de la irrigación y la mecanización dei proceso agrícola. A ello hay que agregar el proceso que comenzó en la década de 1960 y que se ha denominado "la Revolución Verde", caracterizado por el uso de semillas de alto rendimiento de arroz, trigo y maíz, que han beneficiado tanto al mundo desarrollado coma también algunos países subdesarrollados.

Sin embargo, es preciso reconocer que los enormes progresos alcanzados, no han beneficiado a todo el mundo por igual. Aún existen extensas regiones del planeta en que las aplicaciones tecnológicas han sido escasas y el sistema productivo continúa basado en el trabajo del hombre y del animal, con técnicas agrícolas que se han mantenido iguales por siglos. En ellas la producción agrícola es baja y grandes perdidas se producen tanto antes coma después de la cosecha. De los escasos alimentos que se producen, se pierde más del 40% por inadecuados sistemas de almacenamiento y preservación (insectos, roedores, enfermedades y plagas). Otras pérdidas se explican también por los inadecuados sistemas de transportes y mercadeo. Allí el aprovechamiento biológico de los alimentos tampoco es el adecuado, por las deficientes condiciones sanitarias. Persiste una agricultura de subsistencia y la casi total actividad del hombre se relaciona aún con la producción de alimentos. Como consecuencia, según FAO, más del 10% de la raza humana vive en países en que el abastecimiento de alimento per capita es de sólo 2.200 calorías diarias o menos, lo que es escasamente suficiente para una situación nutritiva normal.


Perspectivas para el siglo XXI

No es fácil predecir que ocurrirá en el siglo XXI. Nuevamente las variables son muchas pero no se puede desconocer que hay indicadores preocupantes. Desde luego durante el último decenio ha disminuido el ritmo crecimiento de la producción de granos, llegando actualmente hasta estabilizarse, mientras que por otro lado, la población mundial continúa aumentando. Ello contrasta con las optimistas predicciones de FAO y que el Banco Mundial, que piensan que para el año 2025 se podrían producir suficientes alimentos como para alimentar la población, que para ese entonces podría alcanzar a los 8.000 millones de habitantes (Creces, Enero 1997, pág. 8). Pero el hecho concreto es que los stock mundiales de granos que en 1992 eran de 383 millones de toneladas, en 1997 han caído a 281 millones de toneladas, cifra muy por debajo del mínimo necesaria para salvaguardar la seguridad alimentaria el mundo (Science, voi.277, Agosto 22,1997, pág. 1.083).

Según Naciones Unidas, para el año 2030, la población mundial alcanzaría a 7.1 mil millones de habitantes. Es decir, en 30 anos más, habría que alimentar a 1.2 mil millones más de habitantes, y a fines del Siglo XXI, a ellos se agregarían 3.000 millones más. Claro que todas estas cifras varían mucho, según las predicciones de los expertos, algunos pesimistas y otros optimistas. Según los primeros, en el año 2030 habrían 12 mil millones de habitantes, mientras que los optimistas (Naciones Unidas), fijan la cifra en 7.100 millones (La explosión demográfica parece disminuir). En todo caso, lo que no cabe duda es que el incremento poblacional, se produciría fundamentalmente en el mundo que hoy llamamos pobre, donde actualmente habitan los que ya tienen una alimentación precaria.

Todo ello ha despertado una gran alarma, especialmente si consideramos que la intensificación de la producción agrícola ha tenido algunas consecuencias locales negativas, como el enorme incremento de la erosión, la disminución de la fertilidad del suelo y la reducción de la biodiversidad. A ello hay que agregar la preocupación que produce el incremento de la polución de las aguas, la eutroficación de ríos y lagos, y la sobre explotación de los recursos del mar (Sobreexplotación de los recursos del mar).Sin desconocer las consecuencias globales negativas, incluyendo los impactos en los constituyentes atmosféricos y las consecuencias probables es que de ello se pueden derivar en el clima. Es todo esto lo que ensombrece el futuro.

Sin duda que la mayor preocupación se concentra en los países pobres, especialmente en aquellos en que el ingreso per capita es aún inferior a los 500 dólares anuales. En ellos la producción de cereales en el último decenio a aumentado sólo a razón de 1.5% al año, mientras que el crecimiento poblacional ha superado el 2.5% anual. Es importante considerar que la población de países extraordinariamente pobres, representa el 560% de la población total de los países subdesarrollados (Afganistán, Bangladesh, Burna, Camerún, Ghana, Guatemala, India, Madagascar, Mali, Mozambique, Nepal, Pakistán, Sri Lanka, Sudán, Tanzania, Uganda y Alto Volta).

El análisis del destino de los cereales de éstos países, da también una idea de la diferente calidad de la dieta que sus habitantes están recibiendo. Mientras en Estados Unidos el 88% del consumo de cereales se destina a consumo animal, en los países pobres, sólo el 12% tiene este uso, siendo el resto directamente consumido por el hombre. Como consecuencia de ello, la disponibilidad de proteínas animales per capita, varía grandemente de acuerdo al desarrollo de las diferentes regiones. Mientras en los ricos, el porcentaje de proteínas animales, dentro del total de proteínas que se consumen, es del 54%, en los países más gravemente afectados, es sólo el 6.8%.

Con todo, es difícil hacer predicciones, ya que ello va a depender también de la que suceda en las relaciones internacionales de las diferentes regiones del mundo. De acuerdo a FAO, la disponibilidad de alimentos en el mundo de hoy sería suficiente para proporcionar una alimentación cuantitativamente adecuada a toda la población, si es que imagináramos una distribución homogénea de ellos. Sin embargo, la realidad no es así. Los países industrializados, que representan el 30% de la población del mundo, consumen más del 50% de los alimentos. El restante 70% de la población mundial, consume menos del 50% de los alimentos que se producen. Ello ocurre por la diferente calidad de la dieta del mundo desarrollado con respecto al subdesarrollado. Como decíamos, la mayor cantidad de granos del mundo desarrollado, va para alimentar animales, los que a su vez son consumidos por el hombre, lo que significa en ellos una mejor calidad de dieta. Es decir, es probablemente cierto lo que afirma FAO, de que la actual producción de granos bastaría para alimentar a toda la población del mundo, pero siempre y cuando todos los seres humanos se conformaran con consumir una dieta en que el 80% de las calorías provinieran de granos. Ello significaría que los países desarrollados tendrían que restringir drásticamente el consumo de proteínas animales y regalar el excedente de granos así generados a los países subdesarrollados. Ello es irreal y altamente improbable. No puede pensarse que los países ricos vayan a alimentar a los países pobres. La única posibilidad es que los países pobres puedan por sí mismos aumentar considerablemente su propia producción y productibilidad de alimentos. Es decir, la única solución posible y realista para mejorar la alimentación del mundo, es que se produzcan más alimentos en aquellos países que los necesitan y para satisfacer aquellas bocas que lo requieran.

De acuerdo con estas consideraciones, para adecuar la alimentación durante el Siglo XXI y erradicar la desnutrición del mundo, en los próximos 30 años habría que duplicar la actual producción de alimentos. Algunos estiman que con los conocimientos que ya se tienen, ello podría ser alcanzable. Según De Hoogh y sus colaboradores (De Hoogh y Cols. Food for a Growing Worid Population. Economic and Social Institute. Free University, Amsterdam, 1976), que han analizado diferentes variables, predicen que con los conocimientos actuales, es posible aumentar la producción de alimentos en 2.5 veces en relación a lo que se produjo en 1975.

A ello habría que agregar que lo probable es que el incremento de la investigación científica, que no se ha detenido, genere aún nuevos conocimientos en el sector de producción de alimentos. De hecho, una nueva revolución se está generando con la denominada "bioingeniería" e "ingeniería genética", que junto a la computación y la robótica, podría tener enormes repercusiones en la producción y conservación de alimentos durante los próximos años. Sin embargo, es cuestionable que ello efectivamente llegue a beneficiar a los países pobres. En todo caso, es evidente que la limitante no está por este lado. El verdadero problema está en conseguir que el aumento de la producción de alimentos se dé en los países pobres, que actualmente no los produce en suficiente cantidad y que son los que más lo necesitan.

Hay ejemplos recientes de países pobres que han ignorado aumentar notablemente su producción de alimentos. Tal es el caso de la India, donde la aplicación de la Revolución Verde, consiguió casi triplicar su producción de granos (arroz y trigo), pasando de ser importador para transformarse en exportador de granos, pero claro que ello no significó eliminar la desnutrición en ese país (Creces, julio 1997, pág. 7). Otro ejemplo más reciente es lo ocurrido en Etiopía, donde una gran hambruna se produjo en la década de los 80`. En ese país, la guerra civil terminó en 1991, y desde entonces ha estado doblando su producción de grano, llegando el año recién pasado a exportar 200 mil toneladas de granos a su vecino Kenia. Claro que tampoco significó esto una desaparición de la desnutrición en Etiopía (Science, vol 237, agosto 22, 1997, pág. 1083).


Posibilidades reales de producir
Alimentos en el mundo pobre


Sin duda, que en los países pobres, la principal restricción para aumentar su producción de alimentos, reside en sus limitantes económicas y sociales, agravadas por la inestabilidad política. Sin embargo, es allí donde existe la mayor posibilidad de incorporar nuevas tierras al cultivo, especialmente en África y América Latina. Allí además, es donde habría que introducir las tecnologías modernas y un correcto uso de los fertilizantes.

Esos países también requieren de un uso adecuado del agua para regadío. En la actualidad, en una escala global, las áreas insospechables irrigadas constituyen sólo el 15% de la tierra cultivable total. Sin embargo, éstas producen sobre el 40% del total de los alimentos. El recurso agua es fundamental si se requiere incrementar substantivamente la producción de alimentos, más aún si se adoptan las variedades nuevas de alto rendimiento (Revolución Verde). Sin embargo, ello requiere de fuertes inversiones de capital. Se requiere construir diques, barreras, canales, cursos de agua para almacenar, divergir y distribuir el agua de los ríos para la irrigación. En otras partes se requiere construir grandes pozos con bombas motoras para captar aguas subterráneas. Sin embargo, esto último no es fácil, dado que muchos reservorios subterráneos se han ido agotando, y es probable que esto se intensifique por la competencia por el agua, debido al aumento de la población y a la mejoría de sus condiciones de vida. En todo caso, se ha calculado que para incrementar la irrigación de las tierras en esos países, se requería en los próximos años una inversión de aproximadamente 16 mil millones de dólares.

Debería también incrementarse el uso de fertilizantes, ya que la productividad de la tierra, está directamente relacionada con su uso. Así por ejemplo, el 40% de la productividad agrícola de los Estados Unidos, es directamente atribuible al uso de fertilizantes. Por otra parte, las nuevas variedades de semillas de alto rendimiento, han traído nuevas demandas de fertilizantes, pesticidas y agua. En el año 1990, en el mundo se utilizaron 80 millones de toneladas métricas de nitrógeno, pero de éstas, el 86% fue utilizado por los países desarrollados, y sólo el resto (14%), se utilizó en los países subdesarrollados.

Si el mundo subdesarrollado utilizara fertilizantes de acuerdo a sus necesidades reales, para el siglo XXI se requerirían a nivel mundial, 160 millones de toneladas anuales de nitrógeno. Para producir los fertilizantes nitrogenados, se requiere de petróleo: aproximadamente 150 kilos de combustible fósil, se requieren para producir 100 kilos de nitrógeno, de modo que para producir la cantidad de fertilizante necesario, se requerirían entre 250 y 300 millones de toneladas de combustible fósil. Esto corresponde aproximadamente al 4% del actual consumo mundial de combustible fósil. En términos de costos, debería gastarse en fertilizantes, entre 30 a 40 mil millones de dólares anuales.

Durante los próximos 30 años, para satisfacer esa necesidad, será indispensabie construir 400 nuevas plantas de fertilizantes nitrogenados: cada una capaz de producir 1.000 toneladas de armonio diario (o una cantidad equivalente de úrea). El costo total sería aproximadamente 40 mil millones de dólares. Obviamente estas plantas debieran construirse en los países que actualmente las necesitan, es decir, los países subdesarrollados.

Pero no sólo se requieren fertilizantes nitrogenados, sino también fertilizantes fosforados. Para alcanzar las metas señaladas, debería llegar a utilizarse entre 30 y 40 millones de toneladas. Las reservas conocidas de piedras de alto contenido de fosfato han sido calculadas en 18 mil millones de toneladas métricas. De acuerdo al promedio de uso calculado para los comienzos del siglo XXI, estas reservas alcanzarían para un período de 400 a 600 años.

Junto al mayor volumen de fertilizantes, también se requerirían mayores cantidades de insecticidas, que costarían a los países subdesarrollados, aproximadamente 1.000 millones de dólares anuales.

Pero todo esto involucra un cambio radical en el sistema de producción de alimentos, es decir, en la mecanización de la agricultura. Fue ello lo que permitió reemplazar el trabajo humano y animal, en extremo ineficiente. Necesariamente igual camino debería seguir el mundo subdesarrollado, si pretende aumentar substantivamente la producción de alimentos. Ello no sólo significa un enorme costo en combustible fósil, sino también una cuantiosa inversión en la maquinaria agrícola correspondiente, lo que a su vez trae emparejada también una inversión en infraestructura de transporte y almacenamiento. Hasta hace algunos años, se había calculado que si en el mundo subdesarrollado se utilizara la misma cantidad de energía fósil que está utilizando el mundo desarrollado en todo su sistema alimentario, es decir, no sólo la producción de alimentos, sino también en su distribución, procesamiento y comercialización, este se agotaría en 25 años y habría sido éste el principal limitante para satisfacer las necesidades alimentarias del siglo XXI. Afortunadamente los nuevos descubrimientos de metano líquido en la Tierra y océanos, alejan esta restricción y asegurarían su abastecimiento para el siglo XXI. Así parece por lo menos desprenderse de la reunión recién celebrada en Beijing, China, durante la XV Conferencia Mundial del Petróleo. Ahora los problemas para el mundo parecen ser de otra naturaleza: la excesiva producción de C02, por la enorme quema de combustible fósil, lo que afectaría el clima.

La principal limitante para que los países pobres puedan aumentar substantivamente su producción de alimentos, no está entonces en la limitación de los conocimientos que ya están disponibles, ni en los recursos básicos de tierra y agua, sino que en otros dos problemas: a) lograr que ellos adopten las tecnologías modernas de producción y b) que cuenten con el capital necesario para invertir en el sector agropecuario y puedan así utilizar los recursos básicos que poseen. En relación con el primero, los países subdesarrollados se caracterizan en general por no poseer infraestructura cientifico-tecnológica, ni recursos humanos necesarios para absorber a adaptar lo que ya se conoce. Su infraestructura social, económica y administrativa es primitiva e ineficiente y por lo tanto renuente al cambio y el progreso. Sin embargo, algunas experiencias positivas ya señaladas en algunos países pobres, permiten abrigar algún optimismo.

Pero en relación con los recursos de capital, es un hecho que los países pobres no lo poseen y por lo tanto aquellos necesariamente deberían venir del mundo desarrollado. Para aumentar la producción de alimentos de esos países a los niveles que se requiere para la creciente población, se estima que se necesitarían en los próximos 3 decenios, una inversión en el área agropecuaria, superior a los 800 mil millones de dólares.

Desgraciadamente la ayuda externa cada vez es menor. Hace 30 años, Naciones Unidas recomendó que los países desarrollados destinarán el 1% de Producto Interno Bruto para ayuda al mundo pobre. Hasta ahora ninguno ha alcanzado este límite, siendo el más cercano Noruega con el 0.9% y el último Estados Unidos con el 0.1%. Según M. Williams (Williams, M.: Wiii the Worid be able to secure adecuate food in the XXI century? Internationai Symposium on Worid Problems. Yokohama, Marzo 27, 1985), Si los países de Ásia, África y algunos Latinoamericanos continúan con el actual bajo nivel de desarrollo agrícola, por lo menos 64 de esos países (que representan el 60% de la población subdesarrollada), serán incapaces al final de este siglo de mantener el actual precario nivel nutritivo, y necesariamente tendrán que deteriorarse aún más.


Eliminar el hambre y la desnutrición

Hemos analizado la posibilidad teórica de producir suficientes alimentos en el mundo subdesarrollado, con una visión basada en los antecedentes disponibles. Sin embargo, ello no necesariamente significa que si eso se logra, simultáneamente vaya a disminuir el hambre y la desnutrición. No sólo el problema radica en producir más alimento, sino que también que estos estén disponibles para los que los necesitan. Producir alimentos tienen sus costos, y esos costos hay que pagarlos. No basta sólo con la elucubración teórica si es o no posible producirlos, sino que además hay que considerar si es o no posible pagar costos de los alimentos producidos.

En los países subdesarrollados, los individuos están desnutridos no sólo porque saben qué comer o porque no existe disponible una variedad adecuada de alimentos, sino porque carecen de los medios económicos necesarios para adquirir a producir una variedad adecuada de su dieta usual. Es así como en los países en que existe desnutrición, se puede observar una relación directa entre los ingresos y la cantidad de calorías que consume. Los grupos socio económicos más altos, que poseen mayor ingreso consumen también una mayor cantidad de calorías, y en la medida que se baja en los estratos sociales y disminuyen los ingresos, disminuye también el consumo de calorías y baja la calidad de la dieta.

En los países subdesarrollados la distribución de los ingresos es aún regresiva, concentrándose la mayor parte de este en un pequeño porcentaje de la sociedad. Sin embargo, también es cierto que en todos los países subdesarrollados (exceptuando tal vez los países productores de petróleo), no hay suficiente ingreso que distribuir. Así por ejemplo en Estados Unidos en 1990, el gasto anual per capita destinado a adquirir los alimentos fue aproximadamente 2.300 dólares. Esta cantidad era en esa misma época, muy superior al ingreso per capita anual de casi todos los países subdesarrollados.

En Estados Unidos, se gasta en la actualidad el 16,8% del ingreso en alimentación. En Latinoamérica, en un esfuerzo por impedir el hambre, la población se ve obligada a gastar como promedio, el 64% del ingreso en comer; y en la India llega hasta el 84%. Para tener acceso a una dieta adecuada, se estima que no más del 30% del ingreso se debe gastar en comer. Sólo cuando se destina menos del 30 % en comer, es cuando se alcanza el punto en que el hombre puede elegir alimentos. Ello es un buen indicador de que su ingreso es adecuado. Si su ingreso es bajo, y por lo tanto tiene que invertir el 60% o más de su ingreso para satisfacer el hambre, pierde la posibilidad de elegir su alimentos, y se tiene que adaptar a adquirir el máximo de volumen de ellos, al mínimo de costo, para así poder satisfacer el hambre, lo que no significa que está bien alimentado. En esas condiciones, puede que no tenga hambre, pero su dieta es de pobre calidad.

De este análisis resulta evidente que en los países subdesarrollados, no sólo hay una mala distribución el ingreso, sino que además, no hay suficiente ingreso que distribuir. Es decir, el problema no es sólo de producir alimentos, sino que hay que considerar el otro extremo del sistema. ¡Quién tiene dinero para comprar alimentos!.

En esos países, va a ser muy difícil derrotar la desnutrición, si no se produce un significativo aumento del ingreso del grupo familiar. No se puede olvidar que la desnutrición, en definitiva, no es tanto la resultante de la escasez de la producción de alimentos, sino más bien de la pobreza. El desempleo, el subempleo y los bajos ingresos, son los causantes en último término de la desnutrición. Si el ingreso aumenta, se desencadena inmediatamente una serie de hechos, que en definitiva termina en aumento de la producción de alimentos. La producción de alimentos depende del ingreso, y el ingreso depende del desarrollo económico y social. Es muy difícil imaginar el mecanismo al revés: que aumente la producción de alimentos, sin que aumente la demanda y sin que progrese el desarrollo económico y social.

Finalmente cabe señalar que, aparte de la producción, disponibilidad y poder adquisitivo de los alimentos, hay que considerar una serie de otros factores, que pueden ser tanto o más importante que estos. Desde luego, la falta de saneamiento ambiental, las infecciones, las diarreas y las enfermedades infecciosas en general, condicionan y agravan la desnutrición; la ignorancia, la incultura, el analfabetismo, que llevan al mal uso de los escasos recursos de que se dispone. A ello hay que agregar la ineficiencia, o la inexistencia de infraestructuras básicas, especialmente las que se refieren a salud y educación. En fin, la ineficiencia de todo el sistema económico y social. Es decir, "la desnutrición no es sólo la consecuencia de la baja productividad de alimentos, sino que el resultado final del subdesarrollo".

No es fácil erradicar la desnutrición, sin que se produzcan avances importantes en el desarrollo económico de los países pobres. Sólo los países con desarrollo intermedio, con algún grado de eficiencia y cobertura de sus infraestructuras básicas, pueden aspirar a progresar en la lucha contra el hambre y la desnutrición en los próximos años, aún cuando su progreso económico no sea paralelo. En ellos los programas e intervenciones dirigidas a los grupos más vulnerables, pueden dar resultados positivos, si con ellos se alcanza una amplia cobertura y mantienen su eficiencia y cobertura en función del tiempo.

Una cosa es aumentar la producción de alimentos, como hemos visto que ha sucedido en algunos países subdesarrollados, pero otra diferente es prevenir el hambre y la desnutrición. En países como la India y Etiopía, se logró efectivamente incrementar la producción de alimentos, pero al no aumentar el ingreso, terminan exportando alimentos, pero sin lograr el objetivo último de prevenir el hambre y la desnutrición de sus propios países.

Como siempre, éste es el verdadero dilema que la humanidad tiene que enfrentar al iniciarse el siglo XXI: ¿Están dispuestos los que tienen más, a permitir que los que tienen menos también lo logren?. Tal vez, hoy día, en que el mundo ha llegado a ser una aldea, se esté más dispuesto a ello. Mal que mal, estamos todas más apretados en el mismo platillo volador, y lo que les pasa a unos, necesariamente va a repercutir en todos. El abandonar al subdesarrollo a su muerte, necesariamente traería en el próximo siglo efectos colaterales de presión poblacional y daños progresivos en el ecosistema: talas y desaparición de árboles y bosques, roces de pastos y hiervas, avances en la desertificación, erosión por sobre explotación de tierras marginales, en un esfuerzo desesperado por producir más alimentos, además de mayor contaminación y drásticos cambios climáticos. Todo ello conduce, inevitablemente , a la pérdida de la capacidad productiva, muy difícil de recuperar.

Todo esto creo que tendrán que considerar los países ricos y creo que por ello es más probable hoy que los induzca a compartir. Cuando se llega a una encrucijada, que parece no tener salida, es cuando se dan las mejores alternativas de solución. Si hasta ahora el hombre ha sido capaz de salir adelante, ¿Por qué no va a salir ahora?.



Dr. Fernando Mönckeberg


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