La psicosis obsesiva compulsiva
( Publicado en Revista Creces, Enero 1998 )

Hasta hace poco, los que sufrían de obsesiones compulsivas se consumían en sus ansiedades casi sin esperanzas. Pero ahora pueden tener remedio en sus síntomas. El hallazgo de un substrato específico en el cerebro de estos enfermos, permite ahora catalogarla como enfermedad cerebral y no culpar de ello al maltrato de la madre, como pensaban los psicoanalistas.

Quien padece de una obsesión compulsiva, no puede liberarse de ella, y vuelve una y otra vez a repetir el mismo hábito compulsivo, que obviamente es irracional. Elena va a comprar al supermercado y comienza su pesadilla. No está segura si pagó, a pesar de tener el comprobante en sus manos. Se ve obligada a volver y pregunta a la cajera si le pagó o no, repitiendo este comportamiento muchas veces. Llega a su casa y trata de hablar por teléfono para volver a ratificar el pago. Pero no le basta, y se ve obligada a escribir una carta al gerente porque teme haber quedado debiendo.

Esto de confirmar y reconfirmar, es uno de los síntomas más comunes de la obsesión compulsiva. Maruja se acuesta en la noche en su departamento, pero luego tiene que levantarse para comprobar si dejó bien cerrada la puerta. Repite éste hábito una y otra vez, hasta caer exhausta. Ernesto en cambio, vive aterrorizado con la obsesión de contaminarse con una enfermedad peligrosa y cada día se lava las manos rigurosamente, hasta completar ocho horas diarias. Las obsesiones pueden ser muchas y muy variadas. Algunos pacientes se sienten en la necesidad de contar elementos que se repiten y que no tienen ninguna importancia (contar escalones de una escalera, fierros de una reja, ladrillos de un muro, etc.). Los cuentan una y otra vez, antes de sentirse satisfechos. Otras veces la enfermedad se traduce en terrores injustificados frente a animales (gatos, etc.) o circunstancias varias (muchedumbres, claustrofobia, etc.).

Hasta ahora, muchos psiquiatras buscaban las causas de estas obsesiones compulsivas en experiencias negativas en la infancia o en malas relaciones con los padres u otros factores subjetivos. Hoy en día en cambio, la mayor parte piensa que corresponde a una real enfermedad mental, que afecta al cerebro, y cuyos inicios pueden tener como factores desencadenantes ya sea un golpe en la cabeza o una reacción autoinmune después de alguna infección en la infancia.

Otros investigadores piensan también que debe existir un gen anómalo, como elemento basal de la enfermedad.

En todo caso, el trastorno es bastante frecuente. Sólo en Inglaterra los especialistas estiman que más de un millón de personas sufre de este tipo de obsesiones. En Estados Unidos se calcula que esta cifra se eleva a 5 millones de personas. Más aún, se afirma que un 3% de las personas han sufrido en algún momento hábitos compulsivos, sin alcanzar a situaciones de una enfermedad ya fuera de control. En todo caso la obsesión compulsiva verdadera presenta las mismas características, cualquiera que sea la cultura o el país (Europa, China, Indonesia, etc.).


¿Que ha hecho cambiar la concepción?

Han sido las nuevas tecnologías exploratorias del cerebro, junto con los avances de la bioquímica cerebral, los que están llevando a cambios conceptuales profundos en muchas de las llamadas enfermedades psiquiátricas. Una de estas nuevas tecnologías utilizada en la exploración cerebral, es la Tomografía de Emisión de Positrones (PET), que permite estudiar la actividad relativa de diferentes porciones del cerebro, mientras el paciente desarrolla trabajos mentales específicos que se le señalan. En este caso, el PET ha permitido ubicar áreas cerebrales activas en el momento en que el paciente presenta estas obsesiones compulsivas inducidas por el experimentador. Es así como en pacientes obsesivos se observan dos zonas cerebrales específicas que se activan. Una de ellas es la corteza prefrontal, la parte del cerebro que desempeña funciones altas, como el juicio, emociones o el planeamiento. La otra es el ganglio basal primitivo, constituido por diversas estructuras ubicadas profundamente en el cerebro. En individuos normales, esto no ocurre (New Scientist, Agosto 02, 1997, pag. 27).

Edmund Rolls, de la Universidad de Oxford, ha observado que cuando se produce un daño en la corteza prefrontal, el individuo que lo padece, es incapaz de corregir los errores cometidos al someterse a diversos tests experimentales. Pareciera que en esta región cerebral habría una zona que normalmente detecta los errores, y que de aquí partiría un mensaje que pasaría a través del ganglio basal. Según Rolls, esta última estructura selecciona la información que le llega, decidiendo que información enviar al tálamo. Luego, la misma información llegaría de vuelta a la corteza prefrontal y a otras partes de la corteza. Cuando este circuito neural se altera, como es el caso de las obsesiones compulsivas, no se pueden corregir los errores y estos se cometen una y otra vez. Así el enfermo se ve obligado a lavarse continuamente las manos, a comprobar si la puerta esta bien cerrada a no. Esta explicación parece confirmarse con lo observado por Jeffrey Schwartz, de la Universidad de Alabama, que encuentra que la actividad alterada de la corteza prefrontal y núcleo caudal, que se observa a través del PET en los pacientes con obsesiones compulsivas, desaparecen cuando los síntomas disminuyen a consecuencia del tratamiento. Esto lo comprueba en 18 enfermos que durante 10 semanas fueron tratados con una "terapia de comportamiento", por medio de la cual se induce reiteradamente al paciente a sus miedos, en una forma controlada. Doce de ellos mostraron mejorías significativas con esta sola terapia, la que se corroboró también con una disminución de la actividad del núcleo caudado y la corteza prefrontal.

Por otra parte, pacientes que responden a la administración de drogas que bloquean la serotonina, como el Prozac que suele prescribirse en estos casos, muestran los mismo cambios cerebrales detectados por el PET. Es decir, al mejorar la sintomatología, desaparecen las zonas activadas.


¿Qué es lo que funciona mal?

El asunto no está claro, pero algunos indicios parecen desprenderse de la observación de enfermos donde este síndrome tiene una causa específica. Así por ejemplo, enfermos que presentan la enfermedad de Huntington, que es una enfermedad genética neurodegenerativa, pueden también sufrir los síntomas clásicos de las obsesiones compulsivas, y en ellos el núcleo caudado del ganglio basal también está dañado.

En otras ocasiones, un golpe en la cabeza marca el comienzo de la enfermedad, pero allí no se ha podido identificar tan claramente una lesión específica de esta región cerebral.

Los mismos síntomas suelen también presentarse en familias con el diagnóstico del síndrome de Tourette, caracterizado porque el enfermo tiene impulsos incontrolables, como dar vueltas en círculos, tratar de aclarar continuamente la garganta o manifestar diversos tics. De nuevo en ellos se puede también constatar la misma actividad del ganglio basal por medio del PET. Como ésta es una enfermedad genética, se sospecha que algún gen alterado sea el que provoca la lesión.

Pero lo que más ha llamado la atención han sido las publicaciones recientes en que se afirma que una bacteria puede desencadenar los síntomas compulsivos. Así es como el estreptococo, que normalmente produce inflamación de la garganta, puede complicarse en algunos niños con el llamado Corea de Sydenham. El niño afectado, además de la infección de la garganta, presenta movimientos descordinados y en muchos casos también comportamientos compulsivos. En 1993, Susan Swedo describió un grupo de niños, que en lugar del Corea de Sydenham, sólo presentaban comportamientos obsesivos. Swedo denominó a esta infección PANDA, acrónimo de "Pediatric Autoinmune Neuropsiquatric Disorder Associated with Streptococo". Lo llamó así porque esos niños presentaban en la sangre una alta tasa de anticuerpos contra el estreptococo, comprobando que estos destruían específicamente las células del núcleo caudado. Tan agresivos eran estos anticuerpos, que durante la etapa aguda autoinmune de la enfermedad, el núcleo caudado aparecía inflamado en los escáner. Después de estos hallazgos, se ha formado una fundación para reunir recursos para la investigación de estas psicosis compulsivas, y a quién done 25 dólares, se le regala un oso Panda.
Más recientemente, el mismo equipo de Swedo, ha publicado un trabajo en el America Journal of Psychiatry, en el que señala que en el 85% de los niños PANDA presentan una proteína que está localizada en los linfocitos B, lo que sólo se observa en el 10% de los niños normales. Ellos creen que este test se puede utilizar para determinar la susceptibilidad a la enfermedad y adelantarse a la aparición de los síntomas.


Posibilidades de tratamiento

Lo que parece estar claro es que en esta enfermedad, en contraste con lo que sucede en la esquizofrenia, sus síntomas pueden perfectamente controlarse. Es así como la terapia de comportamiento disminuye los síntomas en el 90% de los pacientes, siempre que completen el curso de seis semanas de duración. Desgraciadamente no todos las completan, porque toma tiempo y es desagradable para el paciente, ya que durante la terapia se tienen que someter en forma repetitiva a sus miedos.

En todo caso, la droga Prozac ayuda al 60% de los pacientes, pero los síntomas retornan cuando éste se suspende. Usando ambos tratamientos en conjunto, se observan mejorías de los síntomas en el 95% de los pacientes. La terapia de psicoanálisis se ha demostrado ineficiente, ya que las causas no hay que buscarlas en las huellas subconscientes de la infancia (New Scientist, Agosto 02, 1997, pág. 31).

En la actualidad, un grupo de psiquiatras de USA, Inglaterra y Canadá, en forma muy pragmática, han desarrollado un programa por computación que puede ser una alternativa para la terapia de comportamiento convencional. En todo caso, esta enfermedad ha dejado de ser un trastorno sin solución.


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