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    ( Publicado en Revista Creces, Abril 1997 )

    Siguiendo en la línea de otras publicaciones, en esta Revista hemos querido mostrar la consecuencia de lo allí expuesto. Habíamos dicho que el padre ha aparecido como un factor protector ante el consumo de droga del adolescente varón, pero sucede que una de las figuras más ausentes en las familias de nivel socioeconómico bajo es el padre, no sólo de tipo físico, sino también emocional. Por esta razón se quiso rescatar este modelo parental tan deteriorado en nuestra sociedad y que tanta falta hace, porque todo recae en la madre. Muchas veces ella es la responsable de esta falta de participación del padre porque lo disculpa de su fatiga del trabajo y no le da la oportunidad de acercarse a los hijos y ella piensa que éstos son de su única propiedad. A esto se suma que los programas que se han diseñado para evitar el consumo de droga (como tanto otros programas) apuntan al consumidor y a su familia en términos genéricos y no hacia el padre que más acción directa tenga con el hijo como es este caso. Y bien sabemos, que cuando de la familia se trata, es la madre la que asume la responsabilidad de la participación y en escasas ocasiones es el padre. Por este motivo, diseñamos una estrategia que permitiera la participación del papá (o sustituto) en un taller educativo. Para esto contamos con la colaboración de la Municipalidad de Las Condes y a través de una Escuela dependiente de la Corporación de Educación, realizamos un Taller Educativo.

      ( Creces, 2014 )

      Resumen: La premisa planteada en 1970, como resultado de las investigaciones realizadas, sostenía que la ancestral desnutrición que afectaba al niño durante los primeros períodos de la vida, constituía un difícil obstáculo para combatir la pobreza, la desigualdad, y el subdesarrollo. Aceptando este paradigma, se diseñó una intervención focalizada y multifactorial que contemplaba las siguientes intervenciones: asegurar el aporte nutritivo de la madre embarazada y el de su hijo, instruirla en el cuidado del mismo, estimular su apego (lactancia materna), incrementar la escolaridad de las futuras madres, controlar el crecimiento y desarrollo de los niños que iban naciendo hasta cumplir los cinco años de edad, preservar su salud primaria y mejorar el saneamiento ambiental del hogar, mediante el adecuado abastecimiento de agua potable y eliminación de excretas (alcantarillas). Paralelamente se inició también otra intervención destinada a tratar, con una nueva modalidad más eficiente, a los niños menores de dos años con desnutrición avanzada.

      La suma de ambos programas, en un plazo de 25 años, logró corregir y prevenir la desnutrición que se venía produciendo ancestralmente durante los primeros años de vida, de modo que el 98% de los niños en edades de 0 y 5 años, ya crecía y se desarrollaba dentro de parámetros normales, según las normas de OMS. Adicionalmente disminuyeron las muertes prematuras (menores de 15 años), de un 52% en 1970, a un 3% en 1995. Con posterioridad se inició una etapa de desarrollo económico y social, que culminó en 2013 con disminución significativa de la pobreza (11.6%) y un paralelo incremento de la clase media (41.6%) y vulnerable (41.5%). Lo sucedido concuerda con la premisa planteada: "Después de prevenir el daño producido durante los primeros períodos de la vida, iba a ser posible que ocurriera el desarrollo económico y social". Era previo contar con un recurso humano indemne, no dañado, que más tarde pudiese capacitarse y educarse para participar en la demandante sociedad del conocimiento que se aproximaba.

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