Armas biológicas
( Publicado en Revista Creces, Noviembre 2001 )

Usadas en los grandes conflictos bélicos del pasado siglo y luego proscritas en acuerdos internacionales, el uso de agentes bacteriológicos de rápido crecimiento y malignidad es una amenaza que sigue vigente con técnicas mas refinadas de producción.

"¿No sería posible propagar la viruela entre estas insurrectas tribus de indios?" Esta frase pertenece a sir Jeffrey Amherst, comandante en jefe británico en Estados Unidos, y aparece en una carta dirigida al coronel Henry Bouquest, que por entonces combatía a los indios en Ohio y Pennsylvania, en 1760.

La guerra biológica se practica, de una u otra forma, desde hace siglos. Mucho antes de que Jeffrey Amherst hiciera la sugerencia que hemos citado ya se habían empleado cadáveres humanos y de animales para envenenar los pozos de agua potable y, en la Edad Media se arrojaban los cuerpos de las víctimas de la peste por encima de los muros de las ciudades sitiadas con el fin de acelerar su rendición. La respuesta de Bouquest a la carta de Amherst fue que lo pensaría, pero un tal capitán Ecuyer, de Fort Pitt, ya había ofrecido unos "regalos" a dos jefes indios hostiles: "dos mantas y un pañuelo recogidos en el Hospital de la viruela".

Al cabo de doscientos años cuesta trabajo creer que existiera alguien tan estúpido como para querer propagar la viruela intencionadamente. En 1966, la Organización Mundial de la Salud inició una campaña para librar al planeta de esta enfermedad y catorce años más tarde anunció que el programa había llegado a su fin. No mucho antes de esta fecha se descubrió que los japoneses habían experimentado con la viruela como agente de la guerra biológica durante la Segunda Guerra Mundial.

En los años comprendidos entre 1940 y 1970 se despertó un macabro interés por las armas biológicas, tanto en Oriente como en Occidente. Esta situación tocó a su fin cuando, en 1969, el presidente Nixon renunció unilateralmente al empleo de agentes y armas biológicos letales. Aunque ciertos observadores han puesto de relieve el hecho de que Nixon se encontraba sometido a una gran presión política debido al programa estadounidense de destrucción de cultivos en el sureste asiático durante la guerra de Vietnam y a que las investigaciones militares habían demostrado que los agentes biológicos eran armas imprevisibles y de escasa aplicación en la guerra, lo cierto es que fue un paso muy importante. Después de aquello ya no existía ningún obstáculo para celebrar una convención internacional y, en 1972, se llegó a un acuerdo sobre el tema. Pero también se encontró una excusa para seguir produciendo estos agentes, pues los firmantes se comprometieron a no desarrollar, fabricar, almacenar ni adquirir o retener microbios ni otros agentes biológicos, ni toxinas, bajo ninguna circunstancia, todo lo anterior quedaba justificado si se realizaba con fines profilácticos, de protección o para otros objetivos pacíficos.


Tenebrosa "unidad 731"

La aparición de la biotecnología y el potencial que posee la ingeniería genética no son temas ajenos a los estrategas militares. El fracaso del programa estadounidense para la guerra biológica durante los años sesenta se debió en parte a los problemas de dispersión e imprevisibilidad de los agentes biológicos. Hoy, con la capacidad para fabricar organismos adaptables a tareas concretas, la guerra biológica vuelve a despertar interés.

En 1931, justo después que los japoneses invadieran Manchuria, Ishii Shiro, cirujano del ejército, convenció a sus superiores que los microbios podían constituir un arma barata y devastadora al mismo tiempo. Se crearon unas instalaciones de experimentación, la llamada "Unidad 731", en Harbin, y en ellas se llevaron a cabo investigaciones secretas durante quince años. La "Unidad 731" salió a la luz pública en 1976, en un programa de la televisión japonesa en que se entrevistó a los antiguos participantes. Los entrevistados explicaron el gran alcance de sus experimentos y admitieron que habían empleado como conejillos de Indias a tres mil prisioneros de guerra rusos, chinos y norteamericanos. Pero lo más importante es que lo habían revelado a los vencedores norteamericanos en 1946, a cambio de tener inmunidad en los consejos de guerra.

Las grandes instalaciones de Harbin contaban con sofisticados criaderos de gérmenes e insectos, una cárcel, terrenos de pruebas, un arsenal para fabricar bombas de gérmenes, un campo de aviación y un crematorio. Los agentes biológicos que se investigaban eran los que producen la peste, el tifus, la disentería, el cólera, la tularemia, la brucelosis, el ántrax y la viruela. Se transmitían dichas enfermedades a los prisioneros para ver cuántos morían, o se les mataba con morfina durante el desarrollo de las mismas con el objeto de estudiar el estado de sus órganos internos. Se calcula que la "Unidad 731" podía criar no menos de 30.000 billones de microbios cada pocos días; es decir, ocho toneladas de bacterias al mes. Se construyeron criaderos de pulgas para producir con rapidez agentes que pudieran propagar la peste. Además de realizar pruebas en la "Unidad 731", se llevaron a cabo experimentos completos con al menos once ciudades chinas entre 1940 y 1944.

El temor a los ataques con armas biológicas se intensificó a principios de los años cincuenta, y a ello contribuyeron las acusaciones de China contra los japoneses. En 1940 se creó en Gran Bretaña la Microbiological Research Establishment (Fundación de Investigaciones Microbiológicas, MRE), en Porton Down, que vino a añadirse a la ya existente Fundación de Investigaciones Químicas. Los científicos de Porton Down y los observadores de la institución paralela estadounidense pusieron a prueba una bomba de ántrax que se encontraba en fase de desarrollo en 1941 y 1942 en la isla de Gruinard, cerca de la costa occidental de Escocia. En estos experimentos se emplearon ovejas para comprobar la teoría de que se puede propagar el ántrax con una bomba que hace explosión en el aire. Los experimentos dieron resultados positivos, y Churchill ordenó la fabricación de 500.000 bombas de cuatro libras para soltarlas sobre ciudades alemanas, aunque nunca llegaron a usarse. En la actualidad la isla de Gruinard sigue contaminada con esporas de ántrax, y los científicos de Porton Down continúan buscando un método para descontaminarla.


Brucelosis

También en Porton Down se desarrolló hasta una etapa muy avanzada un arma para propagar la Brucella, el microorganismo que produce la brucelosis, enfermedad devastadora que transmiten los animales. Según un informe que se hizo público hace algunos pocos años, y que fue presentado durante la Segunda Guerra Mundial al Comité Conjunto de Jefes de Estado Mayor de Gran Bretaña (los consejeros de Churchill), pensaba fabricarse una bomba de 500 libras con esta bacteria. En su interior llevaría 106 pequeñas bombas especiales, cada una de ellas cargada con esporas contagiosas de Brucella.

Los aliados no practicaron la guerra biológica en la Segunda Guerra Mundial, debido probablemente a que se abandonó el programa al desarrollarse la bomba atómica, y a que la guerra acabó repentinamente en el Lejano Oriente. Pero hay que exceptuar un incidente. Según Higher Form of Killing (Una forma superior de matar), de Robert Harvis y Jeremy Poxman, los partisanos checos disponían de granadas llenas de una toxina llamada "botulinus", e iban a emplearlas para asesinar a Reinhard Heydrich, destinado a ser el sucesor de Hitler. El 27 de mayo de 1942, el coche de Heydrich recibió el impacto de una granada, y el nazi murió a los pocos días de septicemia, una infección de todo el cuerpo, aunque las heridas por trozos de granada que había sufrido eran leves. Paul Fildes, director de las investigaciones en Porton Down durante la guerra, fue quien proporcionó las granadas a los partisanos.

Después de la contienda continuaron las investigaciones sobre la guerra biológica en Estados Unidos y Gran Bretaña. El general de Brigada Wansbrough Jones, subdirector de Armas Especiales en el Ministerio de la Guerra, resume la actitud británica en 1945: "La guerra biológica no debe seguir considerándose un método bélico repugnante en el mundo civilizado. El perfeccionamiento de ciertas formas, como la brucelosis, unida a cierta información pública sobre el tema, podría contribuir a que se la considerase muy humana en comparación con las bombas atómicas...".

En Estados Unidos, G. W. Merck, en un informe sobre la guerra biológica dirigido al Secretario de la Guerra, declaraba que en las investigaciones del período bélico se habían descubierto armas de gran potencia que debían someterse a examen por sus posibilidades ofensivas, y que "es posible el desarrollo de agentes (para la guerra biológica) sin necesidad de emplear grandes cantidades de dinero ni construir fábricas de grandes proporciones".


Investigación en marcha

Fue en Estados Unidos, y en concreto en Fort Detrick, Maryland, donde realmente se iniciaron las investigaciones para la guerra biológica. Se seleccionaron microorganismos, como la bacteria Rickettsia, y diversos virus y hongos por su capacidad para provocar la muerte o daños graves en las personas, el ganado y los cultivos. El principal requisito que deben cumplir estos microorganismos es que sean razonablemente fuertes y capaces de resistir los procesos a que hay que someterlos para convertirlos en un arma. La mayoría de los agentes biológicos posee una vida limitada, y durante la fase de almacenamiento su actividad desciende continuamente. Para evitar usar grandes cantidades de un preparado que sería menos activo en el campo de batalla, habría que renovar constantemente los depósitos y mantenerlos a temperaturas muy bajas o someterlos a congelación y secado para que perdieran su potencia con mayor lentitud. Para propagarlos se emplearían agentes vivos (garrapatas, pulgas o mosquitos) o algodón, tela o cereales infectados, aunque existe un método aún mejor: el aerosol. Podría acoplarse a una pequeña bomba normal un cilindro de aire comprimido que atravesara con una corriente de aire el agente en polvo que transporta el microbio letal y lo expulsara al abrirse.

En los años cincuenta, Gran Bretaña y Estados Unidos realizaron pruebas con diversos métodos de propagación. Los científicos británicos soltaron bacterias, al parecer letales, en el Caribe y cerca de la costa occidental de Escocia, en operaciones cuyo nombre en código era "Harness", "Cauldron" y "Hesperus". Las pruebas estadounidenses se realizaron con bacterias vivas pero supuestamente inofensivas. En septiembre de 1950, dos dragaminas de la Armada estadounidense soltaron cerca de la costa californiana suficientes bacterias como para contaminar más de 300 kilómetros cuadrados de la zona de San Francisco. En el informe sobre la operación, los científicos afirmaban que casi todos los habitantes de la ciudad -800.000- habían inhalado la bacteria. En pruebas posteriores realizadas en el estado de Virginia, el metro de Nueva York y la ciudad canadiense de Winnipeg, en que se roció secretamente una mezcla de Aspergillus, una bacteria inofensiva, los científicos demostraron hasta qué punto están expuestas las ciudades a los ataques con agentes biológicos.

El virus de la fiebre amarilla es un ejemplo de agente biológico que la Chemical Corps estadounidense consideró en su momento extraordinariamente eficaz. Las investigaciones con este virus se iniciaron en 1953 en Fort Detrick. La fiebre amarilla se transmite por un mosquito. Por este motivo es muy difícil lograr protección contra ella, y la posibilidad de infección sigue presente durante cierto tiempo. El mosquito prefiere a los seres humanos, pero también puede contagiar a los animales. Este hecho sirve para ilustrar un grave problema que plantea la utilización de agentes biológicos: son imprevisibles e incontrolables. Al soltar los mosquitos puede crearse un depósito de virus en la población animal, y la epidemia que provocaría podría escaparse de las manos rápidamente.

La fiebre amarilla nunca se ha presentado en Asia, aunque el mosquito portador de la enfermedad puede existir en esa zona. La Chemical Corps comprendió que este factor representaba una gran ventaja. Sería difícil detectar un ataque con este mosquito, y aunque existe una vacuna, esta empresa consideraba imposible que un país acometiera un programa de inmunización masiva con la rapidez suficiente para evitar la catástrofe. En 1959, Fort Detrick tenía capacidad para "producir" medio millón de mosquitos al mes, y se construyó una fábrica que podía "producir" 130 millones de insectos mensuales. Estos se lanzarían en bombas pequeñas acopladas a municiones más grandes.


Tres ejemplos

Durante las últimas décadas se han producido tres casos importantes en los que se han empleado agentes biológicos y toxinas con fines bélicos, y numerosas acusaciones de actividades de riesgo.

En 1939, la labor de Ishii Shiro en la "Unidad 731" había avanzado lo suficiente para poner a prueba la eficacia en la práctica de la guerra biológica. En octubre de 1940 se observó que un avión japonés arrojaba algo mientras sobrevolaba Ningbo, una ciudad cercana a Shangai. Más adelante hubo una terrible plaga de pulgas, y a continuación se desencadenó la peste bubónica, por la cual murieron casi cien personas. Normalmente, la peste entre los seres humanos es posterior a la epidemia entre la población de ratas, pero en este caso no se encontraron pruebas de que ocurriera así. Un año después, un avión japonés que sobrevolaba Changde, una ciudad de la provincia de Hunan, arrojó granos de trigo y arroz y trozos de papel y algodón. Una vez más se produjo una epidemia de peste y también entre la población humana únicamente. Aunque los científicos occidentales se mostraron escépticos, el descubrimiento de la "Unidad 731" y de sus actividades confirmó la opinión de China. En el juicio de Khabarovsk, en Siberia, los testigos aseguraron que los japoneses habían rodado una película del incidente de Ningbo.

En 1952, durante la guerra de Corea, Corea del Norte y China acusaron a Estados Unidos de practicar la guerra biológica desde el aire. Las acusaciones, que Estados Unidos negó, se apoyaban en la aparición de epidemias inexplicables de peste, ántrax, viruela, cólera y enfermedades de las plantas. Un grupo de científicos de fama internacional aceptó la invitación de los norcoreanos para que examinasen las pruebas. Se interrogó a testigos presenciales, y se estudiaron fragmentos de bombas, animales y ejemplares bacteriológicos. Se entrevistó a cuatro oficiales de las Fuerzas Aéreas estadounidenses que habían intervenido en la guerra biológica. El informe, publicado dos meses más tarde, daba los siguientes resultados: en zonas aún cubiertas de nieve apareció gran cantidad de insectos y se desencadenó la peste, que hasta entonces era desconocida en Corea. Las pulgas que se encontraron eran las que atacan a los seres humanos, no a las ratas. Se descubrió que las plantas que había arrojado el avión estadounidense estaban contaminadas con hongos patógenos. Se dio noticia de varios casos de ántrax respiratorio, que hasta entonces no se conocía en el nordeste de China, y que era producido por los escarabajos, moscas y plumas infectadas que había lanzado el avión. Es interesante saber que Ishii Shiro se había trasladado dos veces desde Japón a Corea del Sur a principios de los años cincuenta y una vez en marzo de 1952, y también resulta interesante saber que en esa época Estados Unidos aún ocupaba Japón como base militar de aprovisionamiento. Al final de su informe, los científicos declaraban: "Los pueblos de Corea y China han sido el objetivo de armas bacteriológicas empleadas por unidades de las fuerzas armadas estadounidenses con una gran variedad de métodos, muchos de los cuales parecen ser un desarrollo de los que aplicó el ejército japonés entre 1932 y 1945". Estados Unidos sigue negando las acusaciones.

El tercer caso de supuesto uso de agentes biológicos en la guerra es la "lluvia amarilla", que se produjo en el sureste asiático desde el año 1984. El entonces secretario de Estado, Alexander Haig, anunció en septiembre de 1981 que el Departamento de Estado poseía pruebas que indicaban el uso de toxinas de hongos de fabricación rusa por parte de los vietnamitas contra las tribus de las colinas de Laos y Kampuchea. Se habían analizado muestras de vegetación y se habían encontrado nivalenol, desoxinivalenol y T-2, todas ellas toxinas de hongos. Estas micotoxinas derivan de un hongo llamado Fusarium que, según el Departamento de Estado, no vive en la zona en que se tomaron las muestras. Al mismo tiempo, los refugiados que entraban en Tailandia declararon que unos aviones habían rociado la zona con una sustancia amarilla, y que la gente moría a consecuencia de las hemorragias.

Se prestó mucha atención a estas acusaciones porque, de haber sido ciertas, la Unión Soviética estaba infringiendo la Convención sobre Armas Biológicas y Tóxicas, de 1972, que prohíbe el desarrollo de toxinas con fines bélicos. En tanto que los análisis realizados en dos laboratorios norteamericanos han puesto de manifiesto que existen huellas de estas toxinas, no ha ocurrido lo mismo con las pruebas que se han llevado a cabo paralelamente en Inglaterra y Australia. Además, parece que el tipo de Fusarium que produce esta toxina podría vivir en aquella zona.

Se ha ofrecido una explicación alternativa para la aparición de las toxinas y la muerte de los habitantes de la zona. El cuidadoso examen de las muestras de vegetación ha revelado que las manchas amarillas que presentan en la superficie contienen granos de polen. Según el Departamento de Estado norteamericano, estos granos sirvieron para propagar las toxinas. Pero el polen pertenece a especies de plantas nativas y al parecer lo depositaron allí abejas durante vuelos de limpieza. El Fusarium invadió el polen y ésta sería una posible explicación de la aparición de las toxinas. Científicos chinos dieron cuenta de un incidente similar en 1977. ¿Por qué sufren las personas el ataque de micotoxinas, y cómo adquieren la enfermedad? Parece ser el resultado de ingerir cereales mohosos. Si éstos se almacenan cuando aún están húmedos, crecen hongos en la superficie.


Antrax

Los norteamericanos acusaban a la Unión Soviética de interesarse por la guerra biológica y la fabricación de micotoxinas, no es lo único que apoya dichas acusaciones. En la primavera de 1979 se tuvo noticias de una epidemia de ántrax en Sverdlovsk, en la Unión Soviética. Estados Unidos asegura que es "una prueba de que se dejaron escapar accidentalmente bacterias de ántrax almacenadas en unas instalaciones militares de alta seguridad" y dicha prueba "viene a confirmar, en nuestra opinión, que en la Unión Soviética se fabricaban armas biológicas que excedían a las permitidas por el tratado para fines de protección". Según Tass, agencia oficial de prensa soviética, el ántrax no se ha erradicado por completo en los Urales y este incidente tuvo lugar en una fábrica de productos cárnicos en la que ciertos individuos habían manipulado carne y cuero sin autorización. Zhores Medvedev, eminente científico soviético que en la actualidad vive en Occidente, ha corroborado que el ántrax sigue siendo un problema y ésta podría ser la explicación.

Existen otras pruebas que ponen en duda las acusaciones estadounidenses. En la época en que supuestamente se desencadenó la epidemia de ántrax en Sverdlovsk, un investigador norteamericano visitaba dicha ciudad por un intercambio científico. En una entrevista publicada el 25 de noviembre de 1981 en el New York Times, Donald Ellis, profesor de física y química en la North Western University, de Chicago, declaró que se había movido libremente por la ciudad, y que incluso había abandonado Sverdlovsk en una ocasión y había regresado después. No le hubieran permitido esa libertad de acción tras un accidente en unas instalaciones militares.


Las armas están...

En la Convención sobre Armas Tóxicas y Biológicas, de 1972, los estados se comprometieron a no adquirir jamás agentes con los cuales librar la guerra biológica. Desde esa fecha no se han encontrado pruebas contundentes de que se hayan empleado agentes biológicos. No obstante, en esta Convención existe un punto débil: la cláusula que permite el mantenimiento de dichos agentes para emplearlos en investigaciones médicas o vacunas. Para desarrollar y poner a prueba las vacunas es necesario almacenar el agente patógeno que se estudia, preferentemente en muy pocos lugares y con garantías de seguridad para reducir al mínimo los riesgos como los que provocaron el incidente de la Universidad de Birmingham, en agosto de 1978, en el que una mujer murió de viruela que había contraído en el laboratorio. Los laboratorios de salud pública de todo el mundo deben poseer "bibliotecas" de microorganismos para contrarrestar una posible epidemia.

Pero cuando se almacenan en instituciones dirigidas y financiadas por los militares, deben inspeccionarse las circunstancias con mayor cuidado. Los departamentos de defensa de ciertos países como Estados Unidos, Gran Bretaña y, sin duda, la ex Unión Soviética, llevaron acabo investigaciones sobre las medidas de protección que se deben tomar en caso de ataque biológico. En muchas investigaciones de este tipo se fabrican vacunas que poseen un potencial defensivo y también ofensivo.

En la votación del Congreso para el presupuesto de 1985 de la administración Reagan se incluyeron ciertos puntos de la guerra biológica. Por ejemplo, la Fuerza Aérea solicitó 18 millones de dólares para la investigación y el desarrollo de equipos de defensa químicos y biológicos. El Ejército estadounidense pidió 150 millones de dólares para la investigación, el desarrollo y la evaluación de la defensa química y biológica no médica: vehículos, equipos, refugios, etcétera. Hubo otra suma de 165 millones de dólares dedicada a las mismas actividades, en esa ocasión bajo el título de "defensa médica". ¿Para qué era exactamente ese dinero? Unos 20 millones se destinarían a la producción de medicamentos y vacunas, pero ¿Contra qué? ¿Y con qué fin?

Susan Wright y Robert Sinsheimer han estudiado el interés del Departamento de Defensa estadounidense por la guerra biológica a la luz de los últimos avances de la ingeniería genética. Hasta 1980, el Departamento de Defensa aseguraba que no patrocinaba las investigaciones sobre el DNA-recombinante. Seis años antes, el Comité para las Moléculas de DNA-recombinante de la Academia de Ciencias estadounidense había anunciado la prohibición de ciertas investigaciones ante la preocupación por las medidas de seguridad en los laboratorios y la posibilidad de producir especies patógenas. Desde entonces se han relajado estas normas, debido a los enormes intereses comerciales y ha vuelto a plantearse la cuestión de las aplicaciones altamente peligrosas de la ingeniería genética.

Los militares cuentan con diversos métodos para explotar la ingeniería genética y extender el desarrollo de las armas biológicas. El más fácil consiste en transformar microorganismos que normalmente son benignos -los que viven en el aparato digestivo o respiratorio de los seres humanos, por ejemplo- en otros dotados de características genéticas nuevas, como la capacidad para sintetizar toxinas mortales o perjudiciales. Por otra parte, en lugar de emplear como armas las bacterias transformadas, podrían cultivarse en el laboratorio y cosechar las toxinas en grandes cantidades. El Departamento de Defensa estadounidense manifestó gran interés por las toxinas como armas biológicas potenciales en los años sesenta.


Vacunas

Un problema grave que se plantea a la hora de utilizar agentes biológicos con fines militares es que los microorganismos "útiles" son con frecuencia inestables y, por tanto, poseen una vida corta. Podrían remontarse estos obstáculos gracias a la ingeniería genética, creando variedades nuevas igualmente virulentas pero más estables y resistentes a las condiciones ambientales. La ingeniería genética podría aumentar el arsenal de armas biológicas con otro método, menos directo pero no menos importante: desarrollar nuevas vacunas para combatir virus y bacterias, tarea permitida por la Convención sobre Armas Biológicas de 1972.

En estas últimas décadas se llevan a cabo experimentos que anteriormente estaban prohibidos por los riesgos que entrañaban. Por ejemplo, el Comité Asesor para el DNA-recombinante del National Institute of Health (Instituto Nacional de la Salud, NIH) aprobó en 1983 la propuesta de insertar el gene de la toxina de la difteria en la bacteria Escherichia coli. En febrero de 1984, dicho Comité votó en favor de un proyecto que se realizaría en la Universidad de Servicios Uniformados de Ciencias de la Salud en que intervenía la toxina shiga (término que deriva de Shigella) y cuyo huésped sería también la E. coli. Mientras que estas investigaciones están financiadas por el NIH y la Agencia para el Desarrollo Internacional, dicha universidad está dirigida por el Departamento de Defensa. De hecho, en una nota de la universidad dirigida a dicho departamento, se afirmaba que entre las personas que se beneficiarían del proyecto se encontraba el personal militar de los países menos desarrollados. La shigellosis es una forma de disentería muy corriente en América Central. También se estudió intensivamente en la "Unidad 731" como posible agente de la guerra biológica.

El proyecto de la shiga es solamente uno de los muchos en que están interesados los militares. La ayuda financiera del Departamento de Defensa a la investigación biológica ha aumentado en los últimos años en un 20% aproximadamente y la del NIH ha descendido en un 4%. Como el Departamento de Defensa financia proyectos no sólo en su propio instituto, sino también en las universidades, cada día se ejerce más presión sobre estas últimas para que obtengan contratos de dicho Departamento, a medida que se va congelando la financiación de fuentes más convencionales. Desde 1980, Wright y Sinsheimer han descubierto diversos proyectos iniciados por dicho departamento en el terreno de la defensa biológica y química con métodos de DNA-recombinante. Siete de ellos se ocupan de la defensa contra ataques químicos o de un programa para estudiar microorganismos que destruyan las existencias actuales de gas nervioso. Este gas inhibe irreversiblemente la enzima acetilcolinesterasa, molécula fundamental en la transmisión de los impulsos nerviosos a los músculos y otros tejidos. Los gases nerviosos son compuestos organofosfóricos y Estados Unidos gasta anualmente millones de dólares en la destrucción de los antiguos stocks de este producto.

Los seis proyectos restantes se refieren, de forma ostensible, a la investigación de vacunas. ¿Por qué financian los militares esta investigación? Una de las razones podría ser que desean contribuir al alivio del sufrimiento en el mundo. Otra, mucho más probable, es que han comprendido que estos microorganismos pueden representar una amenaza militar. En los informes anuales de 1980 y 1981 sobre la guerra química y la investigación biológica del Departamento de Defensa, aparece la siguiente declaración: "Gracias a la tecnología del DNA-recombinante, un enemigo potencial podría implantar factores de virulencia o información genética productora de toxinas en bacterias corrientes y de fácil transmisión, como la E. coli".


Debilitadores

Pero, por su propia naturaleza, esta investigación de defensa podría desembocar en una nueva capacidad ofensiva. Si es posible transformar la E. coli en especies nuevas que adquieran algunas propiedades de los virus patógenos o de la Rickettsia, las vacunas actuales podrían perder su eficacia. Un país que poseyera tal vacuna permitiría a sus tropas emplear un agente biológico concreto para protegerse, mientras que el enemigo quedaría indefenso.

El tiempo y los que especulan sobre el valor militar de la guerra biológica dan indicios de que existe una tendencia hacia la creación de agentes que son debilitadores pero no mortales, como los virus dengue-2 y la fiebre del valle del Rift, enfermedades en que los tejidos sufren daños a gran escala. La tasa de mortalidad por estas fiebres en los casos que no reciben tratamiento es, por lo general, de un 1%, en tanto que la de los agentes de la guerra biológica que se empleaban en décadas anteriores, como el ántrax y la fiebre amarilla, ascendía hasta un 100%. En la actualidad se considera que las armas biológicas poseen potencial para incapacitar temporalmente al personal militar y para obligar a un país a emplear sus recursos en cuidados sanitarios.

Susan Wright y Robert Sinsheimer comparan la situación actual a la de las armas nucleares hace cuarenta años. En aquella época se hizo todo lo posible para evitar una carrera de armamentos nucleares, pero no sirvió de nada. Lo mismo podría ocurrir con el DNA-recombinante. Ya se han traspasado las barreras que se impusieron a los proyectos de investigación hace diez años. En Estados Unidos, los militares no tienen que contar con la aprobación del Instituto Nacional de la Salud para realizar experimentos de ingeniería genética, aunque es la costumbre entre los organismos gubernamentales y las empresas privadas. Cuando se presentó el proyecto de la toxina shiga, en febrero de 1984, hubo protestas entre los activistas del control de armas y los detractores de la ingeniería genética. ¡Pero el presidente del Comité Asesor sobre el DNA-recombinante declaró que no incumbía al Comité decirle al organismo de control de armamentos lo que tenía que hacer!.


Responsabilidad

¿Quién es responsable de decidir el derrotero que tomará la ingeniería genética? ¿Qué medidas de precaución deben tomarse para emplear las técnicas del DNA-recombinante en los laboratorios dirigidos por militares, en las universidades y en el sector privado? La respuesta a la primera pregunta es: "Cada uno de nosotros", lo que significa que los científicos deben transmitir información a los no iniciados con objeto de que éstos puedan juzgar con conocimiento de causa. A nivel internacional es necesario reforzar la Convención de 1972. La producción e investigación de vacunas deben llevarse a cabo abiertamente y bajo un control mucho más estricto. Por ejemplo, el Departamento de Defensa debería rendir cuentas de la labor que se realiza bajo su patrocinio en el terreno de la ingeniería genética al organismo guardián del Instituto Nacional de la Salud, el Comité Asesor sobre el DNA-recombinante. A escala nacional, cada país debería incorporar a sus propias leyes las cláusulas de dicha Convención. También deberían llevarse a cabo las investigaciones biológicas de una forma abierta y no en instituciones secretas como Fort Detrick y Porton Down. A diferencia de una central nuclear, que necesita la inversión de enormes sumas de dinero y de alta tecnología para empezar a funcionar, las empresas pequeñas y los países menos desarrollados podrían invertir sumas razonables en la ingeniería genética y empezar a producir microorganismos patógenos.

Theodore Rosebury presentó un informe al Gobierno estadounidense en 1942 con el que se iniciaron las investigaciones sobre armas biológicas. Al cabo de una década se enfrentó con el problema moral que se les plantea a todos los científicos que trabajan con los militares: "Si se permite que se desencadene la Tercera Guerra Mundial, se pedirá a los biólogos... que trabajen, junto a médicos y otros científicos, como instrumentos de la destrucción humana. No sé cómo lograrán hacerlo si quieren mantener su integridad al mismo tiempo". Rosebury resolvió el dilema renunciando a cualquier investigación sobre armas biológicas. Una vez más ha llegado el momento de tomar decisiones.

"¿No sería posible propagar la viruela entre estas insurrectas tribus de indios?", propuso sir Jeffrey Amherst en 1760.



ACTUAL ARSENAL DE ARMAS BIOLOGICAS

Las ya conocidas

El ántrax: Se trata de la bacteria "Bacillus anthracis", que ha sido usada por décadas como arma biológica (ver texto). Ahora por ingeniería genética, esta bacteria se puede modificar, de modo que sea resistente a los antibióticos. Cien kilos del bacilo esparcidos en una ciudad, durante una noche ventosa, podrían producir 3 millones de muertes.

La plaga: Se trata de la bacteria "Yersinia pestis", culpable de la peste bubónica. Durante la Segunda Guerra Mundial, Japón distribuyó en China (Manchuria, en la ciudad de Quzhou), moscas infectadas con esta bacteria. Fallecieron más de 50 mil personas. Después de 60 años, aún se encuentran animales, como ratas, perros y gatos, con anticuerpos contra la peste bubónica, lo que indica que la bacteria aun está presente en esa área. (Efecto de la guerra biológica en China).

Fiebre Q: Es transmitida por la "Coxiella burnetti rickettsiae", bacteria altamente infecciosa y resistente a la temperatura. Generalmente no produce la muerte, pero sí produce incapacidad.

Tuleremia: Producida por la bacteria "Francisella tularensis", que es altamente tóxica. En un escenario teórico, si se distribuyeran 50 kilos de la bacteria en una ciudad, en dos kilómetros a la redonda, produciría la muerte en una de cada cinco personas infestadas.

Viruela: El virus causante fue erradicado en el año 1980, pero se mantienen muestras de él en dos laboratorios (Rusia y Estados Unidos), donde están celosamente guardados. Pero bien puede ser que algunos virus hayan quedado sin declararse, en algún otro laboratorio. En manos de terroristas produciría estragos por la rápida expansión del virus, como fue en el pasado. La población infantil sería la más afectada, ya que la vacunación se suspendió hace más o menos 10 años. De producirse un brote de viruela, no se dispone de vacunas suficientes, por lo que no se podría detener la epidemia, que volvería a afectar a todo el planeta. Volver a producir la vacuna en cantidad suficiente, demoraría años. En el pasado, antes de la vacuna, la mortalidad era de un 50%.


Nuevas posibilidades

Aflotoxina: En un informe del Servicio de Inteligencia de los Estados Unidos, se sugiere que Irak ha tratado de utilizar esta toxina como un arma biológica. Se trata de una proteína que produce ciertos tipos de hongos, que se desarrollan con la humedad en el maní almacenado, como también en otros granos. Es muy tóxica y produce daño hepático y cáncer.

Híbrido de virus de influenza y virus ebola: Se trata de una cepa de virus de influenza, al que se agregan genes que codifican las proteínas hemorrágicas del virus Ebola. Sería un arma muy temible, por la facilidad que se esparce el virus de la gripe y por la gravedad de las hemorragias propias del virus ébola.


Armas para asesinar

Toxina botulínica: Se trata de la sustancia más venenosa que se conozca. Un gramo de la toxina producida por la bacteria "Clostridium botulinum, sería suficiente (si se inhala) para matar un millón de personas.

Ricin: En 1978, en Londres, un agente soviético usó risin puesta en la punta de su bastón, para pinchar y asesinar a Georgi Markov, un desertor búlgaro. La toxina se extrae del grano castor. La toxina es neurotóxica y mata en pocos segundos.


Nuevas posibilidades

Saxitoxina: Se trata de un alcaloide neurotóxico, producido por un diflagelado que contamina los mariscos bibalbos. Produce parálisis y muerte.

RNA: Se trata de trozos de RNA preparados para bloquear el RNA mensajero, impidiendo así la producción de una proteína indispensable. Mediante esta técnica se puede silenciar cualquier gene.

Sustancia P: Se trata de una preparación en aerosol de este neurotransmisor (Sustancia P), que es mucho más tóxico que el gas "sarin".

Países sospechosos que actualmente ya habrían desarrollado armas biológicas

Iraq, Siria, Israel, Libia, Egipto, Rusia, China, Norcorea, Surcorea, Irán e India.



TOKIO ESCAPO A UN DEVASTADOR ATAQUE DE ANTRAX

Todos recordamos a Aum Shinrikyo, el japonés de la secta del "Día del Juicio", que en el año 1996 liberó en el metro de Tokio, el gas nervioso "sarín", matando a 12 personas. Ahora se ha sabido que también tenía el conocimiento suficiente y las facilidades necesarias para haber provocado un tremendo desastre, dispersando el bacilo del ántrax. Nuevas investigaciones en Estados Unidos, demuestran que Aum, no sólo tenía los conocimientos, sino que también llegó a esparcir el ántrax. "Lo hizo, pero la cepa no era virulenta".

La secta, en el subterráneo de su cuartel general de ocho pisos, en los suburbios de Tokio (Kameido), cultivó la bacteria en grandes tambores. Hiroshi Takahashi, del Instituto para Enfermedades Infecciosas de Japón, afirma que Aum y los miembros de la secta, en el año 1993, subieron los tambores al techo del edificio, y desde allí bombearon el líquido durante 24 horas.

En aquella época la policía investigó, porque los vecinos se quejaron del olor, pero la ley de protección religiosa en Japón, no permitió inspeccionar el edificio. Sin embargo, se las arreglaron para tomar muestras de un líquido que fluía de una cañería hacia la calle.

Takahashi, en la reciente conferencia sobre el ántrax, realizada en Annapolis, Marylan, relató que después del esparcimiento del líquido no se registraron personas que hubiesen presentado síntomas de ántrax. Ahora científicos de la Universidad Northem Arizona en Flagstaff lo han analizado, encontrándolo lleno de bacilos ántrax. El análisis de su DNA mostró que pertenecían a la cepa Steme, que se usa para preparar vacunas contra el ántrax para animales. A esta cepa Steme le falta un fragmente de DNA, que es necesario para que la bacteria produzca la enfermedad, razón por la cual se usa para preparar la vacuna. Por este motivo no se presentaron casos de la enfermedad en aquella ocasión.

¿Por qué estos terroristas esparcieron esta bacteria que no produce daño? Podría ser que hubiesen estado practicando el método de esparcimiento, y que el aviso a la policía los haya asustado e inhibido de pasar a la segunda fase, con el ántrax virulento. Según Kimothy Smith, que tipificó la bacteria, afirma que si se hubiese esparcido la cepa tóxica, serían miles las personas que se habrían enfermado y muchas las fallecidas.


Sean Murphy

Profesor de Biología
Open University
Estados Unidos


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